_
_
_
_
Reportaje:

La carrera de armamento llega al golfo Pérsico

La guerra entre Irán e Irak cumple tres años, sin perspectivas de un acuerdo de paz y mientras los contendientes pugnan por destruir los recursos económicos del enemigo y por comprar más y mejores armas

Desde el punto de vista militar, lo más destacado del año que ahora culmina ha sido, junto con el rearme, la masiva concentración de tropas iraníes -alrededor de 400.000 hombres- en la frontera oriental iraquí en torno a las zonas de Qasr-e-Shrin, Mandali y Missan. El propósito del ejército de Jomeini, hasta ahora sin éxito, era el de desplegarse sobre Bagdad. Sólo 120 kilómetros separan las bocas de los fusiles de los voluntarios jomeinistas basidj de los juncos del Tigris a su paso por la capital de Irak. La ofensiva iniciada por Irán el pasado mes de febrero se vio truncada y detenida desde entonces. Al Amara está a tiro del fuego de los cañones iraníes y, por Basora, principal puerto iraquí sobre el Chat el Arab, y la terminal de Fao, ya en el golfo, Irak no puede exportar un solo barril de petróleo.Ello ha hecho a Irak desplazar sus exportaciones de crudo a los oleoductos que expiden su petróleo por Turquía hacia el Mediterráneo. El pasado mes de junio, el ejército iraní, tras alcanzar un cierto control del área central del Kurdistán, y con ayuda de los guerrilleros kurdos pro-iraníes, inició una ofensiva de gran envergadura contra la zona fronteriza septentrional de Hadj Umram, un área montañosa que es la ruta natural hacia los caudalosos pozos petrolíferos de Kirkuk.

La guerra desplazaba aparentemente su centro de gravedad hacia el Norte. Las tropas iraníes, tras enconados combates, se adueñaron de los montes King, pero nuevamente se detuvieron, tras capturar algunas decenas de kilómetros de territorio enemigo.

Golpear los pulmones económicos

Todo aquello no parece haber sido más que un movimiento diseñado por el Estado Mayor de Teherán para cortar la única fuente iraquí de extracción de divisas con las cuales Irak necesita costear la compra de un arsenal lo suficientemente temible como para disuadir a Irán de adentrarse en tromba en su territorio y poner Bagdad bajo asedio.

Cinco aviones franceses Super Etendard, provistos de misiles Exocet para la guerra en el mar, comienzan estos días a engrosar los hangares iraquíes. Todo indica que el centro de gravedad de la guerra baja peligrosamente hacia el golfo, donde las petromonarquías ribereñas se encuentran ya enormemente alarmadas por un desastre ecológico registrado a finales del invierno en Nowruz, y causado por la guerra, que ha ennegrecido e inutilizado las aguas saladas del mar interior para muchas decenas de años.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

En Bagdad llueven las sugerencias de los vecinos árabes para que el ejército de Saddam Hussein aleje las brasas de la guerra del atribulado golfo. Arabia Saudí, padrino principal del tan distanciado ideológicamente ahijado iraquí en esta contienda, se ha comprometido a suplir con su petróleo el pactado por Irak con terceros países, en contratos que la guerra ha impedido cumplir. (En julio de 1982 Irak exportó a España 233.000 toneladas de petróleo. Un año después, fueron 66.000 toneladas las enviadas por Irak a nuestro país. El resto, hasta aquella cifra, ha sido suplido con crudo saudí).

Por ello, Bagdad afronta una muy grave dificultad. Los dirigentes iraquíes saben que mientras Irán pueda sacar por la terminal de Jarq los 2,3 millones de barriles diarios que actualmente bombea, las tropas de Jomeini estarán en disposición de recibir los suministros capaces de permitirles abrir un nuevo frente cada mes, al Norte, al Sur o dondequiera que sea. Los pozos de Kirkuk, último oleoducto iraquí hacia el exterior, están en peligro. Jarq es, pues, el kirkuk iraní y se ha convertido para Irak en un objetivo bélico de primer orden.

Por ello, el Estado Mayor de Bagdad prepara una estrategia en la cual la terminal iraní de Jarq el objetivo central, el más preciado. Pero Jarq está en el Golfo e Irán ha dicho demasiadas veces que si ve su terminal atacada cerrará la garganta del estrecho de Ormuz y cortará la navegación de los petroleros que envían a Europa el crudo de los países ribereños Arabia Saudí incluida. De esta eventualidad al despliegue de la unidades norteamericanas de intervención inmediata no habría más que un paso.

Frenar a Irán pasa, para Irak por llevar la guerra al golfo y destruir la fuente de recursos de Jarq. Pero el principal aliado iraquí, Arabia Saudí, no desea ni por asomo que Irak desplace a sus costas la guerra. Ésta es, para Sadam Husein, la contradicción militar más grave de esta fase de la guerra.

Todos estos factores llevan a los estrategas de Bagdad a buscar afanosamente otra vía, complementaria y alternativa de la anterior, consistente en la provisión de su arsenales con costosos cohetes cuya adquisición le permita plantear una estrategia disuasoria frente a su enemigo, al que amenazaría con arrasar sus principales ciudades, como Teherán, muy lejanas de la frontera, por este medio. Este nuevo giro está dando a la guerra irano-iraquí una dimensión extraconvencional que preocupa en to das las cancillerías del mundo.

En ocasiones, se filtran misteriosas noticias según las cuales diplomáticos desertores aseguran que Irak poseería un arma terrorífica, capaz de dejar Teherán reducido a un montón de hierros en sangrentados. Novelas aparte, los observadores no descartan que Irak cuente ya con cohetes del tipo SS-14, de combustible líquido y cabeza apta para recibir cargas explosivas o nucleares y con un alcance de 4.500 kilómetros.

La carrera atómicá iraquí quedó seriamente dañada tras el bombardeo israelí de la central Osirak en Tammuz, en mayo de 1982, pero a nadie se le oculta que Francia continúa su ayuda nuclear a Irak, al cual París se halla vitalmente vinculado por su dependencia energética y por sus inversiones en el país mesopotámico.

El poder disuasorio de cohetes del tipo citado, pese a que ya hoy han sufrido un gran envejecimiento, nadie puede subestimarlo, pero tampoco son menores las bazas con las que, al respecto, puede contar Irán. Según informaciones obtenidas por este diario, técnicos iraníes construyen actualmente cohetes tierra-tierra I-123, I-124 e I-125, de 200, 500 y 1.500 kilómetros de alcance, respectivamente, y con cargas -incluso nueleares- de hasta una tonelada, con giróscopos e inerciales fabricados íntegramente en Irán.

Con este arsenal, completado con el de armas convencionales compradas en el mercado de Singapur, también Teherán está en disposición de arrasar Bagdad, amén de otros desarrollos derivados de las investigaciones nucleares que un misterioso profesor universitario de Ispahán, con acceso al mercado negro internacional de plutonio, despliega a marchas forzadas desde hace más de un año a través de un plan ultrasecreto.

Washington y Moscú, encima

Desde el punto de vista de los alineamientos internacionales, lo más destacado del año ha sido el progresivo distanciamiento entre Irán y la Unión Soviética, incentivado por la proscripción total en Irán, el pasado mes de abril, del Partido Tudeh, comunista, tras la detención en febrero de sus principales dirigentes y de más de 6.000 militantes, a algunos de los cuales se les ha hecho confesar actos de espionaje a favor de Moscú.

Este distanciamiento entre Moscú y Teherán, al que hay que añadir la expulsión de 18 diplomáticos soviéticos de la capital persa, coincide con una aproximación entre Bagdad y el Kremlin, materializada con la reanudación de los suministros de repuestos bélicos y pertrechos soviéticos hacia Irak, a raíz de la llegada al poder de Yuri Andropov.

Es destacable, asimismo, la creciente mejora (vía Riad) de relaciones entre Irak y Estados Unidos -la sección de intereses norteamericanos en Bagdad ve crecer a diario su plantilla- y, curiosamente, el amortiguamiento de las tensiones entre Irán y la Administración Reagan. La hostilidad mutua entre iraníes y norteamericanos, una constante a lo largo de los cuatro años de revolución islámica, parece haber dado paso a actitudes mutuas más pragmáticas, a tenor, sobre todo, de la dependencia técnico-militar iraní respecto a Estados Unidos, que armó de punta a cabo al Ejército del derrocado sha, heredado por Jomeíni. Se sabe, por otra parte, que en la cumbre occidental de Williamsburg, la atención de los reunidos se ha vuelto a centrar sobre Irán, cuyos emisarios han encontrado audiencia. El sha tuvo menos audiencia en la cumbre de Guadalupe, en mayo de 1978.

Puertas adentro, el régimen de Jomeini se ha visto estremecido por los albores de lo que será sin duda el trauma de la sucesión del imán, que habrá de ser resuelta por un Consejo de Expertos, Jobregán, elegido este año y muy dividido en su seno y sus opciones. Muchos temen que la muerte de Jomeini (este año ha entregado su testamento político) pueda plantear el inicio de la agonía de su régimen.

Y ello en virtud de la falta de realizaciones revolucionarias concretas, distraídas por una dramatización circundante que no ha cesado desde el primer día de la llegada del anciano imán al poder y sesgada por profundas contradicciones entre intérpretes distintos del tipo de islamismo, de política pues, a aplicar en Irán. La inflación frisa el 40% y el paro es en Irán de 3 millones en una población activa de unos 15, si bien la guerra permite ocultar sus niveles reales.

El pulso de Sadam

Sadam Husein ha sufrido, por su parte, los efectos de la caída sobre sus hombros de las responsabilidades derivadas de su inicio de esta guerra, sobre todo por las terribles cargas económicas que en un país rico como Irak la contienda ha impuesto.

Sin embargo, el beduino de Takrit, Sadam, ha visto parcialmente consolidado su régimen, no tanto por éxitos espectaculares de tipo político o militar, cuanto porque su desaparición de la arena política supondría, inevitablemente, la colocación de Irak en una situación muy desventajosa, precaria y debilitada. Ceder a la exigencia de Jomeini de retirar al "ateo Sadam" de la escena política para zanjar la guerra significaría para Irak la apertura de una ristra de peticiones por parte del imán que mermarían, irreversiblemente, la soberanía iraquí.

Hace un año nadie apostaba un dinar por la permanencia de Sadam Husein al frente de Irak. Hoy, la culminación de la guerra, por las armas o por la paz, parece pasar por su apuntalamiento al frente de los designios de su país. Su habilidad hacia los aliados ha sido evidente, sobre todo respecto a los saudíes y al Egipto del imprevisible Hosni Mubarak; conserva del rey Hussein la difícil disponibilidad del puerto Jordano de Akaba y ha logrado superar sin traumas el alejamiento entre la rama iraquí y la rama siria del partido Baas, gobernante en ambos países.

"Diga usted al presidente iraní que, si él puede, finalice esta guerra cuanto antes", dijo el presidente iraquí a un grupo de periodistas españoles a finales de enero en Bagdad. "Sadam Husein es un criminal de guerra. Nada tenemos que negociar con él", fue la respuesta dada por el presidente iraní, Sayed Alí Jamenei a este periodista en Teherán.

Nada permite suponer que la guerra irano-iraquí vaya a finalizar a corto plazo. Sí hay indicios, por el contrario, de que con su ritmo singular se intensifique por la senda de la incorporación a los arsenales de ambos bandos de toda una parafernalia de cohetes de un creciente poder de mortandad y destrucción. Todo el Oriente Próximo puede convertirse en un verdadero infierno, si la paz, cada vez más distante, no lo remedia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_