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La noche en blanco

El sueño produce un duplicado del propio cuerpo que es mucho más real que la realidad sensible a los oídos y los ojos, de forma, que el cuerpo vivo no sería sino su forma cambiante

Detrás del cuerpo que somos, del cuerpo que se contempla desde el exterior, que se refleja en los espejos y que cambia con el tiempo, existe otro cuerpo nuestro que emerge durante el sueño. No tiene edad, parece inmutable, nunca se sitúa en el primer lugar de la escena y siempre nos acompaña. Un segundo cuerpo este que se alza cuando dormimos, se adentra en la noche y permanece en vela. Cuerpo que rompe la corteza de las apariencias y nos remite a un terror insondable del que él es acaso el primer efecto. Sobre esta suerte de entelequia vivísima y real, muy próxima y de laque sin embargo no sabemos nada, discurre el peculiar ensayo de Marc Le Bot, escritor francés, habitual colaborador de la revista Traverse y uno de los autores más relevantes de este tipo de investigaciones directamente apoyadas en la facultad de conocimiento de la escritura.

Durante el sueño, otro cuerpo emerge a la superficie de mi cuerpo y lo duplica: entre ambos hay una separación sensible. Ese duplicado comparece en el momento de adormecerse o cuando sueño dormido, sabiendo que sueño, o cuando sueño con los ojos abiertos, sin saber si estoy despierto o dormido. El doble hace estallar en su superficie las apariencias de mi cuerpo. Advierto las resquebraja duras que ocasiona su violencia, pero él mismo no aparece. Al ser el doble, el duplicado, sin dejar de ser otro, es el mismo e indistinto.Conozco mi cuerpo de vigilia por mi exterior, sujeto a cambios: me devuelven. su imagen numerosos espejos y lo perciben las miradas de otros, miradas que yo mismo percibo a mi vez. Sabiendo lo que sé por obra de los espejos y de los ojos ajenos, ese saber no habita en la superficie cuando es mi propio cuerpo lo que se ofrece a la vista. El saber del exterior penetra en el interior. Cambia según los ojos de los demás y según los espejos. Cambia la idea que me formo de mi cuerpo cuando mi cuerpo cambia con el tiempo. Ese cuerpo mío que se ve desde el exterior cobra forma en mi interior imaginario bajo el peso de las repercusiones múltiples que allí suscita aquello que me toca a flor de piel o me llega por la vista, la nariz, la boca y los oídos; pero también bajo el peso de sensaciones internas llegadas de no sé dónde. Puesto que cambia, es siempre alguien distinto de uno mismo.

Ese cuerpo que no deja de ser distinto de uno mismo no es el otro cuerpo del sueño al que me refería: no es otra cosa que mi cuerpo, siempre distinto, que acude él mismo a su encuentro cada vez que viene hacia sí desde el exterior.

Mi otro cuerpo, que está presente cuando sueño despierto o dormido, es un cuerpo completamente distinto. Al ser imaginario, debería mostrarse estable y duro, irrompible e inalterable como una piedra. Inmutable, pero siempre de paso, transeúnte que hace pasar el tiempo. Está ligado al sueño, pesado, incluso cuando velo. Se encuentra en el interior del interior, duplicado interno que sale a la superficie durante el sueño. Ese duplicado es más real que la realidad del cuerpo, sujeta a cambios según los espejos, las miradas y el tiempo que pasa. Sería incluso anterior a ella, pese a ser su duplicado: sin él, ¿dónde me localizaría, cuando acudo a mí propio encuentro, si no estuviera él allí con su fijeza?

Esa duplicación del cuerpo no es cosa de los espejos ni de las miradas del exterior que uno lanza sobre otro. Doble o duplicado real, mucho más real que la realidad sensible a los ojos y a los oídos, mi cuerpo vivo no sería más que su imagen cambiante. Mi cuerpo real sería el duplicado imaginario. El otro cuerpo no es una imagen. No debe nada a aquello que se ve desde el exterior, o casi nada, o nada que valga la pena. Concreción de adormecimientos múltiples, de sueños sabiamente soñados y de ensueños en estado de vigilia, se encuentra ligado al sueño pesado que nos aferra por la nuca y por las sienes estando despierto o dormido el cuerpo. Incluso en medio de la luz diurna posee la gravidez nocturna de los sueños.

Al parecer, ese doble es un cuerpo sin edad, no es fruto de los recuerdos. Si mal no recuerdo, se conmueve con lo que ocurre en el presente, sin dejar de ser intemporal. Un cuerpo oscuro y sin tamaño, mudo, terco, sin gestos ni escenografía. Habla desde el foro del escenario; se le conoce sólo por sus efectos superficiales, ya que nunca comparece en primer plano, jamás se presenta personalmente en escena. Parece siempre de paso, semejante a sí mismo a través del tiempo. Mi propio cuerpo se tropieza con él a cada paso, choca con él de frente y se roza con él. Ese cuerpo oscuro permanece en vela cuando mi cuerpo duerme o sueña con los ojos abiertos. Ahora bien, ese cuerpo me violenta, rompe la corteza de las apariencias, me infunde un temor insondable, una muchedumbre de temores arraigados en lo más recóndito. Tan sólo él conoce el temor profundo, temor del día y de la noche, pero sobre todo nocturno, pues brota del negro envés del cuerpo.

El temor profundo

El temor profundo es patrimonio del cuerpo, esté despierto o dormido. ¿Hay alguien que despierto no haya temido jamás la potencia del sueño que le asalta con un miedo temible? Ese temor surge también cuando se duerme.

De día o de noche existen temores innumerables. Algunos tienen historia. Se les modela. Se inventan enfermedades, monstruosidades, muertos. Esos temores transcurren entre fantasmas durante las pesadillas. Se saben sus nombres y se habla de ellos. A fuerza de hablar de ellos, se les teme menos. Pero otros temores son demasiado angustiosos, no se dejan domesticar. Se encuentran fuera del tiempo y de las causas. Pertenecen al cuerpo oscuro del sueño dormido y del sueño de los ensueños diurnos. No son ni siquiera ese sueño ni ese cuerpo en bruto que uno se imagina. Son los efectos superficiales de la duplicación corporal, inmutable a través de los tiempos. Son singularidades inestables, cosas nunca vistas que nos saltan a los ojos, cosas inauditas por nuestros oídos o temblores musculares trastornos del interior. Los primeros son los falsos temores, que en mascaran a esos otros que son los que tememos de verdad. Los en mascaran.

Pues bien, uno no puede apartarse de esos temores imprevistos y enmascarados, a los que se tiene demasiado miedo y de los que no se ven ni se oyen más que. los resplandores y los ecos. En ellos busco mi otro cuerpo nocturno, pues imagino que son sus efectos. A veces se les nombra dándoles nombres que no son los suyos, pues carecen de nombres que les pertenezcan. El temor profundo reúne resplandores, ecos, toda clase de fragmentos. Es algo íntimo que no amenaza desde el exterior con un rostro terrible, pero su presencia es inminente, cada cual la lleva en sí mismo. Su presencia se confunde con la del sueño pesado cuando sueño y sé que sueño durante la noche o a plena luz.

La intimidad

Cuando casi tenemos encima a ese desconocido a quien tememos; cuando el sueño, estemos dormidos o despiertos, teme darle forma, ¿quién no desea replegarse hacia sus temores familiares, hacia los temores domesticados almacenados en la memoria? Se llega a conseguirlo. Las singularidades que nos aferran por la garganta no desaparecen, se toman familiares. Lo familiar está forjado con los temores que hemos sentido, que habitan nuestra memoria y en los que nos refugiamos porque tememos demasiado a esos otros temores distintos de los que ya se han vuelto nuestros.

Se extraen de la memoria temores reales y domesticados, se evocan los fantasmas habituales. Pero cuando el miedo a lo inminente se hace más fuerte, destruye hasta las imaginaciones. Nos precipitamos hacia algo más desconocido todavía, con un movimiento tan impetuoso que tal vez alcancemos, más allá, del acontecimiento aterrador, otra intimidad. O lo esperamos. Apartamos la violencia destructora del miedo y sacamos fuerzas de ella apoyándonos en un deseo de supervivencia.

El temor, cuando procede de la intimidad familiar, es el compañero de las horas. Sin él, ¿cómo soportaríamos el vacío de las soledades, los tiempos muertos, los espacios sombríos y todos los tintes que se aproximan al gris? El temor anima esos vacíos, agita sombras en ellos, permite adivinar recovecos y oír ruidos de fondo más allá del alcance de nuestros sentidos. A veces, de puro miedo, provoca, la fuga y crea el movimiento, nos hace avanzar. El temor reanima los cuerpos al borde del desfallecimiento.

Suele decirse que los temores hunden sus raíces en la infancia.

La noche en blanco

¿Quién sabe? ¿Quién sabrá jamás que en uno mismo un niño tuvo miedo en otro tiempo? Se llama infancia aquello que se ha olvidado. O el único temor que se tiene es el de haber olvidado la infancia.A veces son las cosas, y no el cuerpo, las que llevan el miedo en ellas: casas malditas, ciudades extrañas, campos poblados o desiertos; la tierra geográfica en toda su extensión; el cielo y el infinito, que somos incapaces de imaginar y que, sin embargo, podemos concebir. Así como el infinito inimaginable duplica el mundo visible, también el miedo duplica cualquier realidad inidentificable. El temor es el otro respecto de toda identidad, pese a esa confianza que infunde lo idéntico a uno mismo. Ese otro, junto con el temor que se siente, es el otro cuerpo, duplicado anterior a lo que voy sabiendo de mí, efecto del sueño pesado que se cierne sobre mis noches y mis vigilias.

Ahora bien, ¿quién no desearía enfrentarse al otro por temor a no ser uno mismo? El temor al otro cuerpo adormecido, cuando se torna intimidad, temor y suavidad entremezclados, nos hace inalienables: somos el uno y el otro a la vez. Abandonamos un cuerpo de luz solar por otro de noche que estuviera al acecho. Ese cuerpo nocturno del sueño pesado está presente siempre que la noche del cuerpo lo abandona semidespierto. Mala noche. Noche en blanco.

La noche en blanco

La noche en blanco y los tambores de la sangre que baten en las sienes: el negro y el blanco están más allá de los tintes locales cuando se han incendiado los lugares, cuando se carbonizan o se reducen a cenizas; las pulsaciones se desgajan del tiempo por su escansión regular. La noche en blanco querría borrar, a uno con otro, lo visible y lo audible, el espacio y el tiempo. Su negro y su blanco son casi ciegos; están fascinados por los sonidos, por ese ritmo de la sangre cuando bate en las sienes: las escansiones ceden a la ceguera, su tiempo se anula en el negro o el blanco intensos. ¿Quién cierra los ojos durante las noches en blanco? ¿Quién se construye un tiempo, puro o nulo, a la escucha de los sonidos de la sangre, en medio de la infinita repetición del ruido interno?

Uno quiere que se deshaga el cuerpo entero, no sólo a la vista y el oído, en el ritmo y el parpadeo. ¡Que ese cuerpo que penetra desde lejos en el exterior con sus ojos y sus oídos se duerma, mecido! Ese cuerpo con la agitación de sus órganos interiores, y también ese intervalo, ese cuerpo-frontera con su piel y su tacto. Cuando le vence el sueño y ese triple cuerpo se deshace, se debe a la exacerbación de su pluralidad. Al ser tres, su deseada derrota es el paso, el vaivén de uno a otro de esos tres cuerpos. El movimiento es vertiginoso: hay momentos de interferencia y después caídas aquí y allá. La noche en blanco desea el vértigo, que marcha a cuerpo descubierto cuando el sueño acude, pero no se materializa. No se desea el olvido nocturno ni el asombro de las mañanas; no se desea la incautación del cuerpo por los sueño. Permanecemos vigilantes mientras avanza el sueño; queremos contar al mismo tiempo con la presencia y la ausencia de ese triple cuerpo de nosotros mismos, que se persigue y expulsa entre sí mediante movimientos alternos cuando la triplicación se torna vértigo en el columpio del adormecimiento. Desearíamos velar al cuerpo en su sueño: verle ciego, oírle sordo, tocarle insensible. Querríamos experimentar un cuerpo múltiple en estado de transformación, porque estaría fuera del alcance delespacio y del tiempo.

Pero cuando nos dormimos de verdad, con los ojos cerrados, sordos y mudos, con el cuerpo insensible, el sueño que tenernos al adcance de la mano se nos, escapa. El sueño y el olvido que trae consigo, ¿forman límites, infranqueables? El sueño, el olvido, son como la muerte: no son nada de lo que se sepa algo. Pero su advenimiento dota a la imaginación de un más allá desde donde el cuerpo cree percibirse como si alcanzase sus propios extremos. De ahí aue los deseemos tanto, que los obtengamos y que no sepamos nada de ellos.

La fuga

El negro y el blanco de la noche en blanco son cada uno de ellos una fuga hacia límites de sentido inverso, pero que no constituyeran más que uno bajo el efecto de la ceguera. La noche en blanco es el conjunto de dos esperanzas inversas de invisibilidad que se. convirtieran en la misma. Busca lo indivisible, una negrura y blancura idénticas. Esa indivisión es inimaginable. Lo indivisible inexistente sería esto, poco más o menos: en el movimiento en que todo huye hacia lo negro y lo blanco, ¿qué queda? La noche en blanco no es vacío mientras se vela a ciegas. Le quedan vestigios en reserva: el encabalgamiento de los recuerdos, las percepciones nocturnas que no se identifican, la noche de tinta cuando se escribe, la blancura del papel, el despertar de los ojos al alba cuando ésta sobreviene y se querría marcar su umbral. Todo resto es un efecto de fuga. Ése es el efecto del doble movimiento hacia los extremos blancos y, negros de la noche.

Sin fuga no hay noche en blanco: decimos que el sueño huye de nosotros. Si no fuera así, la blancura de que hablo sería una blancura lunar, sin atmósfera en torno a las cosas, sin accidentes de visibilidad, sin interferencias hacia el infinito donde se pierden las identidades. Ahora bien, nos perdemos en la noche en blanco, en la que las percepciones son inseguras. Lo que huye describe en ella líneas de fuga. Sigamos esas líneas hasta el extremo donde se tornan ilegibles: allí veremos una neblina blanca, una vía láctea, una concreción de estrellas. Ese fondo constituirá un agujero sin fondo en una extensión sombría. Allí radica lo indivisible, lo indistinto, lo in6accionable; desde allí se imagina todo: es de ese agujero de donde surgen los sueños. Durante la noche en blanco, cuando el sueño se anuncia y se esquiva, se ve lo que se desea ver.

es escritor.

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