Tan iguales
Admito humildemente la supremacía literaria de la célebre hipótesis de que somos un pueblo abruptamente original, habitado de genios imprevisibles e irrepetibles, decorado por vertiginosos barrancos geosociales que cortan la respiración histórica y dotado de un prodigioso costumbrismo que resiste cualquier intento de clasificación científica o de etnografía comparada.Reconozco que desde la poética idea de la radical extravagancia española se pueden escribir más y mejores artículos, editoriales, novelas, versos, ensayos, historias de España y discursos políticos que desde la hipótesis narrativa de la absoluta normalidad. Y si además de trabajar intensamente la rareza nacional le añades a la pieza unas gotas de catastrofismo nuclear, ecologismo, inflación o milenarismo, te colocas a las puertas del Nacional de Literatura, del Cervantes o algo así.
Pero si partes de la base de que esto no se diferencia demasiado del resto de los países vecinos, y que aquí ya solemos salivar, disfrutar, consumir, reír, comer, opinar y votar de idéntica manera que los pueblos de parecida envergadura industrial, resulta entonces que el castellano se pone en huelga salvaje, huyen despavoridas las metáforas brillantes, desaparecen los adjetivos favorecedores, la frase expulsa las oraciones subordinadas provistas de cierta elegancia y al final quedas con las ideas peladas, estilísticamente desnudo y desmoralizado.
Todavía no sostengo que la mayor parte de esos patetismos, alarmas y sobresaltos que contumazmente disuaden la libre gimnasia de la pluralidad y nos angustian el desayuno sean consecuencia directa de este noble afán profesional de trabajar un hermoso castellano por medio de los infinitos recursos lingüísticos que ofrece el rancio género del qué raros somos. En este día de jubileo constitucional sostengo, sin maldita la gracia literaria, algo que no pueden expresar, las piezas que derraman gracia literaria: que somos unos tipos no sólo escandalosamente normales en todos los órdenes de lo público y lo privado, lo social y lo individual, sino ciudadanos cada vez más idénticos en todo al resto de esos pueblos que ya han olvidado el siglo de sus constituciones. La única diferencia notable, es que continuamos siendo el país que mejor logra hacer amena literatura pesimista conjugando imaginarias diferencias nacionales.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.