El síndrome del paro
A veces, los grandes problemas que aquejan a nuestro país parecen formar parte constitutiva de nuestra peculiar manera de ser. Desde que España se configura como Estado moderno en el siglo pasado hemos estado sufriendo las entradas y salidas de los militares en la escena política, y más de un ilustre observador tiene la sensación de que detrás de cada crisis hay un golpe de Estado latente. Con el paro, según afirma el autor de este artículo, nos pasa algo parecido.
XAVIER GARCÍA CASSANYES
M.,
Avalados por una desfavorable situación internacional, nos hemos acostumbrado al paro como a una lamentable epidemia que va carcomiendo los cimientos de nuestra sociedad, y aún lo más grave es que no se busca ningún antídoto eficaz, conformándonos con arbitrar medidas de contención y aislamiento.En estas dos últimas décadas se han estado vertiendo centenares de kilos de tinta especulando con aquella caída de Occidente que nos anunciaba Spengler; pero todas las reflexiones que se han desarrollado a partir de la constatación de la, pérdida de protagonismo del Viejo Mundo en la dirección de los destinos del Globo sólo han sido tomadas como lucubraciones más o menos virtuosas por una clase política demasiado altanera como para reconocer humildemente su incapacidad para la comprensión del fenómeno de nuestro tiempo y con demasiados humos como para desprenderse de su geocentrismo.
A estas alturas de la crisis, a pocos se les escapa que el paro es una circunstancia del sistema económico. Para algunas, doctrinas económicas será el pago a un desarrollo; para otras, una lacra social.
Para las dos pienso que es un ,problema que debe resolverse desde la inteligencia, es decir, desde la comprensión intrínseca del problema.
La original situación económica de la década de los ochenta es que el paro no va a bajar ya más de cotas del 10%, a no ser que nos planteemos una profunda revisión de nuestra organización económica.
La informatización de los procesos de producción está significando una transformación mucho más profunda que la aparición de la máquina en épocas pasadas. Hoy, la capacidad, productiva es muy superior a la de consumo y la demanda de puestos de trabajo tiende a la baja.
Renovarse o morir
Ni el envejecimiento de la población ni las actividades económicas derivadas de lo que ya se está. llamando la cultura del ocio van a ser capaces de mantener un nivel, de empleo comparable al que gozábamos antes de la crisis. Con este estado de cosas, o nos atrevemos a profundas transformaciones o esto se hunde.
A pesar de todo, participo de la visión optimista y no creo que la solución nos venga de la socialización o de fórmulas intervencionistas de uno u otro signo.
Estoy convencido de que un millón de mentes piensa más que 100, y, por tanto, estoy seguro de que la libre iniciativa encontrará las salidas alternativas a la situación.
Pero para que la imaginación suba al terreno de lo práctico es preciso que las instituciones del Estado, en primera instancia (porque existen, lamentablemente, en demasía), den el primer paso en esta línea creativa.
El trabajo no es un castigo
Por supuesto, no voy a caer en la tentación de apuntarme a tal o cuál receta, aunque sólo sea porque no soy econornista, pero sí me atrevo a decir que esas transformaciones no deben estar tanto en reconversiones en jubilaciones adelantadas, en empleos comunitarios, en facilidades crediticias, que son medidas estimables, como en la necesidad de un cambio de perspectiva de la actividad económica en general.
La reflexión que pretendo hacerme en este momento es que es preciso transmitir al ciudadano que el trabajo es una componente social, y no un castigo divino, y, sobre esa base, cambiar la misma organización de¡ tiempo laboral. Que el hombre tenga su edad laboral desde los 16 hasta los 65 años me parece una rara racionalización del rendimiento.
Aumento del ocio
Me parecería más lógico lo que ya algunos especialistas han apuntado: que los tiempos de trabajo sean establecidos a partir de las necesidades de la sociedad del próximo siglo XXI, reduciendo la jornada laboral, modificando el período semanal por períodos más largos, evitando excesivas rupturas del ritmo de trabajo, creando espacios más largos de ocio y de forma continuada.
Aprovechando períodos de inactividad laboral cada 10 años para descansos y reciclajes que permitan una constante adaptación a una sociedad que cada vez es más compleja.
Pienso que la salida a la crisis y el paro está en consideraciones globales dila actividad económica y social, desterrando conceptos típicamente economicistas que se demuestran incapaces de dar salida a nuestra situación, so pena, claro está, de que se nos .ocurra montar una guerra generalizada.
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