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Reportaje:CRÓNICAS DEL VERANO

Son San Juan, ruega por nosotros

Dicen que tendríamos que volar todos los días durante 913 años seguidos para que, estadísticamente, la muerte se nos llevara en un avión. Pero somos muy brutos y olvidamos esa gran verdad: preferimos morir pronto y mal en tierra a vivir dichosos, y del aire, nueve siglos.Algunos, sin embargo, optan por una vía intermedia. Fallecen en el mismo aeropuerto o entran en él en estado agónico: "Creo que en esto nos cayó la china", dice el director del servicio médico del aeropuerto de Palma, "ya que la mayoría de los 70.000 pasajeros diarios que tenemos en verano son de la tercera edad y están cascados".

El doctor Miguel Lladeras, a la cabeza de un equipo de cuatro médicos, se encuentra aislado en unas dependencias de la terminal de vuelos charter A, a las que el enfermo tiene que acceder de un modo casi olímpico: ha de saltar barreras de aduanas, policía y Guardia Civil, sorteando maletas extraviadas de cualquier vuelo, y llamar al timbre de una puerta estrecha.

Por el otro lado están las ambulancias (cinco, de las que cuatro son del tipo tortuga), mirando hacia la pista. En una pared de este servicio médico se recuerda al paciente que S. E. el Jefe del Estado, Generalísimo Franco, otorgó la placa del mérito turístico al aeropuerto.

Para quien llega, como la mayoría lo hace, en estado de etilismo agudo, la contemplación del diploma produce efectos analépticos y la curda nórdica pierde virulencia. El doctor Reus, ayudante del doctor Lladeras, dice: "Nos llegan demasiados borrachos, pero sabemos cómo actuar con ellos. Son borrachos muy agresivos y muy corpulentos. Suecos de 100 kilos con una trompa bestial. Sin ir más lejos, el que entró hace un rato: me quería matar, y gracias a que Planas, el de la ambulancia, oyó el folión y le arreó en el hígado..."

Estos dedicados médicos suelen avisar al 002, que envía un guardia con grilletes. Y en una hora escasa transforman al beodo en un ser dócil, respetable y digno de su tarjeta de embarque.

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"Primero les metemos una inyección en vena con vitamina B6, les damos algún analéptico, los ponemos en cueros debajo de la ducha fría y, si merece la pena, les sacudimos con la toalla en ese cuartito", añade el doctor Reus. Al cabo de 60 minutos, el pasajero parece otro.

La cosa se complica con frecuencia. Recientemente, de los 200 finlandeses a bordo de un avión Finnair dispuesto para el despegue, 100 se liaron a golpes de sable en el interior del aparato: "Habían comprado espadas de Toledo y el capitán nos llamó y dijo: ,¡Se matan, se están matando!', y allá que fuimos a vérnoslas con los espadachines, que, en efecto, se arreaban unos pinchazos en el culo por los que ya les salía el brandy".

A éstos los metieron en grupo en una clínica mental, desde la que avisaron al cónsul como quien avisa a D'Artagnan.

Luego quedan los finados. Trescientos al año, en un buen año. "Y los metemos en ese otro cuarto", dice el doctor Lladeras, "donde a veces se acumula más de uno". La explicación es natural: "Unos viajan con marcapasos, otros toman drogas y medicamentos fuertes, son demasiado ancianos, beben mucho, se emocionan y, crac, cuando van a agarrar su maletita, se desploman y se acabó".

Ocho millones al año

Es lo menos que puede suceder en un lugar por donde pasan más de ocho millones de turistas al año. El señor juez es comprensivo: no hay necesidad de autopsia más que si el óbito se produce en el avión, que exige la presencia del forense. Pero incluso en casos así, "procuramos evitar problemas y retrasos, y basta que dos testigos digan que le vieron expírar para que el vuelo salga sin demora", puntualiza Lladeras.

La puntualidad es uno de los muchos quebraderos de cabeza que tiene el joven director del aeropuerto, Pedro Meaurio, que empieza por practicar una política sin tapujos: "Yo me quito la insignia de identificación y me doy vueltas por todas las instalaciones de las dos terminales, y chequeo -y me cabreo- para corregir entuertos".

¿Qué entuertos? Los propios de un tráfico de locos, con el 85% de vuelos no regulares y el inevitable desprecio hacia el restante 15% de pasajeros de líneas regulares. Se da prioridad a los autobuses para aproximarse a los edificios.

Ello crea escenas de histerismo (algunas pasan por el servicio médico) desatadas por ejecutivos cargados de estrés y equipaje. Comenta uno: "No se ven mozos, desaparecen los carros y no podemos dejar el coche cerca porque aquí todo está dominado por los tour operators... y el tráfico es superior al de Barajas o Francfort".

Razón lleva y el director se la da: este aeropuerto registra en 12 meses 8.500.000 pasajeros, pero sólo en agosto pasa de 1.200.000. "El caos se convierte en estado de orden", afirma Pedro Meaurio.

Un exhausto ciudadano sueco confiesa, con un hilo de voz, que "no sé si llegaré al final de la vacación, porque después de facturar la maleta (40 minutos) viene seguridad (15 minutos), la tienda libre de impuestos (otros 15 minutos a la cola), me tomaré en el bar una cerveza (10 minutos) y me pondré en fila en nombre de mi esposa para que vaya al retrete (15 minutos), compraremos la foto-souvenir que se nos hizo al bajar del avión hace 15 días (15 minutos) y guardaremos la cola final de embarque, que son por lo menos, y según mi experiencia del año pasado, otros 20 minutos..."

Que cada cual sume minutos. Pasajera hubo que, desesperada en la cola de la evacuación, se le ha visto orinar resignada y discretamente fuera del sitio.

Oír del viajero, al entrar, su experiencia viajera no despierta menor compasión: "Me levanté a las cinco de la mañana en mi pueblo de Holanda; tomé un taxi para ir a la estación. Tomé luego el tren para acercarme al aeropuerto. Otro taxi me llevó allí. Embarcaba a las siete en punto. No sé por qué, llegamos a Palma a las 9.30 horas y tampoco comprendo cómo me dieron el equipaje dos horas después. Llevamos esperando el autobús unos 60 minutos. Y la guía dice que estaremos a las 2.30 horas en el hotel de cala d'Or. Pero alguien comenta que hay allí overbooking y que antes de las siete de la tare no podremos bajar a la piscina..."

Una pequeña Babel

El equipaje registra escandalosas desviaciones que lamenta el director del aeropuerto y sufren los usuarios. "Se nos rompen cintas, se despista algún carrillo y siempre pasa algo", reconoce Meaurio, "con lo que el promedio de retraso en la entrega de los bultos es de 180 minutos en horas punta". El handling (manejo) de todos los equipajes de este aeropuerto lo realiza, con excepción de Spantax, la compañía Iberia en exclusiva. "Esta situación de exclusiva queremos romperla", añade el director del aeropuerto.

En días y horas punta la gente está hacinada. Se tumban en el suelo. Saltan las barreras de la tienda del Estado libre de impuestos, simulan en algún caso ataques epilépticos para que se les otorgue preferencia (lo cual no es difícil) y, sintiéndose airadas por la situación, se entregan a sus pro pios abusos: discuten, hurtan, ensucian y protestan sin dejar de ingerir alcohol.

En las tres tiendas del Estado libres de impuestos, la Administración se pone las botas: "Un día aceptable representa un ingreso de 18 millones de pesetas", revela Miguel Ángel Herrón, responsable del negocio, "porque un 85% de viajeros siempre compra algo". Terror le tienen aquí al cliente argelino, que "se paga el viaje llevándose la botella de Ricard a 425 pesetas y vendiéndola en Argelia por más de 4.000 pesetas". En ocasiones, como se ha probado, el beneficio aún es superior: el cliente hábil ni siquiera paga la compra en Palma. La venta más abundante es la de tabaco y alcohol. Un 30% de los ingresos se abonan a la cuenta del orga nismo autonómico.

El bonito negocio de la foto a color, toma da al llegar el turista para ser vendida a su salida (300 pesetas), tiene enorme aceptación, excepto entre pasajeros ingleses y visitantes israelíes. "A los ingleses", comenta una vendedora experta, "ya no los retratamos porque, como los judíos, vienen, son rien, miran la foto y piden descuento o se dan la vuelta sin comprarla".

Tampoco se muestran a favor de la rica ensaimada, que despacha a miles un solo exclusivista en la terminal B, porque el in glés invierte en lo etílico, de una parte, y en armamento, de otra: "De cada tres pasaje ros que pasan por seguridad", dice el cabo de la Guardia Civil a cargo del scan, "uno lleva una pistolita de juguete en el bolso de mano. ¿Por qué? ¡Ah, caballero, los ingleses hacen estas cosas!"

Sacan el revólver un poco cabizbajos, balbucean una frase estúpida, y se les deja pasar luego de una inspección entre balidos del rebaño.

La cooperativa Tabyr, que sirve en los ba res, conoce la clientela como la palma de la mano. "Cuando sacamos los 6.000 bocatas y los repartimos por las distintas barras (12 en total), ya sabemos quién come y quién ayuna por no gastar", dice Pedro Vich, di rector de esta sociedad laboral cuyo canon al aeropuerto es de 12 millones de pesetas al año.

Al pasajero nacional le hacemos otras maldades", en frase del director del aero puerto: se le pone en cola con los viajeros de vuelos charter para el control de seguridad en la terminal B. Si aspira a gozar del puente aéreo interinsular (por Aviaco) debe hacerse a la idea de adolecer de asientos en la espera y verá básculas prehistóricas, sin autorizar le acceso a la sala de embarque hasta que se anuncie el vuelo que, por supuesto, no es del tipo puente, sino propio, más bien, de canal o puerto. Aviaco no vende el billete en el lu gar lógico, sino al otro extremo del edificio, con lo que carreras, empujones y nervios su ministran distracción al equipo médico, que atiende una media de 30 casos en nueve horas, sin parar ninguna.

Así y todo, en Son San Juan se rechazan 60 operaciones de despegue o aterrizaje en las horas punta (a Dios gracias). La pista número 2, pintada y a punto desde los años setenta a un coste de 4.000 millones de pese tas, sigue sin ser utilizada, "para no molestar a los veraneantes de la playa de El Arenal".

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