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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La moneda maldita

CALDERILLA VIENE de caldero, el recipiente donde se hacía -se hace- el caldo, o lo caliente. Metal barato, tratado a trastazos. Cacharro a cachos: eso es la calderilla. El uso y la costumbre hicieron que la calderilla fueran antiguamente las monedas de valor inferior a una pese ta. Pero ya no hay monedas inferiores a la peseta. La peseta real se ha convertido en una moneda casi imaginaria. Un pobre de semáforo -la picaresca adecuada a las transformaciones de la tecnología- la arroja al suelo y masculla maldiciones si un automovilista se le da como limosna. En una sala de cine en que se proyectase una película de intriga policíaca, el acomodador que recibiera una peseta como propina repetiría la venganza del antiguo chiste: revelaría el nombre del asesino para arruinar la expectación del tacaño. En los comercios los clientes renuncian a recibirla como cambio o los cajeros se la perdonan condescendientemente a los comprado res que no puede redondear ese pico. No sólo no vale la peseta, sino que se la desprecia. Si se puede seguir usando la palabra calderilla, tras la extinción de la especie metálica que la dio nombre peyorativo, su grey inflacionada recibe ahora nuevos miembros: la moneda de 10 pesetas, la de 100. Que una pieza de 100 pesetas se haya convertido en moneda fraccionaría es algo que explica más la inflación que un grueso tratado de: economía o que un interminable debate parlamentario sobre el estado de la nación. La moneda de 10 pesetas es diminuta, vergonzante, menor que aquella que duplica, que es la de cinco pesetas (el duro, que se ha ablandado, como su propio metal), depreciada y despreciada. La de 100 pesetas no sobrepasa tampoco en tamaño a sus hermanas de menor valor. Es una advertencia para el futuro. Se le ha dado un canto más grueso y estriado, para darle una sensibilidad al tacto, pero la verdad es que se escurre de él. Como pasa sin verse el suave tono) dorado que apenas simula el oro antiguo, de los tiempos en que la moneda valía en metal -el oro, la plata, el caproníquel del real, el cobre de la calderilla- lo mismo que representaba. Hubo una vez unos falsificadores precavidos y tan tímidos que pusieron en su aleación tanta plata como la Casa de la Moneda y sus duros -los sevillanos- siguieron teniendo curso.El oro pintado, el canto estriado, no evitan la confusión. No la siente con su verdadero valor el que la da creyendo por error que entrega una moneda de cinco pesetas; y el que recibe la pieza equivocada se calla, a poco tocado que esté por una cierta necesidad o por el simple gozo de engañar al prójimo o de recibir una propina inesperada. Los diseñadores de la Casa de la Moneda y quienes han aprobado la creación de las nuevas piezas parecen creer que ni siquiera el vil metal que emplean debe despilfarrarse, y han empequeñecido al máximo las monedas. Además de esa avaricia de Estado hay, probablemente, un inconsciente, un freudismo de Estado: la. noción propia de la devaluación, de la insignificancia de la pieza que fabrican con un valor facial que mengua.

Pero, al margen de todo ello, y fundamentalmente, se han creado unos objetos de intercambio que están pésimamente fabricados para esa utilización. La introducción de las monedas nuevas en el mercado se ha pensado mal, se ha realizado mal. Sería necesaria una revisión completa de esas piezas con arreglo a las normas que aplicaron antaño cierta racionalidad en España y en todos los países conocidos, incluyendo el Reino Unido, que en materia de piezas de moneda ha tenido siempre un exceso de fantasía: de mayor a menor, ajustando tamaños y formas a la representación, fuera de equívocos. Ya se sabe que la calderilla es algo inferior, pero siempre ha tenido su respeto. Cuando se introducen en ella valores nuevos, formas y colores distintos, hay que tener en cuenta que existe una circulación previa y que hay que concordar con ella; o, en otro caso, habría que retirar a tiempo la, anterior para introducir el nuevo sistema sin producir perturbaciones y molestias a los usuarios. Las invisibles, huidizas, traicioneras monedas nuevas están contribuyendo, en su medida, a un cierto confusionismo con algo tan importante como es el dinero. Que ya tiene demasiados enemigos elevados para entretenerse también con los pequeños.

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