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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pekín y la política mundial

EL VIAJE de Caspar Weinberger a Pekín, aparte de sus resultados concretos, ha ayudado a poner de relieve un hecho que probablemente tendrá cada vez mayores consecuencias: China ha desideologizado su actitud en las cuestiones mundiales; recupera claramente su capacidad de realizar una política independiente, jugando en los diversos tableros de la política internacional, con un análisis propio de los fenómenos y colocando en primer plano sus intereses nacionales específicos, que está dispuesta a defender con la mayor eficacia. A los analistas, y aún quedan bastantes, que se afanan por interpretar la política china en función de si es la carta de EE UU contra la URSS o viceversa les esperan decepciones y sorpresas, como les ha ocurrido ya en los últimos tiempos en reiteradas ocasiones.Cuando Shultz visitó Pekín en febrero de este año, aún lo hizo con la idea de que una China amenazada por la URSS estaba obligada a aceptar la mano más o menos amistosa de EE UU, encajando los gestos netamente hostiles de la Casa Blanca a consecuencia de las promesas de apoyo a Taiwan hechas por Reagan en su campaña electoral. En realidad, el viaje de Shultz fue un fracaso. China estaba mejorando entonces sus relaciones con Moscú, que ofrecía un pacto de no agresión y la normalización de las relaciones. En una serie de comentarios, sobre todo en la Prensa norteamericana, se empezó a hablar de un nuevo viraje de la política china, que volvía a acercarse a la otra potencia comunista. Hoy, ante el anuncio de los futuros viajes del primer ministro Zhao Ziyang a Washington, en enero, y de Reagan a Pekín, en abril, ¿se reanudarán acaso los comentarios sobre un nuevo viraje de China, en un sentido contrario al de hace unos meses?

Hacen falta otras claves, no derivadas de una visión bipolar del mundo, para entender las cosas: China tiene con EE UU un conflicto serio, Taiwan. Weinberger lo ha vuelto a escuchar durante su visita. Pero el viaje había sido precedido de algunas acciones concretas de EE UU respondiendo a cuestiones que revisten, para China, una importancia vital. En mayo, Washington levantó las prohibiciones para la exportación a China de tecnología avanzada de doble empleo, civil y militar. Representa una apertura fundamental para un país cuya necesidad prioritaria, económica y política, es precisamente modernizar su aparato productivo, y que está resuelto a hacerlo, en todo lo posible, adquiriendo la tecnología de finales del siglo XX. Esa decisión norteamericana es la que a todas luces ha desbloqueado las relaciones. El 19 de agosto se firmó en Pekín un acuerdo que puso fin al contencioso sobre exportación de textiles.

Weinberger ha insistido, durante su viaje en la cooperación estratégica. Es el terreno en el que ha encontrado respuestas más frías. China ha modificado su tesis anterior de que entre las dos superpotencias hay una ofensiva, la URSS, y otra defensiva, EE UU. Considera hoy que cabe atribuir a Reagan una parte, al menos, de la responsabilidad por la elevación de la tensión en el mundo, por la carrera de armamentos. Y contempla con particular preocupación la nueva tendencia a una alianza en Extremo Oriente entre EE UU y Japón, con un fuerte incremento del papel militar del segundo. Tales preocupaciones son, sin duda, un estímulo más para intensificar las conversaciones con los dirigentes norteamericanos en los próximos meses.

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Las contradicciones de China con la URSS son probablemente más sustanciales: se trata de la concentración de tropas soviéticas en las fronteras y en Mongolia; de la ocupación de Camboya por el Vietnam con el apoyo de la URSS; de la ocupación de Afganistán. Estos problemas son objeto de conversaciones bastante activas en Pekín y Moscú. Las relaciones comerciales han crecido apreciablemente. El clima es menos tenso, pero China ha rechazado hasta ahora la propuesta de un pacto de no agresión, por considerar que no se trata de hacer declaraciones de buena voluntad, sino de dar pasos concretos que pongan fin a las situaciones indicadas más arriba, que China juzga inaceptables. La evolución hacia una normalización de las relaciones chino-soviéticas sólo podrá ser gradual y a largo plazo. Hu Yaobang, secretario general del Partido Comunista Chino, ha dicho ante un grupo de periodistas japoneses que será cosa de unos 20 o 30 años. Cada vez se perfila más claramente, y lo acaba de confirmar ante la ONU el ministro de Asuntos Exteriores, una política china inclinada al apoyo al Tercer Mundo y al movimiento de los no alineados y atenta a las corrientes pacifistas y a las tendencias hacia una política europea más independiente.

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