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Nudos gordianos

A primeros de diciembre, la audiencia de Pontevedra vio el caso de una señora que mató a su marido con mucha seguridad y, al parecer, con no escaso cariño. Primero le dio con una barra de hierro y luego con un hacha. Por último -aseguró-, "no tuve más remedio que asestarle una cuchillada en el cuello para evitar que siguiera sufriendo...". Conmueve tanta preocupación por los sufrimientos de una persona cuando poco antes se le ha arreado con una barra de hierro y después con un hacha, pero ya se sabe que el corazón humano es tan insondable y hondo como los pozos de Lepe. Algo tenía la señora que ver con la producción de ese sufrimiento. Y a ella podríamos al licarle el famoso epigrama: "El señor don Juan de Robres, / con caridad sin igual, / hizo este santo hospital, / y también hizo los pobres...". Además, la terapéutica no parece muy canónica y cualquier médico recomendaría mejor la aspirina. Aunque sin duda el método de la cuchillada es más rápido y al difunto, por el solo hecho de serlo, le desaparecen de inmediato todos los dolores del vivo.Ésta es una terapéutica de dioses. Un día que a Júpiter le dolía la cabeza (cosa que no me extraña nada, pues según el clásico se complacía en el ruido del trueno) pidió a su hijo Vulcano que le diera un hachazo sobre ella y por la herida salió Minerva con su pájaro y todo. De donde se infiere que Minerva sería la causante del dolor. Y es que la inteligencia duele y la lucidez es el camino más seguro hacia la depresión, que así dice el Eclesiastés que quien añade sabiduría añade dolor.

Y por eso el poder tiende a exterminar el pensamiento para evitarse dolores de cabeza. Cuanto más absoluto es ese poder (cualquiera que sea su origen) mayor es el peligro que corre un pensamiento libre. Porque el poder es como los gases, y por su propia naturaleza propende siempre a llenar el Estado que le contiene. Por eso, hablar de poderes fácticos -aparte de ser literariamente feo- es una redundancia, pues todo poder es fáctico y es acción. Y como la constante de la vida humana es la suma de razón y acción, el crecimiento teratológico de uno de los sumandos hace disminuir al otro.

En la historia hay ejemplos de ambos casos. Tanto la caída del imperio bizantino mientras se discute el sexo de los ángeles en una orgía de razón inoperante, como nuestro amigo Alejandro y su navajazo al nudo gordiano. Quienes saben dicen que tan complicado nudo estaba en Gordión (Frigia), en el templo de Zeus, y que aquel que lo desatara dominaría Asia. El bueno de Alejandro Magno no ejercitó la razón para desatar lo atado y bien atado, sino que empleó la acción en su forma más cruda y desnuda: la espada.

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Fue una actitud tIpica de poder absoluto y arrogante: destruir lo que no se entiende. Porque la pretensión del dictador es que las cosas sean según su deseo. Claro que a todos nos gusta la realización de nuestros deseos; pero para lograrlo no violentamos la realidad en contra de la razón. A lo mejor porque no tenemos oportunidad, ¿quién sabe? Esa actitud censora que ejerce el pensamiento libre es la que, a veces sin darse casi cuenta, quieren evitar los dueños del poder, los ejercitantes de la acción.

Y como el poder, según hemos visto antes, es como los gases y tiende a ocupar todo, hace también que la pura acción ocupe el lugar de la razón exterminada o apartada. Se confunde la acción con la razón y todos contentos. Todos los que mandan, claro. Porque no parece sino que el poder genera una especie de autosatisfacción, a juzgar por la tradicional e injustificada seguridad de sus voceros, que suele estar en razón directa de su indigencia intelectual.

El peligro para el futuro de todos está en suponer que la mera acción sin razón produce cambio. Eso es un voluntarismo tosco y analfabeto. La raíz moderna de la idea de cambio viene de la Ilustración y de los pensadores franceses del siglo XVIII, y en ella está muy claro el maridaje de acción y razón. Se trata de cambiar la realidad por la acción de la razón y no de emplear la acción para eliminar a la razón de la realidad. Y si duele la cabeza, paciencia y aspirinas. Nada de llamar a Vulcano con su hacha.

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