Filosofía de periódico
Günther Anders se proclama cultivador de un género híbrido, aquel que resulta de "cruzar la metafísica con el periodismo". Parte de una situación actual y conocida para poner de manifiesto lo que ésta tiene de opaca, de inquietante o de amenazadora. Es metafísica porque descubre en lo cotidiano, en lo común vivido, su última raíz, problemática o ignota. Es periodismo porque se ciñe a la brevedad y procura la claridad propias del artículo de periódico. Lo periodístico es un estilo -se escriba o no en el periódico- y, sobre todo, una intención: llegar al "público en general", que en esta indeterminación sólo se encuentra entre los lectores de periódico. El libro, la revista especializada, han perdido al lector en general, dirigiéndose, cada vez en mayor medida, a especialistas. Cierto: el público en otros medios -televisión, radio- es muchísimo más numeroso, pero por ello el medio impone una mayor confusión en su mensaje. Mantiene así el periódico casi intacta su función original de crear opinión. Los medios concurrentes expanden tan sólo, en el mejor de los casos, estados de ánimo. Günther Anders, con la pomposidad que caracteriza al mundo germánico, llama a este género híbrido de filosoffia y periodismo filosofía de ocasión Gelegenheitsphilosophie) o, remozando con un significado nuevo un viejo concepto, ocasionalismo.
En esta tierra preferimos llamar al pan, pan, y al vino, vino; y, si bien este gusto por el lenguaje directo y cotidiano obstaculiza sobremanera la ascensión hasta las cimas del pensamiento abstracto, tiene la ventaja de exigirnos, en cada etapa de nuestro razonar, un mínimo de claridad, que incluso apostrofamos de mediterránea. Aquí, a este ocasionalismo lo llamamos, lisa y llanamente, filosofía de periódico, lo que nos permite, por lo pronto, poner en tela de juicio su novedad. Este género cuenta, tirando por lo bajo, con más de dos siglos de existencia. Es tan antiguo como la Prensa periódica; sin ella no cabe entender la revolución filosófica que llevó a cabo la Ilustración dieciochesca. Voltaire y Diderot, Addison y Godwin, nuestro padre Feijoo, ¿qué fúeron sino geniales cultivadores de esta nueva manera de hacer filosofía que impone el periódico?
Si difícilmente puede aceptarse la novedad del ocasionalismo, la acusación de ser un género híbrido todavía resulta más sorprendente. Asícomo hay una, filosofía universitaria por definición escolástica, existe una filosofía de corte, de academia, de gabinete de estudio, de tertulia o de ateneo y, cómo no, de periódico. Lo único que no existe es la filosofía pura. La filosofía, en cuanto tenga que ver con lo real, es híbrida por esencia. Pensar es siempre un acto social ligado a una institución. -Iglesia, corte, Universidad, partido, ateneo- que se expresa en un medio: la cátedra, la carta, el libro, el periódico. Asombra que no se haya prestado la atención debida a algo tan elemental y decisivo. Para entender un pensamiento importa consignar en qué ambiente institucional se desarrolló, por medio de qué conductos se transmitió y, sobre todo, a qué público iba dirigido.
Aunque toda filosofía nace y se desarrolla en un medio social determinado, no todos le son igualmente propicios. Algunos -la corte, el partido político tienden a acogotarla; otros, en cambio, coadyuvan decisivamente a su eclosión. A finales del siglo XVIII, dos fueron especialmente fructíferos: el periódico en toda Europa y la Universidad en Alemania. Si la segunda se ha sobrevalorado hasta la exageración -no en vano Kant y Hegel fueron profesores universitarios-, en cambio no se ha insistido lo suficiente en la revolución que implicó el haber llevado la filosofía a las páginas de los periódicos: la filosofía pierde su carácter esotérico, es decir, elítista, y le democratiza tanto en la forma como en el contenido. Algunos de los caracteres esenciales del pensamiento contemporáneo -su arraigo en la experiencia cotidiana; su índole fragmentaria, casi aforística- resultan incomprensibles si no se toma en consideración la influencia del periódico. La cátedra invita al sistema; el estudiante pide un mundo cerrado, acabado, repleto de seguridades; ni más ni menos que lo que promete la institución. En cambio, si se filosofa en el periódico, no cabe aspirar a construir un sistema. El fracaso de la filosofía sistemática acercó al filósofo al periódico, pero también la necesidad de comunicar por medio del periódico acabó por hacer imposible el sistema.
Valdría la pena escribir una historia de la filosofía moderna y contemporánea -clasificada según base institucional y medio de expresión. La que hemos llamado filosofía de periódico ocuparía una posición muy respetable. Tuvo su mejor momento en el gozne entre los siglos XVIII y XIX y en los años veinte y treinta del nuestro. Para los españoles, tal vez lo más significativo fuese comprobar que la filosofía española del siglo XX constituye una de las cimas de este género.
En efecto, en España la única filosofía que cuenta es la que se escribe en el periódico. Unamuno, Ortega, D'Ors, por considerables y manifiestas que sean sus diferencias, coinciden en cultivar magistralmente un mismo género, la filosofía de periódico, que tiene como subgénero derivado la conferencia, mezcla de acto social y de divulgación periodística. Sus epígonos de la posguerra -Marías, Aranguren, Laín- se han distinguido en el mismo género, en el que también sobresalen los nombres nuevos aparecidos después del franquismo. Filosofar en español es hacerlo en el periódico o, por lo menos, en el estilo períodístico.
La filosofia universitaria parece tan deleznable como lo es la Universidad de que proviene. En vez de atraer a las cabezas pensantes, expulsa a las que tiene a "la plazuela intelectual que es el periódico" para decirlo con palabras de Ortega. Ha habido algunos intentos aislados de filosofía de gabinete -la de Zubiri podría clasificarse en este género-; pero, falta de un ambiente social en el que echar raíces, acaba por asfixiarse en su solipsismo. Por inconmensurable que sea la soberbia del filósofo, es uno de sus rasgos distintivos; lo que no puede hacer es filosofar solo. La filosofia nace en el diálogo y muere allí donde no se produce.
Antes de juzgar a una filosofía conviene encuadrarla en el género a que pertenece. Se trata de un simple ejercicio de comprensión, no de valoración. La filosofia universitaria o la de gabinete, la filosofía de los profesionales en su jerga particular, no son, en principio, ni mejores ni peores que la filosofía de tertulia -otro género muy español, que tiene el inconveniente de agotarse en el instante, aunque deja su poso en los oyentes- o la filosofía de periódico. En cada género cabe distinguir obras excelsas y mediocres, pero nadie tan insensato para atreverse a establecer una escala valorativa para los distintos géneros literarios; pasaron definitivamente los tiempos de las academias y de las preceptivas. Lo que sí es cierto es que cada circunstancia impone un género filosófico, como genialmente vio Ortega, uno de los filósofos de periódico de verdadera dimensión universal, a su vuelta de Alemania. Prefirió hacer filosofía de periódico, única posible en su país, a un vano remedo de la filosofía universitaria que aprendió en tierras lejanas.
Ortega- no sólo ha llevado la filosofia de periódico a una altura difícilmente igualable, sino que nos ofrece, ya en la madurez, la más acertada y profunda reflexión sobre la grandeza y miseria del género. El lector puede encontrar en el inacabado Prólogo para alemanes (1934) -uno de los textos orteguianos más clarividentes; juzgarse a sí mismo con la máxima objetividad no es empeño que se haya conseguido con frecuencia- las ideas claves para comprender lo que en España ha significado la filosofía de periódico. Aunque sería injusto, amén de ingenuo, el menospreciarla -hoy se redescubre en países con una fuerte tradición filosófica- y nada hayan perdido en actualidad las palabras de Ortega -"el artículo de periódico es hoy una forma imprescindible del espíritu, y quien pedantescamente lo desdeña no tiene la más remota idea de lo que está aconteciendo en los senos de la historia"-, con todo, no cabe ignorar que el maestro español fue también el más acérrimo denunciador de sus defectos, improvisación, falsos fuegos de artificio, especulación incontrolada, consciente de que su exclusividad, a fin de cuentas, se justificaba únicamente por la peculiar circunstancia española.
España ya no es aquella punta subdesarrollada de Europa con la que se enfrentó el joven Ortega en vísperas de la primera guerra mundial. Poner en parangón los índices socioeconómicos de aquella España con la actual puede llenarnos de un legítimo orgullo. Pero si lo que comparamos son los culturales -estado de las bibliotecas públicas, - calidad de las universidades y de los centros de investigación-, recibiremos un jarro de agua fría. El que en España la única filosofía todavía sea la de periódico revela no poco sobre nuestra verdadera situación. Los índices socioeconómicos por sí solos no dan cuenta del estado de la nación. No es ejercicio baladí reflexionar sobre el tema.
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