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Reportaje:Viajes

Donde el río se llama Amazonas

Un inmenso mar de agua dulce, color de tierra, que arropa a Manaus, la ciudad que creció con la fiebre del caucho

Todas las cifras sobran en el momento en que el río aparece a la vista, justo cuando adquiere su nombre más conocido, Amazonas. Como un inmenso mar color de tierra, hecho de limos, barro, árboles flotantes, tantas veces aparentemente inmóvil, ondulado apenas en sus tramos más tranquilos y con el nivel bajo, denso, permanentemente achocolatado, separadas sus orillas en ocasiones por más de 20 kilómetros, el río se convierte en la imagen misma de una naturaleza soñada como imbatible, en ese estado puro hecho de amenazas que nuestro siglo apenas puede vislumbrar. Se llamó primero Apurimac, Ucayali, Marañón, y con el nombre de Solimóes entra en territorio brasileño, amplísimo ya, alimentado con aguas de cientos de afluentes, a menos de 100 metros sobre el nivel de un mar aún tan lejano. Su desembocadura fue avistada por Pinzón justo en el año 1500, pero sólo 42 años más tarde se llegó a sus entrañas. Fue Francisco de Orellana quien descendió por sus aguas, y a su aventura se debe su nombre. Atacado por una tribu de mujeres indias de largos cabellos y casi invencibles hábitos guerreros, el descubridor dio al río el nombre que le inspiró el peligroso encuentro, río de las Amazonas.Manaus, sobre el río Negro

El que pasa junto a la mítica Manaus no es aún el Amazonas, ni tan siquiera el Solimóes. Contaba Julio Verne, quien nunca llegó a verlo, que sus aguas eran negras como la pez, y, como en otros muchos casos, las enciclopedias que consultó con tanta dedicación no le engañaron.

Hoy Manaus es la capital del Estado brasileño de Amazonas y tiene casi medio millón de habitantes. Hace algo más de tres siglos, sin embargo, cuando fue fundada por los portugueses en torno a la fortaleza de San José, apenas era un mínimo poblado. Cuentan -esa leyenda repetida casi sin variaciones en distintas fundaciones del continente- que fue un sargento quien, habiéndose enamorado de la hermosa hija del jefe de la tribu aquí establecida, implantó la colonización portuguesa en plena selva. Con el tiempo no pasó de ser un puerto de importancia dentro de la navegación por ese río que comunica tierras y pueblos.

El milagro del caucho

Mundo hostil e inexplorado, la Amazonia se convertiría en un nuevo Eldorado. Los inmensos tesoros que nunca llegó a descubrir Lope de Aguirre revolucionaron el mundo entero en forma del líquido blanco que manaba del hévéa brasiliensis, el árbol del caucho. Eran los comienzos del siglo XIX y la atmósfera estaba cargada de ilusiones, prosperidad y desarrollo. La selva se vio invadida de seringueiros, buscadores del árbol precioso, taladores de especies no aprovechables, plantadores y extractores. En 1848 Charles Goodyear inventó el proceso de vulcanización, y 40 años más tarde, el famoso Dunlop creó el neumático. El boom del caucho estaba en marcha. Hasta aquella perdida aldea en el corazón de la selva llegaron de Europa los nuevos aventureros a la conquista de un producto más valioso que el oro. Allí donde la vegetación acababa, en las orillas de las aguas negras, levantaron sus mansiones con mármoles hechos traer de Italia y decorados franceses. El dinero manaba de aquellos árboles como un milagro sin fin, al alcance de la mano que poseyera las tierras. Todos los sueños de lujo y riqueza se hicieron durante unos años realidad. Manaus vio pavimentadas sus calles, construidos los edificios más solemnes, más lujosos del mundo, llegar la electricidad, el teléfono y hasta el agua corriente: su conversión en la primera ciudad de América del Sur. La cuestión era poseer las escrituras de las tierras. La lucha estaba situada en la legitimidad de una posesión que años antes tan sólo era de la naturaleza. Desde sus mansiones con balaustrada y estatuas de alabastro, protegidos con mosquiteros y vestidos con ropas que modistos europeos confeccionaban para ellos, los reyes del caucho vigilaban el ir y venir del puerto, el traslado de la blanca mercancía que cientos de hombres extraían en lo hondo de la selva.

Un día Manaus despertó de su sueño dorado. La semilla milagrosa había salido cuidadosamente oculta por obra de un habilidoso colono inglés y trasplantada más tarde en el continente asiático. En 1915 la nueva producción multiplicaba a la de la Amazonia. Era el fin de la gloria, el comienzo del hundimiento. Más tarde vendría el caucho sintético. Imposible ya la vuelta atrás.

El Manaus de hoy

Es una ciudad revuelta, mezclada, que conserva algunas de sus antiguas construcciones junto a edificios nuevos y sin gracia. Su declaración de zona franca, la creación de cientos de comercios no le han podido devolver su imagen gloriosa, aunque sí al menos algo de la pasada prosperidad. Es, sin duda, el puerto más importante del Amazonas y controla la mayor parte del tráfico fluvial. Es, sobre todas las cosas, una ciudad viva, contagiada del desorden de la selva, tropical hasta los tuétanos, envuelta en humedad, en la que todo intento de conservación del pasado es tarea imposible, no sólo por el hábito de sus habitantes formado en la rapidez vertiginosa de los ciclos vitales, sino por la corrosión permanente de la atmósfera.

Dentro de la ciudad: el mercado municipal, una impresionante construcción de hierro, importada de Europa, obra maestra del art nouveau de principios de siglo, con hermosas vidrieras. En su interior, todo de todo, desde hierbas medicinales a frutas de aromas y nombres desconocidos. El teatro Amazonas, la gloria de Manaus, aquel legendario teatro de la ópera en que cantó el gran Caruso, hoy perfectamente restaurado. El Museo del Indio, para conocer las culturas indias del río Negro. Y la ciudad. Los barrios enteros sobre el agua -palafilas-, las antiguas mansiones. Todo. Fuera de la ciudad: el encuentro de las aguas, es decir, el punto en que el río Negro se une al Solimóes, pasando ya a llamarse Amazonas. De densidad diferente, de innegable color diverso, sus aguas discurren paralelas, sin unirse, durante unos 80 kilómetros, en que forman un río de dos colores perfectamente separados. Es recomendable algún paseo por los numerosos igarapés, los canales que parten del río. Se podrán contemplar los gigantescos nenúfares Victoria Regia y se palpará de cerca la Amazonia.

Existe también la posibilidad de hacer caminatas por la selva, todo perfectamente organizado.

Las tarifas aéreas a Brasil siguen siendo caras. Varig le llevará y traerá desde 126.715 pesetas en vuelo regular y un servicio excelente. Para vuelos interiores existe una tarifa realmente espléndida: 330 dólares cuesta el Airpass, que permite moverse por todo el país sin apenas limitaciones. También lo puede contratar en Varig. Más cómodo: hay viajes organizados (El Corte Inglés, Marsans), que incluyen Manaus: 22 días, desde 250.000 pesetas, todo incluido.

El viaje

Los precios en Brasil son realmente bajos para los extranjeros. Con un mercado negro accesible, tendremos la impresión de ser ricos con nuestra pobre peseta y la posibilidad de gastar como si fuéramos los dueños del mundo (habrá que ir, desde luego, con dólares desde España).

Nota importante para todos aquellos que quieran adentrarse en la maravillosa aventura que supone acercarse y recorrer el cauce de este río con reminiscencias míticas y misteriosas: la selva amazónica no tiene ningún parecido con el más frondoso bosque español. Habrá que olvidar la ilusión de jugar a exploradores, a no ser que el viajero lo sea de verdad; y en todo caso, cualquier intento de internarse en ella se hará con ayuda de guía.

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