Sindicato y partidos en el Reino Unido
EL CONGRESO que las Trade Unions acaban de celebrar en Blackpool es probablemente el más importante de esta organización en los últimos 20 años; ha tenido que hacer frente a una situación nueva, marcada por la perspectiva del mantenimiento en el poder de un Gobierno conservador en los próximos cinco años, una gravísima crisis económica y la derrota sin precedentes sufrida por el Partido Laborista en las elecciones generales el pasado 9 de junio. El congreso de Blackpool ha sido en cierto modo el reflejo, en el plano sindical, del terremoto que supusieron dichas elecciones para el movimiento obrero británico. Hace falta recordar que los laboristas, al obtener el 28% de los votos, se han colocado en el nivel electoral más bajo desde 1918. Por otra parte, el porcentaje de la coalición socialdemócrata-liberal, que en este caso era el tercer partido, quedó muy próximo al de los laboristas, aunque esa proximidad no se traduzca en el número de diputados elegidos, como consecuencia del sistema electoral británico.En el Reino Unido, el tipo de relación existente entre sindicatos y partido obrero es muy diferente al de los países latinos. Hasta 1906, las Trade Unions tenían simplemente un comité para la representación obrera, que cumplía funciones políticos en el marco de los sindicatos. En el año indicado, dicho comité adoptó el nombre de Labour Party (Partido Laborista) y se convirtió en un partido político con existencia propia. Sin embargo, ese origen histórico común sigue influyendo la estructura actual: la financiación del Partido Laborista depende en un 80%. u 85% de las aportaciones de los sindicatos; en los congresos del Partido Laborista, los sindicatos asisten con un peso considerable, y sus votos son muchas veces determinantes. Era, pues, inevitable que los serios interrogantes que la derrota laborista ha suscitado sobre el futuro de la izquierda en Inglaterra tuviesen su reflejo en el seno de los sindicatos. Además, al reunir su congreso, las Trade Unions tenían que enfrentarse también, y quizá en primer lugar, con serios problemas internos, empezando por el del descenso de afiliados: en los últimos cuatro años, de 12.500.000 a 10.500.000, es decir, una pérdida de casi el 20%.
En función de esos diversos factores, el congreso de Blackpool ha operado un cambio que cabría definir, grosso modo, como un viraje a la derecha. Ello se ha traducido principalmente en una decisión más bien coyuntural: la de aceptar negociaciones con el ministro conservador Tebbit, y en una decisión cuyo impacto puede ser a más largo plazo: la de aceptar una posibilidad de distanciamiento del Partido Laborista; incluso la eventualidad de que las aportaciones financieras de los sindicatos puedan no ir exclusivamente a dicho partido. Sobre el primer punto, aceptar negociaciones con el Gobierno era una medida casi inevitable. La gravedad misma de la crisis obliga a los sindicatos a intentar presionar sobre el Gobierno, a demostrar al menos que quieren hacerlo. Una actitud de simple apoyo a una alternativa laborista, hoy lejana y muy hipotética, alejaba a las Trade Unions de una gran parte de sus afiliados, preocupados en primer lugar por problemas económicos inmediatos y angustiosos.
En cuanto a la actitud de flexibilizar las relaciones tradicionales con el Partido Laborista, ha tenido ya repercusiones en el congreso que acaba de celebrar el partido socialdemócrata. Éste ha decidido mantener su alianza, pero no ir a una integración o fusión con los liberales, decisión que facilita indiscutiblemente la posibilidad de que las Trade Unions resuelvan, en un momento dado, apoyar a dicho partido, y no exclusivamente, como hasta aquí, al Laborista. Sería erróneo, no obstante, interpretar el viraje a la derecha de los sindicatos británicos de una manera unilateral: en una serie de cuestiones, sobre todo de política internacional, el congreso de Blackpool ha reafirmado las posiciones que el movimiento obrero británico viene defendiendo en los últimos años: se ha pronunciado, en particular, por el apoyo al movimiento pacifista y por el desarme nuclear unilateral del Reino Unido, y asimismo por su retirada del Mercado Común.
La actitud de los sindicatos influirá sin duda en que el próximo congreso del Partido Laborista -enfrentado con la crisis de su dirección y la necesidad de elegir un sustituto de Michael Foot- represente un avance de los sectores más moderados y realistas, que prevalezca la interpretación de la derrota sufrida en las elecciones de junio como debida a un izquierdismo excesivo. Pero es dudoso que el laborismo, con unos u. otros remedios, logre recuperar el lugar tradicional que ha tenido en la política inglesa.
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