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Una cerillera de 81 años murió amordazada y a la cama por los ladrones

Amelia Castilla

El cadáver atado y amordazado de Rosalía Fernández Méndez, de 81 años, vendedora callejera de tabaco, fue hallado a las 18.30 horas, del pasado jueves en su domicilio de la calle Ponce de León, número 11, piso bajo. El cuerpo de la anciana, que estaba sentada en un lateral de la cama, con los brazos en cruz atados con cuerdas a la cabecera y pies de la misma, fue encontrado por la Policía, que había acudido a la casa avisada por un vecino. Sobre la cabeza tenía un paño, y encima un vestido, a modo de capucha. La anciana había sido amordazada con un pedazo de tela.

Por el momento, según la Jefatura Superior de Policía, se ignoran las causas exactas de la muerte, que debió producirse dos días antes del hallazgo del cuerpo sin vida, aunque lo más probable es que el fallecimiento se produjera por axfisia. El móvil del homicidio, según la policía, parece ser el robo. La hipótesis más extendida sobre su muerte es que la anciana, pese a abrir la puerta de forma voluntaria, se resistió a ser robada. Por ello, la ataron y amordazaron de tal forma que murió asfixiada.La vivienda se encontraba en total desorden y la puerta tenía señales de haber sido forzada, aunque no en fecha reciente. Rosalía Fernández, que no se relacionaba con ningún vecino, debió abrir la puerta a una o más personas. En dos ocasiones, hace más de un año, según manifestaron ayer los vecinos, se habían producido robos en su domicilio, y en uno de éstos se llevaron más de 100.000 pesetas.

"De armas tomar"

La anciana, que ocupaba la vivienda de la calle de Ponce de León hace más de 50 años, ha sido calificada por sus vecinos como una mujer con mucho genio y de carácter irascible. "Era una asturiana de armas tomar", dice su vecina del piso bajo. "No tenían radio ni televisor. Vivía. sola desde que murió su marido, hace más de 20 años, y apenas se trataba con nadie. Era una mujer irascible, que perseguía a los niños porque la molestaban con sus juegos y sus bromas". Pese a la poca relación que mantenía con la gente del barrio, todos la. conocían por el cariño que tenía a los animales, especialmente a los gatos. A diario, Rosalía compraba en el mercado pescado que luego sacaba a la calle para alimentar a los gatos de la zona.

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A los vecinos, que la habían visto por última vez el pasado sábado, no les extrañó lo más mínimo su ausencia. "No hace mucho", afirmó la portera, "desapareció y nadie sabía donde estaba. Luego, cuando volvió, nos enteramos de que había estado en un hospital para operarse de un rodilla". Ningún vecino oyó ruidos o gritos sospechosos.

Rosalía se ganaba la vida, desde la muerte de su marido, con la. reventa de tabaco en la calle. Todos los días salía por la mañana con las bolsas cargadas de paquetes de cigarrillos y una silla, e instalaba su puesto en la esquina de las calles del General Martínez Campos y Alonso Cano. Las paredes de su vivienda son de cemento desnudo, sin pintura. Disponía de los muebles imprescidibles: un aparador, sillas, una mesa y una cama.

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