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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Israel y España: una anomalía

LOS CONTACTOS entre Israel y España -en estos días, a nivel financiero, bancario- se intensifican en todos los terrenos. Puede decirse que hay unas relaciones de hecho, mientras se mantiene la ficción de no tenerlas por las vías normales, diplomáticas. No parece que esta inexistencia jurídica tenga algún sentido, y, en efecto, cada vez que algún miembro del Gobierno español se ve en el trance de hacer alguna declaración so6re ese tema, si no puede eludirlo, apunta siempre que es una anomalía que habrá que reparar cuando llegue el momento. Falta la definición de ese momento. Y una explicación seria de por qué no llega nunca.Hay una razón sobrepasada y fantasma a la que, naturalmente, no se puede aludir: la reticencia del Estado de Israel, en su fundación, hacia el Gobierno de Franco. Se inspiraban entonces los israelíes en la idea de la colaboración de Franco con Hitler, aunque en realidad Franco, claramente hitleriano mientras se podía serlo, prestó bastantes- servicios a los judíos perseguidos en Europa por razones unas veces históricas -los sefardíes- y otras quizá personales. Pero lo que reprochaba Israel a Franco era su arabismo, unas veces vagamente sentimental e histórico y otras como recurso único para salir del bloqueo.

La tradición del arabismo continúa, y no es mala: a condición de saber qué es hoy el arabismo, qué países o gobernantes lo pueden representar en el mosaico de guerras y odios, y, en fin, qué valor político y económico tiene, aparte del cultural, cuya tradición no negamos que existe en España, aunque quizá no más que la tradición cultural judía. Una sensación bastante clara de que el país palestino y su pueblo no pueden estar sometidos ahora al tratamiento que se dio antes a los judíos y otra bien definida de que las agresiones como la perpetrada contra Líbano y las atrocidades como las realizadas en los campos palestinos de Sabrá y Chatila han de ser condenadas con toda energía son sentimientos muy españoles y muy universales. Los compartimos con un sector de los ciudadanos de Israel. Han sido ellos los que se quitaron de encima al culpable más directo, el general Sharon, y los que han llevado a Beguin al abandono y al retiro. Pueden ser también ellos los que en las nuevas elecciones den posibilidades al Partido Laborista.

¿Es posible que sea ése el momento que espera el Gobierno español? Tal vez. Puede que sea una política de partido, de Internacional Socialista; una ingenuidad. No se entablan relaciones con un país porque un Gobierno determinado tenga un auge electoral, que luego puede perder -o pueden perder los dos que se relacionan-, sino de Estado a Estado y por razones que a los dos convengan. Tendría el carácter público de haber elegido un momento en el que pareciera que Israel se lavaba las manos. Sería otra ingenuidad. La situación de guerra y de violencia en la que se encuentra enclavado el Estado de Israel, y en la que tiene parte y gravísima responsabilidad, no va a cambiar tan fácilmente. Si el Gobierno español rompiera relaciones diplomáticas con todos los países que cometen genocidios, tropelías, invasiones, agresiones brutales de los derechos humanos..., España regresaría al gueto, aun partiendo de la suposición gratuita de una absoluta limpieza de pecado por parte nuestra en todas estas cosas. No es el único país de guerra y de violencia con el que España tiene relaciones: entre los que albergan nuestras legaciones y los que reciben visitas de miembros del Gobierno o de muy altas autoridades hay una larga lista de dictaduras, desprecio a los derechos del hombre, agresiones a vecinos, corrupción y caos. Nunca se ha dicho aquí que se deberían limitar o suspender esas relaciones, aunque sí se ha podido pedir cuentas de algunos actos que parecían favorecer situaciones abominables.

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En este tema, como en todos cuantos trata nuestra política exterior, sólo puede haber, una guía real: la de la conveniencia española y la de las posibles ventajas que pueda obtener el Estado español de cualquier hecho diplomático. Si ése es el momento que espera el Gobierno español, el de obtener una contrapartida importante por una acción que puede tener algunas repercusiones entre algunos de nuestros amigos internacionales, convendría que se supiera. En cualquier caso, y en primer lugar, es precisa una definición oficial de lo que piensa el Gobierno español con respecto a Israel y qué condiciones considera necesarias para dejar de sostener lo que no puede considerarse hoy más que como una anomalía. Y también convendría que se supieran cuáles pueden ser las ventajas españolas en mantener la actual situación de desconocimiento. Claramente, no se ven.

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