Como las nieves de antaño
Sabemos que uno de los caracteres fundamentales de la contracultura de los finales años sesenta fue su rebelión optimista, la idea de que algo nuevo flotaba en el viento (Bob Dylan) y de que esa novedad iba a ser feliz. Comprobar que hoy no vivimos un momento optimista, sino de vinilo negro y de violencia como imposibilidad, es ya darse cuenta de que Hair, casi 15 años después de su estreno en Londres, es más nostalgia que vida. Quizá eso era lo que fuimos algunos a buscar la otra noche en el teatro Alcalá Palace de Madrid, donde aquella compañía original londinense iniciaba su gira española.Yo buscaba a aquel muchacho que fui a fines de 1968 cuando un amigo canadiense me hizo escuchar por primera vez, entre humo e incienso, las canciones del musical Hair (pelo), novedad de las novedades.
Hair
Espectáculo musical representado por la compañía original de Londres. Teatro Alcalá Palace. Madrid, 16 de junio.
Época y actitud
Hair tiene el sello de una época y de una actitud que, quiza por excesivamente cercanas, nos parecen hoy viejas. Valéry decía acertando que nada envejece más que la novedad. Evidentemente. La contracultura es más, bastante más que una determinada época histórica, pero hace 15, 10 años, se vivió con una especial y floral intensidad. Hair resume, ingenua y optimistamente, casi todo lo que se movía entonces entre el paralelo del swinging London -del Londres de los Beatles y de Mary Quant- y la California volcada al Oriente que pregonó Hermann Hesse, al hinduismo, al budismo zen, al amor y a los psicodélicos colores... Todo está en Hair, musical y fundamentalmente antibelicista, confraternal, casi franciscano, teniendo en cuenta que la guerra, aquella guerra, era la del Vietnam.Quizá el tema más sugerente de Hair, el que más sintetiza su mundo, sea el iniciar Acuario. Cuando la luna está en la séptima casa, comienza. Y promete la felicidad de una era nueva, signada por la magia, por la imaginación, por la libertad, por el pacifismo. ¡Dios santo! ¿Dónde se fue todo eso? En Hair, interpretado con corrección, con dominio, si no con brillantez, se canta la convivencia de las razas, las gozosas visiones del LSD o del hachís, el júbilo -anticonvencional- de dejarse crecer el pelo, porque ello demuestra que uno es libre.
Se alude a los magos y se entona Hare Krishna. Se exalta la total libertad del amor y el disfrute del cuerpo, se ve a casi todos los seres humanos como esencialmente nacidos para el bien y bondadosos. Y se grita: "¡Felicidad, libertad, amor libre!". Ideales que siguen apeteciendo.
Por otro lado, los chicos y chicas de Hair, los que denuestan la guerra y sufren por el amigo -hippy también- que ha sido reclutado, deben ser jóvenes, adolescentes casi. Hoy, fieles al transcurso del tiempo, sobrepasan con mejor o peor pie, la treintena. Aunque algunos del coro, a juzgar por su aspecto, no deben ser de la versión original. Mi amigo Leopoldo Alas se fijó en una chiquita morena, con camiseta naranja, realmente jovencita y linda. Pero era excepción. Aunque no me parezca un defecto que el equipo de Hair se haya mantenido fiel al pasado.
Pasado que no encontré la otra noche, que no encontramos -aunque fuese hermoso pensar otra vez en San Francisco, en Jim Morrison y en Alan Watts- porque el tiempo fluye, y ya nos dijo Villon que las nieves de antaño no retornan. No, nada es como antes. La contracultura vive, pero su signo aquel es ya de otra época. Por eso es bueno volver a Hair, aunque para unos y para otros sea, muy probablemente, como acudir a un museo. Hair y La viuda alegre empiezan a parecerse.
Babelia
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