Con la grúa hemos topado
Una flota pesquera de 32 grúas municipales faena de siete de la mañana a once de la noche con orden de busca y captura de la fauna marina más rebelde. Diariamente apresa 200 piezas, que congela en un almacén o ahúma en un depósito
Fue visto y no visto: la agente municipal Teresa Morán, de 30 rollizos años, brincó de la grúa número 52 y con todo el peso de su autoridad, que no era poco, puso en ristre su lapicero contra los automóviles abandonados en doble fila.A mediodía, la calle de Serrano se asemeja al pasillo de una casa bien del barrio de Salamanca. Los conductores olvidan sus coches como si fueran zapatos que deba recoger el servicio doméstico. La presencia del monstruo remolcador se hace imprescindible. Y cunde el pánico. Frente al Museo Arqueológico, una mamá con niño de la mano gritó: "¡Dios mío, la grúa! ¡Que viene la grúa, hijo!", y el niño se hizo pis allí mismo, y también gritaba con temblores histéricos: "¿Por dónde viene el ogro? ¿dónde está?".
Grúa y ogro son una misma cosa y sirven para un mismo fin: sembrar el pánico de un cereal, con semilla de multas, para que el millón y medio de vehículos que soporta Madrid no devore a Madrid, que ya sucumbe.
El dueño del Citroën GS matrícula M-3780-CD salió de la floristería cuando le dijeron que el dragón amarillo ya sacaba su lengua de hierro. Derecho a por Teresa Morán, le imploró clemencia. Pero fue inútil. La multa estaba echada. No hay favores. El dragón se guardó la lengua pero Luis Suárez, 38 años y viajante de profesión, era requerido por la experta cazadora para que firmara el conforme en la denuncia: "¿Firmar?" El caballero se negaba a firmar, y el corro de curiosos empezaba a pasarlo bien. Son esas discusiones retóricas lo que hacen la vida urbana emocionante. La Policía Municipal exigió al denunciado su identificación, y el denunciado exigió a la agente municipal que le mostrara el código. Ante semejante enfrentamiento, Teresa Morán agarró su telefonillo estafón y pidió auxilio al patrulla.
A todo esto, el tráfico comenzaba a espesarse, siendo para algunos observadores peor el remedio que la enfermedad. Los mozos de la grúa permanecían inmóviles, cada uno agarrado al mango de un gato elevador, y cuando llegó la patrulla el denunciado mostré su DNI sin ocultar su tremendo cabreo. Como le dijeron "o firma usted y enseña papeles o a la comisaría", el caballero firmó y enseñó. Luego metió primera velocidad y casi se llevó a un peatón en la rabiosa huida.
Con escolta armada, por lo que pueda pasar, la rumbosa grúa municipal avanzó hasta los escaparates del expropiado Loewe (un vestido 60.000 pesetas) y el monstruo agitó su vacía extremidad con temblores de impaciencia. El sargento Felipe Díez, 51 años y flema inglesa, dejó a la subalterna Teresa Morán que actuara. Dijo Teresa: "Muchachos, rápido que éste sí que nos lo zampamos". Y señalaba un R-5, muy limpio y muy mono, con almohadones interiores estampados, y de matrícula M-1060-EN. Vehículo que pedía ser nacionalizado sin pérdida de tiempo. Los mozos de la grúa (salario ligeramente inferior al vestido del escaparate, aunque superior a unas enaguas) se afanaron con cables y ganchos para la pesca. Cuando la maniobra se hallaba por la mitad, apareció la dama del Renault, subiéndose las faldas, corrida y avergonzada ante los espectadores callejeros. No dijo ni pío. Facilitó su nombre, pidió pagar al contado (la cosa quedó en 800 pesetas o pronto pago) y tan aturdida estaba la pobre rica señora que puso marcha atrás y con su culo tanteó el duro morro del dragón municipal.
Busca y captura
La pesca de altura se produjo algo más abajo, en Goya esquina con Claudio Coello. "¡Al saco!", fue la orden. Y al saco ferruginoso ascendió un Morris M-0764-Y, dejado a metro y medio de la acera en lugar prohibido. ¿Cuánto le costará al propietanio la recuperación de su vehículo? El guardia Díez dice: "Nos debemos al pueblo, y el pueblo que infringe nos deberá pagar 3.000 pesetas por la retirada del coche, 25 pesetas por cada hora en el depósito, y otras 3.000 pesetas por infringir el artículo número 48". Puede ser mucho más, como veremos más adelante, si la víctima acumuló denuncias impagadas, porque en estos momentos los agentes municipales y los controladores de la ORA disponen de unas listas de 500 matrículas de morosos, con orden de busca y captura. La lista irá ampliándose, y entregándose, hasta llegar a cubrir el cupo actual que supera a los 250.000.
Mientras la 52 regresaba, con su Morris a lomos, hacia el depósito de cadáveres (Alfonso XIII, 133), la número 22 arrastraba su corpachón, capaz de cargar más de 2.000 kilos, por la calle del Maestro Ripoll. Aquí se encuentra la Embajada soviética, con abundancia de coches diplomáticos, más o menos intocables, y de coches de residentes acomodados de fácil aborde y garantizada vulnerabilidad. Entró el dragón y se escucharon voces vecinales: "¡Cuidado, Consuelo, dígale a don José Luis que tenemos aquí a la grúa!". Por ventanas y balcones, repletos de flores y enredaderas, se pasaba el santo y seña. Pero algo tarde, pues la celeridad de los agentes en la calzada es superior a la celeridad de otros servicios municipales. A una enfermera militar le trincaron el furgón frente al número 8, y cuando la mujer hizo pie a tierra ya tenía la papela en el parabrisas. La escena se tornaba bélica: "¡Mala leche, asquerosos, mala leche!", gritaba la enfermera diciendo que era enfermera militar, "¿por qué no se llevan a los rusos?". Y una amiga que descendió de un mini, con voz de habérsele extirpado las amigdalas, acudió al refuerzo: "¡Qué vergüenza, vienen a por el ciudadano patrio y dejan a los comunistas! ¡Sean valientes y acaben con esos 50 asquerosos coches de los rusos!".
Los rusos se asomaron a"las ventanas de su embajada y con la cautela que les caracteriza, movimientos de KGB, iban retirando sus grandes Volvos y Mercedes de lugares escandalosamente prohibidos para los demás. Pero la grúa, que no perdona, cargó un turismo de Burgos (entre improperios irreproducibles del vecindario) y otro de Cáceres. Dijo el guardia: "Yo lo sabía, a pagar el pato estos pobres desgraciados de provincias". Y el dragón satisfizo su apetito voraz, y se le veía jubiloso trotando calle arriba con el auto indefenso de otra región autonómica amarrado fuertemente. Un vecino, el economista José María de la Pisa, declaró: "Estamos llamando a la grúa para que limpie la calle de rusos y viene cuando quiere y nos limpia a nosotros, ¿es esto un Estado de derecho?".
En la Unidad de Grúas y Depósito (Alfonso XIII), la cola es parecida a las del racionamiento que siguió a la guerra civil. Hay que pagar rescate para liberar el vehículo secuestrado. Y el rescate varía según lo que adeude la víctima. Estas inmensas y lúgubres naves, atestadas de prisioneros, las frecuentan quienes, antes o después, caen en las fauces del monstruo remolcador. Dos ventanillas dividen la doble cola. Si la biografía está limpia, la tasa es normal. Si hubo anteriores y acumuladas sanciones, la cifra se dispara como los improperios y protestas del dañado: "¡Un atraco! ¡Un atraco legal", exclamó, pálido, Rafael Pulido García, 29 años, abonando 13.355 pesetas a cambio de sus llaves. Y Rosario Moñivas, 31 años, deseaba negociar con el secuestrador: "Escúcheme, por favor, soy auxiliar de pediatría, iba con mi jefe, de servicio, sólo subimos al piso unos minutos". Ni minutos ni segundos. A pagar. O se mantiene el precinto. Y la tarifa asciende como la carrera del taxi porque cada día el dragón se traga a 200 moluscos, y esto no para.
No para, tampoco, el teléfono municipal a cargo de cinco empleadas que oyen de todo: "Muy pocos se alegran al saber que su coche está aquí cuando pudo estar robado", dicen estas mozas. Y añaden que "a veces llaman y se desahogan con nosotras: nos insultan del peor modo, putas, cabrones, todo eso, y amenazan con no volver a votar a Tierno en la alcaldía".
Pedir perdón
Patéticas son algunas situaciones de forasteros. La grúa no acepta cheques más que de bancos con oficina en Madrid (tampoco tarjeta de crédito), de modo que el visitante de Murcia, por ejemplo, o el extranjero, han de pedir limosna en casos de apuro. "Tanta pena dan ciertas personas", dijo el guardia Santiago Fernández Román, "que les prestamos y unos devuelven el dinero y otros, como un señor de Capitán Haya, 47, que tenía un Jaguar, jamás nos pagan luego".
Mientras cuatro grúas atacaban las inmediaciones del Hospital Clínico en una operación quirúrgica de urgencia, la remolcadora 32 se fue adentrando por la calle de Boix y Morer, donde había buenos cachalotes. El M-941743 fue alzado grácilmente hacia la plataforma transportadora, y el agente Pedro Molina, 30 años y seis en este comprometido destino, hizo oídos sordos a las imprecaciones del público: "¡Así ya se puede, todos contra ese pobre muchacho! ¿por qué no os dedicáis a arreglar el tráfico?".
El propietario de un viejo Opel matrícula M-378579 quiso que el guardia Emilio MarLínez, de 29 años y negras barbas, le perdonara la denuncia por dejar su coche en doble fila en la calle de Alonso Cano. "¿Pero no se compadece de mí?", decía gimiendo, "¿no comprende que tenía que recoger los zapatos de mi esposa después de ponerles medias suelas?". Y mostraba un ridículo par de botines con tacón para convencer a la autoridad. También sacó la foto de la cónyuge, y el retrato familiar con sus niños. Su postura era de semigenuflexión, pues 4.000 pesetas de multa es tanto como un nuevo par de escarpines.
El tapón que se produjo fue mayúsculo. En el centro de la calzada seguían denunciante y denunciado bajo la sombra de la grúa todopoderosa. El bus número 5 tocó su bocina. Los viajeros asomaron sus cabezas por las ventanillas para gritar: "¡Venga ya! ¡Que no lo multes, leche, que hay prisal". El agente miró, instintivamente, la matrícula del paquidermo público de la EMT, con una mirada de desafío y contrariedad.
Luego, cuando empezaba a oscurecer, la grúa encendió sus luces de ámbar con parpadeos de terror -sin terror no hay orden rodado- y por fin el monstruo amarillo abandonó la calle por un extremo mientras por el opuesto, insensibles a su amenaza, los automovilistas le hicieron burla y todo siguió igual.
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