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Fernando Morillo Lasa

41 anos vistiendo a la Virgen de la Esperanza de Triana

Quizá porque nació a mediodía, hora del ángelus, y porque poco antes su madre había estado rezándoIe a esa Virgen, Fernando Morillo Lasso se consagró desde pequeño ala Virgen de la Esperanza de Triana, que con su gran rival, la Macarena, se reparte el afecto de los sevillanos. Casi 70 años tiene Fernando ahora y lleva 41 de camarista de la Virgen, el único que conoce todos los secretos de la imagen, que es para él, al mismo tiempo, madre espiritual y mujer de carne y hueso.

"Muy delgado, ambarino, muy pulcro dentro de su doble capa de jerseis y su corbata domesticada, Fernando Morillo vive en el número 6 de la calle de la Pureza, en el barrio sevillano de Triana, casi enfrente de su imagen predilecta. Sus padres poseían una funeraria, lo que en Andalucía no es un negocio triste -"aquí celebramos los funerales con aguardiente"- y, además, a lo mejor, así le entró al chico la afición a vestir cuerpos inanimados. Cuando, en 1943, murió el camarista de la Virgen de la Esperanza, el joven Fernando se hizo con el puesto, con carácter gratuito y devoción sin igual. Auxiliado por cuatro camareras que le ponen a la imagen la ropa interior, mientras él se fuma un cigarrillo y controla la faena, él se encarga de ponerle la saya y el manto "para que salga a dislocar Sevilla".Fernando es joyero -aprendió el oficio en la escuela sevillana a la que acudían la madre y las hermanas del Rey- y se gana la vida así, trabajando por encargo, fabricando alianzas de boda o sellos conmemorativos para gentes del barrio, tomándoles la medida con los aros que lleva ensartados en una gran circunferencia de metal que le da apariencia de san Pedro.

"¿La ropa interior de la Virgen? Huy, no se puede describir, hay que verlo. Lleva su camisa, que ésa no se le levanta nunca, de lino verde pálido; luego, su camisón largo, sus enaguas blancas, su corpiño; luego, otras enaguas blancas, todo de cosas muy ricas; luego, su traje largo de calle, y luego, el sobremanto y todo".

Y al hablar, con las piernas cruzaditas, pasa revista a las sayas de la Virgen: "La de Belmonte, la negra del siglo pasado, la blanca, la grana, la celeste y plata que le vamos a poner por la Purísima, la de velarla...". Y mantos: "El rojo, el verde, el rosa bordado en plata, el liso azul; el de salida, verde...".

Si se le pregunta si la Virgen de la Esperanza está entera (la mayoría de las imágenes tiene sólo la cabeza y las manos), responde: "No, no; de aquí para arriba (y señala la cadera) es como una mujer; está toda formada, con, sus brazos articulados, su pecho...". Dice que cuando tiene que vestirla -son dos horas para diario, y los días de salida, casi veinticuatro horas, incluyendo la comidita y las copas de entremedio- tiene especial cuidado en enmarcarle la cara para que no pierda belleza, en or denarle el pico del escote "para darle picardía", en airearle el man to para que muestre la impecable esbeltez de la espalda. "Y hay que tener cuidado en realzarle el pecho, no demasiado, pero sí lo suficiente, porque con su estatura se lo puede permitir".

A Fernando no le importa que la gente le grite guapa a la Virgen de la Esperanza a su paso por Sevilla. "Si es verdad, si es que es archiguapa, que sale a la calle como no está en el cielo. Cuando algún chico con dos copas de más se pasa, porque esta ciudad es así, no me gusta. Pero si dicen guapa, yo digo amén. Que eso no hay quien pueda negarlo".

Los jueves santos, cuando la Virgen de la Esperanza sale, a Fernando se le pone mal cuerpo, se destempla y espera a que la Virgen pase delante de su casa y le mire por el rabillo del ojo.

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