Holanda gana en Dublín de forma extraña y complica la clasificación de España
Nos metimos los cuatro en el coche de alquiler sin abrir la boca. De pronto, Miguel Muñoz, que ocupaba el asiento junto al conductor, musitó un lacónico, definitivo y sincero "increíble, increíble, qué barbaridad". Vicente Miera, detrás, guardaba diplomáticamente silencio. "¿Cómo puede perderse de esa manera un partido que vas ganando por 20?", preguntaba Muñoz no se sabe a quién. "Increíble, al final incluso pensé que Stapleton iba a marcar un gol en su propia puerta porque se pasó media hora con el balón junto a su portería, sin saber qué hacer. Y perdían por 2-3".El seleccionador estaba reflexionando en voz baja, en torno a ese 2-3 que, ciertamente, de forma incomprensible, arrancó Holanda del Dalymount Park. El 2-0, el 2-1 e incluso el 2-2 otorgaban materialmente la clasificación a España, ya que tan sólo hacía falta ganar en casa a Malta. "Ahora habrá que ir allí (Holanda) a jugárselo todo", musitaba Muñoz. "Increíble, increíble", insistía.
Holanda había saltado al estadio como si no se jugase nada. Una selección muy pobre -al margen de Schrivers, Wingstekers y Van de Kherkof, ninguno ha jugado más de 10 partidos internacionales con la selección grande- se encontró con el típico equipo británico, con hambre de gol, arropado por una afición entregada y poniendo en práctica el clásico esquema británico de abrir el juego por las alas y meter balones a la olla.
Durante 45 minutos, Eire fue dueña y señora del encuentro. Durante 45 minutos, los holandeses no tuvieron ni una sola ocasión de gol. Y para satisfacción de los técnicos españoles, a los 7 minutos Stapleton le hizo un nudo al jovencísimo Silloy y Waddock marcó el primero. Muñoz miró a Miera y los dos sonrieron. A los 20, paradón del gordito y veterano Schrivers a cabezazo de Stapleton. A los 25, remate de Robinson a la escuadra derecha. Los holandeses, asustados, lívidos, cohibidos, minimizados. Los locales, bien dirigidos por Brady, colocaron el 2-0 a los 35, en un claro penalti que transformó Brady.
Eire desaparece
Pero la segunda parte, los últimos 45 minutos, podrían pasar a la historia del desconcierto, del engaño, de la falta de lógica, del confusionismo. El dueño, el equipo que barre, el que gana, el que tiene el partido encarado, desaparece. Se volatiliza. Se convierte en nada, en cuatro defensas que intentan evitar el ridículo, en tres centrocampistas que llegan a esconderse incluso bajo las líneas del campo y en dos delanteros que hacen el más triste papel de su vida. Si no fuera porque estaba allí el mismísimo Joao Havelange, podría incluso pensarse en tongo, arreglo o farsa. Porque, incluso, la primera jugada de ese segundo tiempo dio que pensar. Robinson, tras dejar en el suelo a Shrivers, prefirió ceder hacia atrás, en lugar de marcar, y Silloy despejó cómodamente.A partir de aquel momento, los chavalitos se creyeron la naranja mecánica. Rijvers, seleccionador holandés, colocó a Brocken de extremo derecho y puso toda la carne en el asador. Retrasó a Van de Kherkof, para que Gullit ayudara a Van Basten y Van Enburg. Los tres se convirtieron en la pesadilla de cuatro inofensivos defensas. Brady pasó al olvido y el centro del campo fue holandés. Holanda derrochó energía, pero no tuvo rival. Gullit marcó a los 7 minutos y Van Basten empató a los 22 con un magistral cabezazo. Les quedaban todavía 23 largos minutos para ganar. "Y ahora les meten el tercero", debió pensar Muñoz. Y así pasó. A los 76. Van Basten ridiculizó al defensa irlandés Moran -al que le hizo un gesto de irse por la derecha y salió por la izquierda- y cedió a Gullit, que marcó para ganar.
Mientras todo esto sucedía, el público, como si hubiera visto esta película otras veces, guardaba silencio. Sus jugadores ni corrían ni luchaban ni querían ganar. En el banquillo no hacían nada para evitar la derrota y, mientras, los holandeses iban abrazándose cada 15 minutos. Todo muy raro, muy maquiavélico, muy extraño, muy sospechoso. Muy increíble, como decía Muñoz.
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