El laborismo británico inicia una etapa decisiva como fuerza política capaz de recuperar el poder
El partido laborista británico inicia a partir de ahora, con un nuevo líder, un año que puede resultar decisivo para su supervivencia como fuerza política capaz de Negar de nuevo al poder. El Congreso que clausuró ayer sus trabajos en Brighton supone, pese a sus contradicciones, un comienzo más satisfactorio de lo que cabía esperar, dado, el punto de arranque: una derrota electoral sin precedentes y a los de feroces batallas internas.
Los 2.000 delegados no han introducido cambios notables en el programa del partido, que sigue siendo prácticamente el mismo con el que acudieron a las urnas el pasado verano. Pero lo que ha cambiado, a juicio de la mayoría de los observadores, es la atmósfera. Las discusiones -televisadas en gran parte en directo- tuvieron tonos más apaciguados y prácticamente todas las tendencias repitieron hasta la saciedad la palabra clave: unidad.Ha cambiado también la imagen del líder. Neil Kinnock, que tiene 41 años, transmite una sensación de firmeza y de autoridad de la que carecía su predecesor, Michael Foot. Kinnock procede de la izquierda clásica, como Foot, y no cabe esperar la pronunciada derechización que reclama el ala socialdemócrata, pero muchos delegados del Congreso consideran que logrará imponerse también al sector más radical. De sus intervenciones ante el Congreso y en los rallies (mítines) extraoficiales no resulta posible adelantar cuál es su proyecto personal en los puntos más conflictivos: defensa y economía.
Algunos portavoces radicales comentaban que Kinnock, simplemente, carece de un proyecto. Otros, sin embargo, estiman que su silencio no responde a una falta de ideas, sino a la voluntad de evitar enfrentamientos prematuros y al deseo de preparar cada paso cuidadosamente. Para llevar adelante esta política de prudencia cuenta con algo que muchos de sus predecesores no tuvieron: una mayoría cómoda en el Comité Ejecutivo Nacional que le permitirá en la mayor parte de las ocasiones desarrollar su línea. Los próximos meses serán, decisivos para comprobar si el nuevo líder es capaz de introducir en las acciones del partido la dosis de realismo que él mismo reclama a los militantes.
Kinnock parece decidido a iniciar inmediatamente una campaña de recuperación del partido hacia fuera, es decir, hacia la calle. En su discurso ante el Congreso puso el acento en tres puntos: los laboristas tienen a su espalda una larga historia y muchos años de ejercicio en el poder ("no como los socialistas españoles, griegos o franceses", dijo explícitamente); ha sido y es el partido que conecta con el ciudadano medio británico, más dado a la cooperación que a la competencia que propone la primera ministra, Margaret Thatcher, y ha sido y es, sobre todo, un partido realista, pese a todas las acusaciones en contra. Si es capaz de transmitir esta imagen, el partido podrá situarse de nuevo en la carrera por el Gobierno y cumplir, dijo, con su principal obligación, que es ganar las elecciones.
La piedra de toque de este proyecto de relanzamiento del Partido Laborista sigue siendo la política de defensa, que no ha cambiado un ápice desde el año pasado. El partido laborista británico tiene una gran tradición pacifista y, más aún, ha sido siempre el lugar de cobijo de militantes que en cualquier otro país europeo occidental integrarían las filas no de una organización socialista y democrática, sino de partidos extraparlamentarios más radicales. La definitiva expulsión de cinco dirigentes de la tendencia militant, acusados de trotskismo, fue aprobada por el Congreso sin protestas ni escándalos, como hubiera sucedido hace sólo dos años, pero aún queda en la organización un poderoso grupo que, sin ser trotskista, representa la izquierda dura dentro del Comité Ejecutivo Nacional y que dedica su atención preferente a la defensa del principio de desarme nuclear unilateral e incondicional.
Kinnock, sin entrar en la polémica de fondo, va a intentar llevar la atención del elector, fijada actualmente casi de forma exclusiva en la política nuclear de los laboristas, en puntos concretos relacionados no sólo con la defensa, sino también, y muy fundamentalmente, con la economía y con el desmantelamiento del Estado asistencial. El sistema de seguridad social será el gran caballo de batalla de los próximos meses, y no, ésa es al menos su intención, la destrucción de los Polaris británicos.
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