La energía como ideología
La era atómica no parece posible sin la edad de piedra. Un informe del Gobierno bávaro sobre centrales nucleares se remonta a un pasado muy lejano: "La energía. Todos la necesitamos. Todos la utilizamos. En la edad de piedra, cuando los hombres descubrieron que se podía hacer fuego frotando pacientemente dos trozos de madera, liberaron energía. Hoy utilizamos el carbón, el petróleo, el gas y el uranio, en principio, del mismo modo: transformamos la energía que contienen en lo que necesitamos: en calor, en fuerza, en luz. La energía es la base de nuestra vida". Se buscan los antecedentes de nuestras centrales nucleares incluso en la edad de piedra; se traza una línea recta desde el pico hasta el reactor nuclear para ensalzar nuestra época, que desarrolla lo qué los hombres parecen haber deseado siempre: liberar la mayor cantidad posible de energía. La imagen que la época moderna tiene de sí misma se basa en el mito de la continuidad; lo que hoy predomina, por grandioso que sea, parece, en principio, haber existido siempre.La energía, un hallazgo social
WOLFGANG SACHS
ARANGUREN
Al igual que Lutero negó al Papa la continuidad en relación con la Sagrada Escritura, el movimiento reformista que se dirige contra la religión de la cultura industrial también tendrá que romper este mito de la continuidad. La idea de que la historia no ha estado impulsada siempre por los mismos anhelos y de que nuestro mundo es el resultado de una ruptura con el pasado surge de la necesidad de prolongar inconscientemente el presente en el futuro. Quien desee hallar un camino para salir del conglomerado de las crisis actuales hará bien en considerar nuestro mundo del mismo modo, en que la etnología considera a una tribu indígena: asombrándose, buscando el origen de las costumbres más singulares. ¿Qué aspecto tiene el problema energético desde este punto de vista? Resulta sorprendente: el concepto de la energía no es viejo todavía; a partir de 1850 comienza a ser usual en el lenguaje y transforma la visión que los hombres tienen de la naturaleza. De pronto, entre 1840 y 1850, una serie de científicos comienza, independientemente unos de otros, a aplicar el término energía a fenómenos naturales como el calor, el movimiento, la electricidad. Una serie de descubrimientos de laboratorio habían demostrado que estas fuerzas se podían transformar unas en otras sin desaparecer. Todos los procesos naturales parecían tener su origen en una fuerza única e indestructible que enlaza todos los fenómenos naturales y explica su incesante dinámica. Pero, ¿según qué modelo hay que entender el carácter de esta fuerza?
Desde hacía mucho tiempo venía actuando la mano de Dios y se entendía la naturaleza como un sistema mecánico. Así, por ejemplo, se recurría al reloj como metáfora y se equiparaba la naturaleza a un engranaje en continuo movimiento cuyo creador, al igual que el relojero, lo hubiera ordenando, según sus sabios designios. En la época a que nos referimos el entusiasmo lo provocaba otra máquina: la de vapor. Pues si bien no era tan elegante como un reloj, resultaba sumamente útil: podía trabajar incansablemente y el hombre sólo tenía que vigilarla. Estas máquinas tuvieron un rendimiento inesperado al transformar el calor en movimiento. ¿No se estaba a punto de entender también otros procesos naturales según este modelo? ¿No estaba ahí para trabajar para el hombre y su progreso? Al concebir la naturaleza como una máquina que trabaja, se despejó el camino hacia una interpretación de la energía como la capacidad de realizar un trabajo y hacia la medición de sus efectos en cuanto trabajo mecánico.
Así, el concepto científico de la energía surgió de una imagen histórica de la naturaleza, de una imagen en la que ésta aparece como una inmensa fuente de fuerza que está al servicio del hombre en forma de energía mecánica, eléctrica o térmica. No se descubrió de repente la energía en la naturaleza, sino que a esta última se la contempló desde una perspectiva en armonía con el espíritu de la época industrial, al aceptar que en ella la energía actúa por doquier; la utilización de la energía es fundamentalmente un hallazgo social.
Toda imagen de la naturaleza expresa lo que una sociedad considera importante y a lo que aspira; constituye la proyección de una imagen de la sociedad. Cuando se considera que la esencia. de la naturaleza radica en que encierra la posibilidad de ahorrar trabajo, entonces es que éste debe haberse convertido también en un valor prominente en la sociedad. En realidad, a partir del auge del pensamiento económico moderno, en la segunda mitad del siglo XVIII se produjo un cambio de valores: mientras que a lo largo de los siglos el trabajo había, estado subordinado a la contemplación o el arte, en la concepción económica del mundo se convierte en el rey de todas las actividades. Esta coronación se debe a una característica peculiar: el trabajo, según los economistas de aquella época, tenía capacidad para crear nueva riqueza, era una fuerza productiva. Pero, ¿por qué centrar en la producción todos los esfuerzos encaminados al progreso? Porque al pensamiento económico le persigue el fantasma de la escasez. En esta idea existe la amenaza de que se produzcan crisis y violencia si no aumentan los bienes y no se amplían los mercados, ya que los hombres no verían satisfechas sus necesidades. Por último, los hombres se encontrarían en un aprieto: siempre desean más de lo que pueden producir con sus propias fuerzas. Desde esta perspectiva se considera al hombre como un manojo de deseos que ansía insaciablemente nuevos bienes. El objetivo de la economía consiste en luchar contra la constante amenaza de la escasez de bienes. Y este objetivo se convierte en una promesa en cuanto se consigue poner a trabajar a las gigantescas fuerzas de la naturaleza e incorporarlas a esta lucha. Cuanto más dominadas estén sus fuerzas más cerca nos hallaremos de una sociedad sin sudor ni lágrimas. Energía significa contemplar la naturaleza a través del cristal de la economía moderna; no se puede hablar ya de la edad de piedra.
Energía-vida intensa
A comienzos del siglo XX el entusiasmo por la energía ya había trascendido hacía tiempo las cuatro paredes de los laboratorios científicos y excitaba los ánimos de las masas. En todas partes se admiraban con asombro máquinas fascinantes que utilizaban la energía de la naturaleza y, con la fuerza obtenida, incrementaban extraordinariamente las capacidades del hombre. Y en torno a estas máquinas surgieron nuevas necesidades y sensaciones: se generalizaron nuevas ideas sobre una buena vida, según las cuales resultaba natural el callado trabajo de las máquinas.
Consideremos, por ejemplo, el automóvil. Está muy por encima de la naturaleza orgánica; cuando se agotan las fuerzas de los caballos o de los hombres, el motor de combustión sigue rugiendo incansable. Contando con tanta fuerza surgen nuevas posi-
La energía como ideología
Viene de la página anteriorbilidades de experimentar el poder, de disfrutar de la velocidad, de vencer al rival; cuanta más potencia tenga el motor, más se ensoberbece el yo. Los nuevos estilos de vida se convierten también en costumbres: el camping y el surfing hacen tan necesario el automóvil como los supermercados o los asentamientos suburbanos.
O pensemos en la lavadora. El confort técnico promete liberar a los hombres de las fatigas corporales. El ama de casa puede trabajar con las manos cuidadas, sin callos; llama la atención su alegre elegancia, no su espalda encorvada. Hay menos exceso de trabajo, pero apenas se dispone de lavadora surgen nuevas normas de higiene y modo de vestir que consumen de nuevo el tiempo y el esfuerzo ahorrados.
Así, los modelos de la movilidad y el confort se basan en las máquinas que aprovechan las fuerzas de la naturaleza. Apenas se dispone fácilmente de energía aparecen también nuevos deseos y anhelos: las tecnologías basadas en el uso intensivo de la energía crean modos de vida basados asimismo en un uso intensivo de la energía, la amenaza de la escasez aparece a un nuevo nivel.
Las dos caras de una sociedad con bajo consumo de energía
A partir del año 1973 entra también en decadencia el significado metafísico de energía, ya no existe coincidencia en cuanto a la imagen de la naturaleza y de la sociedad consciente de la energía. Sin embargo, los amigos de la energía nuclear todavía tienen la palabra: su indestructible confianza surge de la creencia de que sólo la economía del plutonio puede sacarnos a largo plazo de la crisis económica. Este sueño de una fuente inagotable de energía, que resurge con los ambiciosos planes de la economía del hidrógeno, impulsado por las potentes centrales solares instaladas en el Sáhara, ha sido enterrado por los defensores de una sociedad con un bajo consumo de energía. Sin embargo, ellos siguen también dos caminos diferentes: unos intentan acabar con el fantasma de la escasez mediante una nueva generación de tecnologías, mientras que otros intentan reducir las relaciones de mercado para frenar la espiral de la crisis.
En la primera opción se trata de contener el derroche de energía mediante su utilización racional e introducir a largo plazo fuentes de energía renovable. Se trata de mejorar el rendimiento de las instalaciones de calefacción, de que la electrónica reduzca el gasto de gasolina, de que mediante la planificación y las técnicas de regulación se optimicen los sistemas de relaciones regionales. La energía fotovoltaica y la biomasa también prometen soluciones descentralizadas en lugar de megalómanas. La microelectrónica y la biotecnología constituyen las tecnologías más limpias y adecuadas para aprovechar la energía con eficiencia. Esta perspectiva representa también la base de una nueva imagen de la sociedad y la naturaleza; el modelo ya no es la máquina que trabaja, sino el circuito regulador cibernético. El ideal oculto es la sociedad sintonizada, en la que todos los procesos técnicos y sociales están tan regulados por elementos electrónicos que pueden transcurrir continuamente sin desgaste ni derroche. Menos energía gracias al impulso de nuevas tecnologías: con este lema se atenúa el problema de la energía, pero se agudiza el de la escasez.
Con respecto a la segunda opción, se plantea la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que se produzca el tránsito a una sociedad de bajo consumo de energía sin encadenar más a los hombres a los mercados mediante las nuevas tecnologías y la planificación? La creación de nuevas relaciones de mercado traería consigo nuevas necesidades, nuevas dependencias; esto es, accionaría la espiral de la escasez. Sólo cuando se inicie el tránsito hacia una sociedad con menos interacciones económicas, en la que las necesidades no se orienten tanto hacia la demanda de bienes de consumo y los recursos estén al servicio del autoabastecimiento, se podrá confiar en que se atenúen los problemas de la energía y de la crisis. Si con la contracción del mercado desaparece la fría estrella de la escasez, entonces pierde también su valor la energía, pues ya no está en juego la capacidad de trabajo de la naturaleza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.