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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una hermosa tragedia de luces y sombras

El danés Carl Theodor Dreyer, uno de los más grandes hombres de cine que ha existido, cuyo filme Ordet -La palabra, rodado en 1954- ha obtenido en varias ocasiones el noble galardón decenal de la crítica internacional A la mejor película de todos los tiempos, cineasta considerado como uno de los manantiales de la espiritualidad de este siglo, sintetizador final de la gran tradición del expresionismo noreuropeo, maestro indiscutible de Ingmar Bergman, Jean-Marie Straub y otros directores básicos para entender el cine más profundo y complejo de hoy, gran trágico de la imagen e introductor del cine en el debate contemporáneo sobre la existencia y la moral cristiana, es en España casi un desconocido.Nació Dreyer en Copenhague en 1889. Trabajó en Dinamarca, Alemania, Francia, Suecia y nuevamente en Dinamarca. Fue autor de una serena, honda y genial -es de esos cineastas, que pueden contarse con las manos, a los que se puede aplicar el término genio sin infantilismo verbal- aventura de la imaginación, que comenzó en 1918 con El presidente y Páginas del diario de Satanás, y finalizó, también en Copenhague, exactamente medio siglo más tarde, en 1968, tres años después de haber terminado su austero filme testamentario Gertrud. Hitos de esta aventura son, todavía en el cine mudo, La Pasión de Juana de Arco, y ya en el sonoro Vampiro, Ordet y Dies Irae, rodada esta última en 1943.

La obra de Dreyer es corta de títulos, pero inabarcable en el alcance de estos, que gravitan como señuelos magistrales en la historia del cine europeo adulto. Y es que Dreyer, antes que cualquier otra cosa, fue exactamente eso: un europeo, un creador cuya creación hunde sus raíces en lo más inexportable de la tradición cultural de este continente, que es precisamente su universalidad. Y como la de Europa, la universalidad de Dreyer está ligada casi vegetalmente a su tierra. De ahí su resistencia a exiliarse, al contrario que la mayoría de los cineastas de su generación y su escuela, a Hollywood.

Desde la subida al poder de Hitler, Dreyer no hizo ni un solo filme -salvo un cortometraje de tipo documental en 1942, sobre cómo ayudar a los náufragos bajo las tormentas; lo que no deja de ser todo un símbolo-hasta 1943, en que rodó Dies Irae, en la relativamente neutral, e indirectamente amenazada por los ejércitos alemanes, Suecia. El argumento del filme, un crípitico asunto de fe, lleno de alquimias psicológicas entre fanáticos luteranos, de caza de brujas en un ambiente de puritanismo protestanen el siglo XVIII, no preocupó a los políticos suecos, que debían con su censura rizar el rizo para no irritar a los nazis. Sin embargo, bajo la parábola religiosa, había auténtica dinamita civil.

En la trágica historia de Absalón, su esposa y su madre, narrada magistralmente por Dreyer, se agazapa la subversión ingobernable de los espíritus libres en un universo sojuzgado. Hay en Dies Irae toda una teoría de la luz en su pugna inagotable contra las sombras, de la libertad en su pugna desigual contra la intolerancia. Los estremecedores momentos finales del filme son uno de esos milagrosos encuentros entre una imagen y una idea, que raramente ocurren y que hacen de Dreyer uno de los pocos creadores contemporáneos en que el intelectual y el artista coinciden plenamente, son uno y el mismo hombre. De ahí que Dies Irae, pese a ser un poema estricto, austero, despojado, sea también un enérgico alegato social y político, una idea arrojadiza.

El filme es denso, grave, hondo, difícil de seguir, de cadencia lenta, matemática, narrado con un estilo vigoroso, pero al mismo tiempo tan leve e invisible que, como dijo en una luminosa intuición el propio Dreyer: "Busco en él dar forma cinematográfica a la presencia de lo invisible". Y después: "Mi filme trata del mal, del poder, que es lo mismo. ¡Hay tanto poder en el mal!". Luz y sombra, libertad e intolerancia, amor y crimen, son los dos vértices de un esquema de tragedia químicamente puro, como si se hubiera escapado en ropajes cristianos del olvidado arsenal de Eurípides. Y es un auténtico filme en colores, en sólo dos tolores, el blanco y el negro considerados como el arco iris completo del horror, de la crueldad, del dolor y de la opresión. Una incomparable imagen del lado oscuro del tiempo de las luces.

Dies Irae se emite hoy a las 20.30 por la segunda cadena.

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