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Tribuna:
Tribuna
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Lo carnal

Cuando ellas aseguran que les gustamos, sienten, por lo general, que les gustamos. Pero ¿qué quiere decir que les gustamos? Esa mirada buida, esa barba cerrada, ese ángulo del codo soleado al conducir, incluso esos muslos tan bien constituidos que asoman por el pantalón de tenis. No cabe duda de que están refiriéndose a algo físico. Pero, decididamente, ¿experimentan una pasión carnal? ¿Se les llega a ofuscar el entendimiento y nos asaltarían sin reflexión, siendo nuestro cuerpo para ellas una turbación inaplazable? No es seguro. Nos aman, nos adoran, frecuentemente nos ceden la última aceituna rellena que queda en el plato, pero a la vez su amor es un tejido demasiado mixto donde no se sabe en qué punto termina la ternura y la pasión comienza, dónde se encuentra esa presunta excitación en crudo. Cierto: más de una vez se abalanzaron con desenfreno, pero al instante se vislumbró también que su arranque era como un cebo para reclamar nuestro ardor más que para cumplir obsesivamente el suyo.Obsérvese, por ejemplo, cómo acarician esa zona corporal que nos alaban. La punta de sus dedos ingrávidos recorre circuitos y circuitos interminables. Sería necesario haber alcanzado el autodominio hiperestésico de los faquires para dar cuenta de la magnitud de este femenino tesón sin término. No siendo así, y dispuesto a seguir el experimento en actitud pasiva, más le vale a uno que suene el teléfono o llamen al timbre. Sin ese azar, su caricia se convertirá a menudo en un reclamo al que nuestra caricia responde y la excede hasta invertir el enunciado objeto del deseo. Es decir, les gustamos, pero parece que les gustemos menos como lugares de arribada que como vehículos para albergar su pasión y devolvérsela elocuentemente procesada.

VICENTE VERDÚ

G., Lisboa

Nadie quiere ser avasallado, pero en este ámbito del sexo, quien no experimenta a su cuerpo como un objeto capaz de desencadenar un gozoso simulacro de violación no adquiere nunca la convicción de ser rotundamente deseado. Esta es la miseria de los hombres. Las mujeres, cuando sienten que gustan a un hombre, saben, tienen la evidencia de que su cuerpo es un festín para el amante. Sin embargo, ¿cuándo puede -o podrá- decir lo mismo un hombre?

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