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Una cuestión de la mayor importancia

Convergencia Democrática de Catalunya se ha pronunciado claramente, a través de un portavoz autorizado, sobre la denominada guerra de las banderas. "Estamos en un Estado de Derecho y la legalidad debe cumplirse", ha manifestado de manera concluyente. Los convergentes, que son fieles guardadores de las esencias catalanas, saben, además y tanto como el que más, que no estamos tan sólo ante un problema de Derecho. Pesan los factores emocionales, con los cuales no se debe jugar. Por mucho que piensen al revés los que viven o sueñan en mundos ideales apartados de la realidad, el valor de los símbolos no es una cuestión trivial. Todo nacionalista entiende que no es permisible la ofensa a la bandera. Y si así piensa el nacionalista catalán, como quedó de mostrado -por no ir más Iejos- ante la provocación de que fue objeto la senyera en las pasadas elecciones municipales, fácil es imaginar el estado de ánimo a que dan lugar los incidentes del Norte y algún otro esporádico, sucedido fuera del País Vasco, entre los que se consideran nacionalistas españoles -que no son pocos- y muy particularmente entre las filas del Ejército, donde el culto a la bandera y a la patria es una, misma cosa.¿Cuándo aprenderemos todos, empezando por alcaldes y concejales del Norte, que las banderas no son meros instrumentos de protesta y que lo mejor es dejarlas quietas en el lugar que les corresponde, de acuerdo con esa ley de leyes que es la Constitución? Pues según qué actos o gestos de pretendida gallardía encienden chispas, con peligro de convertirse en trágicos siniestros que no dan siquiera tiempo a arrepentimientos pueriles y ridículos. Las protestas, las más de las veces, no resisten un análisis sereno, como son las quejas de insuficiente libertad en este período de libertades, sin precedentes en toda la historia de España.

¿A qué clase de libertad aspiran los qud hoy, atentando contra la bandera española, se quejan de falta de libertad? A la libertad, seguramente, de monopolizar el poder y de someter a los demás a la intransigente dictadura de un fanatismo minoritario. Esto, por suerte, lo entiende perfectamente la inmensa mayoría del pueblo que, llegada la hora de ir a las urnas, niega su voto a este género de facciones. Pero el peligro está en el eco y la indignación que originan estos incidentes en las esferas militares, tal como se está detectando estos días. De esto tenemos ya constancia escrita. De hombres de uniforme que alzan también su protesta contra unos actos que, a su modo de ver y de sentir, ya no pueden calificarse de simples gamberradas.

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Todo esto -como se ha advertido estos días- no es una cuestión menor. El Gobierno ha tratado de desviar la atención promoviendo informaciones sobre otros hechos, sin duda importantes, pero que no quitan gravedad a las que generan los enemigos del sistema democrático y constitucional. El gesto del ministro del Interior, paseando placenteramente por la Concha donostiarra, es muy encomiable y así lo hemos hecho constar, pero es a la vez tristemente significativo que tenga que concedérsele excepcional valor al hecho de que uno de los hombres de Estado dotados de mayor seguridad, se tome un par de días de vacaciones en San Sebastián. Como también resulte ser noticia que en la fachada del Ayuntamiento bilbaíno ondeen las banderas del Estado y la autonómica, cosa la más natural del mundo( ... )

Este asunto, insistimos, es mucho más serio de lo que a primera vista pueda parecemos, ya que la razón asiste a quienes piden el respeto a las normas constitucionales. Ya que entre ellos están precisamente quienes tienen por esencial deber hacerlas respetar. De ahí que las últimas manifestaciones de Manuel Fraga se nos antojan no sólo oportunas, sino dignasde ser oídas en las alturas, sin dar largas y esperas a la apertura del Parlamento. (...)

El señor Fraga no dice ninguna barbaridad cuando opina que "es necesario hacer uso de todos los recursos constitircionales..., incluso mediante el estado de excepción". Naturalmente que el último recurso hay que procurar evitarlo, pero, según como vayan las cosas, no puede quedar descartado. Lejos de nuestro ánimo respaldar ninguna situación de violencia. Estamos radicalmente opuestos al uso de la fuerza. Por eso mismo estamos en contra de quienes, desde posiciones políticas ambiguas, las alientan. Pero nuestra oposición a la violencia no nos priva, ni está reñida, con una visión realista de la situación. Y de respaldar el ejercicio de la autoridad practicada con sentido de la justicia y de la responsabilidad contra quienes tratan de perturbar la paz en libertad. Que esto es lo que intentan los grupos terroristas y sus cómplices, con actos de desacato y menosprecio a las instituciones y a sus símbolos.

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