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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La banca y el cambio

Se postula en este trabajo la necesidad de un realismo y una abierta colaboración entre el sector público y la banca privada. La banca debe entrar en financiaciones sociales y asumir su parte en la cobertura del déficit público, pero dentro de un sistema ortodoxo y objetivo.

Algo está cambiando en este país, y no ya desde hace un año, sino desde cuando un vendaval de crisis ha raseado comportamientos en lo nacional y ha barrido ciertos complejos en lo internacional.Hoy nos encontramos en un proceso de encogimiento del sector privado que produce en su seno una gradual equiparación de situaciones y actitudes entre sus componentes. La falta de impulso creador de riqueza real y las presiones sobre los despojos tienden a confluir en un nivel decreciente de satisfacción.

El país se ha ido incorporando económicamente, bien que en el momento más difícil, al concierto internacional a través, sobre todo, de unas exportaciones de base crecientemente amplia.

Un concepto, sin embargo, no ha aparecido: la conciencia del cambio, expresada en un sentimiento de que cada vez es todo más inestable e inseguro y, desde luego, más volátil. También expresable en la obsesión del futuro como variable relevante.

Ya no basta con mirar al pasado para corregir. A partir de ahora hay que contar con panoramas distintos e inciertos, que acaso no admiten tratamientos clásicos y que, en todo caso, introducen una nueva dosis de riesgo.

Y aquí entramos en un análisis sobre la condición de la banca en tal escenario. Podríamos señalar tres órdenes de ideas a este respecto: la banca, ante un sector público de importante dimensión y déficit; la banca y su responsabilidad social, y la banca en su esencia financiera.

Son encomiables los esfuerzos actuales para racionalizar el sector público. Pero, además, en tanto su peso no pueda ser asimilado o diluido por la capacidad de generación de renta y ahorro del país (a lo que no contribuirá una excesiva presión fiscal) no habrá más remedio que procurar que las consecuencias de su déficit se afronten de forma ortodoxa, pero también de forma justa, segura y con la mayor economía posible.

Los defectos

El esquema actual de coeficientes de caja en la banca (y cajas) y de cobertura del déficit público produce, entre otros, los siguientes efectos: no es técnico, ya que el encaje de funcionamiento de caja basta que sea de un 2% a un 4%, no procura una seguridad en la colocación de activos públicos, que ha de lograrse a base de pactos no siempre justos en su asunción efectiva por las entidades, no relaciona automáticamente el reflejo del déficit (pasivos bancarios) con su financiación (activos públicos), compensa artificialmente esterilizaciones con altas rentabilidades de ciertos activos, se excede en la emisión de instrumentos (Certificados de Regulación Monetaria), que debieran ser de regulación de desviaciones en lugar de constituirse en la base de la cobertura (para lo que son muy volátiles y de acceso a entidades impropias), trastoca el mercado con pagarés del Tesoro a precios en fuerte competencia con los depósitos privados y con la propia deuda pública a plazo..., y, sobre todo, dificulta la existencia de un espectro transparente y objetivo de precios del dinero.

Todo ello podría obviarse, y así desearíamos se confirmase, con la creación de un coeficiente técnico de caja (por ejemplo, de un 4%) y otro de segunda liquidez en activos públicos a corto y redescontables, tal que la detracción de masa monetaria y el costo para el sector público y privado fuesen equivalentes al actual. Y de modo que tales activos públicos a corto (de 6 a 12 meses) resultasen a un precio coherente (disminuido en un diferencial por la calidad del Estado como emisor) con el de los activos privados. Por supuesto, con un complemento de deuda pública a plazo en el mercado abierto, diseñada adecuadamente. También con unos activos (por ejemplo, certificados de regulación monetaria) para regulación fina, limitados, de momento, a bancos y cajas.

La base de tal coeficiente podría ser la recientemente anunciada y ampliada con otras figuras (letras...), pero con una clara discriminación en favor de un instrumento, como los bonos de caja de los bancos industriales, que ni se crean por operaciones activas ni obedecen al concepto de corto plazo en su emisión.

Otra categoría de problemas se refiere a la respuesta de la banca a las demandas de la sociedad, entre ellas: cobertura de necesidades prioritarias en sentido social, financiación a plazo, apoyo a las exportaciones y promoción de proyectos. Las financiaciones sociales hoy son atendidas por el crédito oficial, que se apoya en la suscripción por la banca de células de inversión. Pienso que es deseable el que, bajo compromisos periódicos, la banca financie gradual y directamente una parte de estos destinos a un precio tendente al de mercado con el juego de subvenciones precisas para el prestatario.

Simplificación

El resto de financiaciones especiales y de largo plazo reclama simplificación y precios adecuados. Dentro de éstas, la exportación es pieza clave, que debe tratar de equipararse en el tiempo, entre entidades públicas y privadas, tanto en su contenido (bienes de equipo y consumo, con la menor rigidez posible), como en los apoyos oficiales (subvenciones ICO para financiación en divisas, en curso de implantación).

En cuanto al llamado capital-riesgo, conviene que su planteamiento se haga, para la banca, en términos de voluntariedad y subsidiariedad. Y aquí, en general, en los coeficientes legales de inversión, ha de destacarse de nuevo el papel específico de la banca industrial, no tanto en la financiación de destinos sociales y de exportación, cuanto en la financiación a largo plazo y de proyectos, componente que debiera constituir el grueso de su coeficiente.

Finalmente, la esencia de la banca como transformador y mediador financiero la convierte de alguna forma en ciudadano del mundo. Es decir, en una institución cuya misión y solvencia escapan de las del país que la vio nacer. La evolución de las magnitudes o del comercio exterior de un país no tendrían necesariamente que ver, ni en montante ni en composición, con el devenir de su correspondiente banca. Sí es cierto que la andadura de ésta debiera ser la avanzadilla de las promociones y la penetración comercial del país en otras áreas, pero no en situación de dependencia. En la base de lo dicho está la necesaria dimensión de la banca y su verdadera internacionalización.

Esa sería una buena fórmula para que la banca, por su excedente en dimensión de negocio, pudiera ayudar a diluir los efectos del déficit público y atender a su responsabilidad social. Estas proposiciones desmentirían toda su presunción falsa de imposición rígida o de consideración de la banca como una fierecilla domada. La banca debe convivir en permanente tensión entre sus necesarias modernización y rentabilidad y una atención decidida a las demandas de una sociedad exigente.

Javier Gúrpide pertenece a la junta directiva del Círculo de Empresarios.

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