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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Amar después de morir

EL CASO de la joven francesa que quiere tener un hijo del semen (conservado) de un hombre muerto hace un año, y precisamente de ese hombre que existe/no existe, plantea algún dato más que añadir a la confusión actual con respecto a la maternidad, la paternidad, la herencia (genética, pero también económica y social: de apellido y derechos), la ciencia, la jurisprudencia y el amor (EL PAIS, 9 de septiembre). Es, por tanto, algo más que un caso. La mera casuística probablemente se detendría a examinar las circunstancias directas: la condición de expresa o tácita de la voluntad del difunto, el posible perjuicio a otras personas (herederos legítimos, si los hubiera), participación del Estado (pensión de orfandad o cualquier otro derecho), estatutos concretos del Centro de Estudios y Conservación de Esperma (el Cecos, oficial en Francia) y los problemas concretos de este depósito del licor vital.La elevación a categorías más amplias puede convertirse en un dato más sobre la tensión entre viejas y antiguas morales, sentimientos o sensaciones. El tema mismo de la maternidad está sometido en la actualidad a debates muy duros, incluso en el seno del movimiento feminista. Antes de la guerra civil hubo ya amplios sectores de mujeres que emitían la consigna de "Híjos sí, maridos no", y que ocasionaba el desmelenamiento desesperado de los conservadores. Tuvieron que pasar muchos años, ahogado ese grito junto a muchas cosas más por el triunfo conservador totalitario en la guerra, para que se reconvirtiera -aparecidos los anticonceptivos- en pirecisamente todo lo contrario, en hombres sí, hijos no. Pero hoy el debate sigue abierto hasta en sectores progresistas. El último de los hallazgos adversos a los anticonceptivos ha sido el llamado ecológico, basado simplemente en que el anticonceptivo, químico o mecánico, altera, lo que se supone un equilibrio ecológico perfecto en el cuerpo de la mujer. Hay extremismos que rechazan ya simultáneamente al hombre y al hijo.

El mismo vigor totalitario que aparece entre los partidarios de la mujer como exclusivamente madre y fecundada por un solo hombre se vislumbra a veces en el de la negación de la maternidad en absoluto, de la relación sexual con el hombre o de la posibilidad de orgasmo.

El caso de la joven francesa, y el de su novio que pretende amar después de morir (o lo pretendió, o quizá esté todavía vivo en el frasquito de la fresquera; los enigmas nunca vienen solos), le suma al debate un rasgo tierno y sentimental (siempre que, no lo sabemos, no se mezclen cuestiones sucesorias) al hacer coincidir su deseo de tener un hijo concreto de un hombre concreto con lo que antes de la Reforma se llamaba amor, y en un estadio anterior de la literatura se decía que iba "más allá de la muerte". No es por ello encomiable, pero tampoco es despreciable: cada uno tiene los mitos que quiere, los que le dejan, los que puede. Lo que sucede es que en ese estadio anterior de la literatura -y, por tanto, de la sociedad- el s allá de la muerte tenía una definición concreta de soledad fisica y compañía espiritual; y en el estadio actual, la posibilidad de la conservación de la fuente de vida y de su agarre artificial le dan un valor distinto. No parece, por el caso de esta mujer, que científicos y legisladores lo tengan claro. Quizá puede descubrirse en ellos, y podría hacerse fácilmente, un rastro de machismo: si no está clara la voluntad del hombre que murió, no va a bastar -o no está bastando- con la de la mujer que le sobrevive. Científicos y legistas pueden estar ridículamente adheridos a la idea de que, en cierta forma, ellos también tendrían una responsabilidad paterna sobre lo que nazca. Pero si bien se mira lo único que puede hacer una sociedad civilizada y humana es permitirle a esta mujer que tenga los hijos que quiera y como quiera, siempre y cuando se garanticen los derechos de todo tipo de esos hijos y no se dañen los de ningún tercero. Es ella, y no los legisladores, los moralistas ni las autoridades quien debe tener el valor y el derecho de decidir sobre su propia maternidad.

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