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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La reunión de Cancún

LA REUNIÓN de urgencia en Cancún de los jefes de Estado del grupo de Contadora ha venido a subrayar algo que estaba en el ambiente: la extrema peligrosidad alcanzada por las tensiones en América Central, particularmente en las relaciones entre Nicaragua y Honduras. La convocatoria oficial se refiere al "agravamiento de los conflictos que ponen en peligro la paz de la región centroamericana".Lo cierto es que desde hace bastante tiempo la Administración Reagan está intentando, a partir principalmente del territorio hondureño, de fomentar una guerra civil contra el régimen sandinista. Los datos que acaba de aportar The Washington Post son elocuentes: a finales de 1981, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana informó a la comisión pertinente del Congreso que estaba entrenando un grupo de 500 contrarrevolucionarios para apoyar la oposición sandinista. La cifra ha ido aumentando: en mayo de 1983 ya eran 7.000; ahora se trata de 12.000 a 15.000, es decir -según comenta el citado periódico norteamericano-, el doble de los efectivos con que cuentan las guerrillas en El Salvador. El. objetivo oficial de estas operaciones era, inicialmente, impedir las ayudas a esas guerrillas salvadoreñas, pero ahora ya el objetivo se define claramente como "provocar cambios en el Gobierno de Nicaragua".

Simultáneamente, la Administración Reagan ha tomado medidas para crear dificultades económicas al Gobierno sandinista: corte del cupo de azúcar, veto a la concesión de créditos internacionales. Las críticas sobre la falta de pluralismo político en Nicaragua tienen fundamentos reales, pero los sandinistas argumentan que es imposible exigir pureza democrática a un régimen mientras se organiza contra él la lucha armada desde el extranjero. Mientras tanto, varios responsables de la política norteamericana en esa región han sido cambiados, como le ha ocurrido a Thomas Enders, porque no eran partidarios de una actitud basada exclusivamente en medidas militares y de dureza. En los últimos días, EE UU y Honduras han acentuado sus acusaciones sobre la fuerza militar de Nicaragua, en el tono que se emplea cuando se quiere lanzar sobre el contrario la culpa del estallido de un conflicto.

El error cometido por EE UU ha sido basar su política en esa región en regímenes directamente de dictadura militar, como en Guatemala, o del mismo tipo en su esencia, como en El Salvador. Esos regímenes se debilitan, están en crisis; la oposición que se enfrenta a ellos no es sólo la de movimientos guerrilleros revolucionarios, comprende a sectores amplísimos, en particular de cristianos y del clero. Encerrar esos fenómenos en una visión Este-Oeste, atribuir todo lo que no conviene a los norteamericanos a manejos cubanos y soviéticos impide comprender la realidad, y buscar una salida por la vía de la escalada militar, de versiones modernas de la política de la cañonera, es una tentación peligrosa, a la que es sensible una parte al menos de la Administración Reagan. Como ha dicho el presidente Felipe González, se puede saber cómo comienza un conflicto, pero nunca se sabe cómo terminará.

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La existencia del grupo de Contadora es un hecho de suma importancia; demuestra la creciente capacidad de Latinoamérica de asumir sus problemas y de actuar con personalidad propia en la escena internacional. La solución a esas tensiones tiene que partir de la región misma. Ha sido un acierto del presidente del Gobierno español destacar este necesario protagonismo latinoamericano; al mismo tiempo que ha sabido impulsar una acción diplomática importante de España, extendida al plano europeo. Las gestiones que están en marcha para aunar posiciones de los parlamentos europeos, y de éstos con los senadores y congresistas de EE UU, para respaldar nuevas perspectivas en América Central, en lo político y lo económico, pueden ser un importante factor de paz.

El grupo de Contadora está rodeado de un prestigio político, y hasta moral, considerable, cómo pocas veces se ha dado en situaciones semejantes. Ha sido respaldado por el Consejo de Seguridad de la ONU en una moción unánime, votada incluso por EE UU. Pero hasta ahora ha carecido de instrumentos efectivos para poner en marcha sus proyectos: provocar las conversaciones imprescindibles y lograr que el diálogo prevalezca; poner en práctica medidas como vigilancia de fronteras, en los casos más necesarios; llevar a cabo la disminución, y retirada, de presencias extranjeras, de forma no unilateral y con los controles lógicos, etcétera. Sería, sin embargo, ocultar la cabeza a la realidad ignorar el hecho de que las esperanzas en el grupo de Contadora han disminuido últimamente en los países europeos occidentales más favorables a su gestión. Temen que su actividad se quede en gestos, pero que no logre ir más allá. Por lo mismo, es necesario que el prestigio y respaldo internacional tan amplio con que cuenta el grupo sirva para ayudarle en la cuestión decisiva de convencer a EE UU del coste que tendría el camino de la escalada militar, y para encontrar una política que, sin ser humillante para las posiciones norteamericanas ni degradante para sus intereses, sea una política de paz.

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