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Reportaje:

Bekaa, tierra de nadie

ENVIADO ESPECIAL

En la misma periferia de Beirut, en la llamada galería Semaan, uno de los accesos a la capital, son visibles los primeros rastros de una presencia militar israelí que irá en aumento hasta el pueblo de Sofar, última localidad -de la carretera internacional, aún controlada por el Tsahal.

Sofár, como Aley o Bhamdun, son pueblos desiertos, abandonados por sus habitantes, no tanto porque la línea del frente pase por su proximidad, sino por encontrarse en plena montaña del Chuf, donde no transcurre un solo día sin que milicianos drusos progresistas y combatientes cristianos de las fuerzas libanesas se ataquen mutuamente.

Si no fuese por las destrucciones aparentes en numerosos edificios, se diría que en Aley, por ejemplo, una extraña enfermedad ha acabado con la vida de todos sus habitantes, convirtiendo el lugar en una ciudad-fantasma en la que todas las persianas están echadas y resulta difícil encontrar una tienda abierta.

El tráfico rodado es inexistente, y una niebla tenaz, que aún a media mañana se resiste a disiparse, da a Aley un aspecto misterioso, que sólo atenúan de cuando en cuando los camiones israelíes que la cruzan a gran velocidad cargados de provisiones para los hombres de primera línea.

Último control israelí

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A la entrada de Sofar, a una veintena de kilómetros al este de Beirut y a más de 2.000 metros de altura, se encuentra el último control del Ejército israelí, en el que un oficial del Tsahal llamado Gil explica en inglés a los periodistas que más allá de los sacos de arena, detrás de los que están apostados algunos de sus hombres, las Fuerzas Armadas de Israel no responden ya de lo que pueda ocurrirles. "Les recuerdo", añade a modo de despedida, "que deben regresar pronto, porque de noche cerramos la carretera".Después empiezan 500 metros de tierra de nadie, hasta que la aparición de una bandera siria indica que hemos cambiado de bando. La carretera principal ha sido minada por el Ejército de Damasco para impedir un eventual avance enemigo, y es necesario coger una desviación para llegar hasta el primer puesto de control sirio.

Desde que la semana pasada el Ejército sirio detuvo e interrogó por error, durante largas horas, a dos fotógrafos norteamericanos de la revista Time y de la agencia Associated Press acusados de ser espías sionistas, los militares sirios parecen ahora haber recibido instrucciones de Damasco para comportarse amablemente con los periodistas, y basta en cada control con pronunciar la palabra mágica de Sajafi (Prensa, en árabe) para que el soldado omita pedir la documentación y, esbozando una sonrisa, haga un gesto con la mano al conductor del taxi para que siga adelante.

Todo lo más, en uno de los treinta controles franqueados, concretamente en el de Dahr el Baidar, a 1.500 metros de altura, desde donde se divisa la cumbre aún nevada del monte Sannine, un. soldado sirio se atreve a pedir a los ocupantes del taxi un periódico en árabe, no sin antes haber explicado que en este puesto él y sus compañeros "se aburren mucho y no tenemos nada que leer".

A medida que se inicia la bajada hacia el extenso valle de Bekaa, el dispositivo militar sirio se intensifica y es mayor el número de camiones y carros de combate de fabricación soviética T-55 y T-62, colocados en grandes agujeros cavados en pleno campo.

Un ejército que se entierra no es, desde luego, un ejército que se prepare a pasar al ataque, pero sí un ejército menos "vulnerable ante un eventual bombardeo de artillería", explica un capitán sirio, y esto, a pesar de que la aviación israelí, que efectúa diariamente vuelos de reconocimiento, rebasando la barrera del sonido, encima de las posiciones sirias, comunique a sus artilleros la localización del material bélico del ejército enemigo.

Campos de minas

Esta táctica defensiva de las Fuerzas Armadas sirias no hace felices a los campesinos Iibaneses, que se han visto privados de poder trabajar una buena parte de sus tierras. En la pequeña localidad de Sultan Yacub, por ejemplo, situada a tan sólo unos 300 metros del frente, la cosecha del año pasado, cuenta Abdala, el farmacéutico del pueblo, "se perdió durante el verano por culpa de la guerra, y ahora, entre los carros que entierran a medias, los cañones que instalan y las minas que colocan, los campesinos sólo pueden cultivar los dos tercios de sus tierras"."Mire usted, allí", dice señalando con el dedo un campo cercano, 'habíamos plantado patatas y los sirios ahora han puesto minas. ¿Quién se va a atrever a recoger las patatas cuando estén maduras?", se pregunta. "La verdad", añade como para consolarse, "es que, dentro de lo que cabe, no les va aún demasiado mal a los campesinos de aquí comparados con los de enfrente, bajo ocupación israelí, donde sólo están autorizados a cultivar la tercera parte de sus tierras porque el resto es para uso militar".

Incluso los campos de hachís, el mejor de todo el Mediterráneo, han sido despanzurrados por el Ejército sirío, cuyos hombres son, sin embargo, grandes consumidores de esta hierba. Mientras, del otro lado, la policía israelí acaba de anunciar el descubrimiento de una red de traficantes que, con la complicidad de soldados conductores de camiones-cisterna, consiguió introducir en Israel nada menos que 15 toneladas de hachís en tan sólo ocho meses.

La presencia palestina en la Bekaa empieza a hacerse notar a la altura de Chtaura, la ciudad más importante de la región junto con Zable, donde los retratos de Yasir Arafat alternan, en las paredes y en los árboles, con los del presidente sirio, Hafez el Assad, y los uniformes color aceituna de los fedayin se codean con los multicolores del Ejército sirio. Clitaurá es como un pequeño Beirut de antes de la invasión israelí, donde sirios, palestinos de diferentes facciones y libaneses afiliados a partidos supuestamente progresistas conviven en una ciudad cuya proximidad a la línea de alto el fuego no ha alterado aparentemente su actividad comercial y su animación callejera.

Fotografías de Jomeini

Es justamente cerca de Chtaura, y también al lado de la ciudad de Baalbek, donde subsisten los dos focos de rebelión contra Arafat que capitanea Abu Musa, el jefe de las operaciones militares de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).En Baalbek, a 90 kilómetros al noreste de Beirut, donde las fotografías de Jomeini predominan a causa de la presencia de medio millar de guardianes de la revolución iraní, que en vez de pelear junto a los fedayin se dedican a convertir a la población al Islam chiíta. Las medidas de seguridad han sido extremadas desde hace tres semanas en esta zona. El coronel Abu Chastri, jefe de las fuerzas palestinas de la región central de Bekaa, que integran unos 6.000 hombres, lamenta, cuando se le pregunta por Abu Musa, "la explotación hecha por Libia y algunos otros elementos más de los problemas interpalestinos para mantenernos alejados de la paz, pero también de la guerra". Esos otros elementos son, obviamente, Siria y sus grupos palestinos satélites, que varios de sus colaboradores se atreven a acusar explícitamente.

Un militar palestino, que ruega insistentemente que, no se, publique su nombre ni su graduación, afirma indignado que, procedentes de Libia, han aterrizado estos últimos días aviones en el pequeño aeropuerto libanés, bajo control sirio, de Rayak cargados de armas para los disidentes. "A nosotros, en cambio", prosigue en tono amargo, "no nos entregan los sirios ni siquiera las armas que nos envía la URSS. a través del puerto sirio de Lataquia y tampoco permite cruzar la frontera libanesa para unirse a nosotros en la Bekaa a los ex combatientes palestinos de Beirut que han logrado escaparse de los seis países árabes por los que fueron diseminados", tras la evacuación, en agosto pasado, de la capital de Líbano.

Abu Stef, comandante de uno de los tres batallones de la brigada de Yarmuk, que supuestamente entró en disidencia, junto con Abu Musa, asegura que el jefe de las operaciones militartes de la OLP "se ha quedado solo". "A la hora de la verdad", añade, "le siguieron sólo 38 hombres de nuestra brigada sobre un total de un millar, y para que su debilidad no fuese tan patente, el grupo de Ahmed Jibril (prosirio) y el del terrorista Abu Nidal (condenado a muerte por Al Fatah en 1974) han puesto algunos de sus militantes a su disposición. Vayan a verlo ustedes mismos, compruébenlo", concluye Abu Stef.

Llegar hasta el pueblo perdido de Hammara, donde Abu Musa ha instalado su cuartel general, no es una tarea fácil, y cuando el taxista parece haber encontrado por fin el camino, un control del Ejército sirio para a los periodistas que intentan franquearlo porque el jefe de la rebelión "no recibe".

¿Habrá guerra?

Por si cupiese aún alguna duda, el capitán sirio al frente de la zona lo repite bajo su tienda de campaña, mientras controla la documentación de sus visitantes y les ofrece un té. "Ustedes que tanto leen", pregunta con aire preocupado antes de despedirse de sus huéspedes, "¿piensan que habrá o no habrá guerra?". Y cuando se le devuelve la pregunta contesta: "Yo no sé, aquí está todo tranquilo, las escaramuzas se producen más allá, al oeste".Su ordenanza nos acompaña hasta la misma entrada de Hammara, donde chicos quinceañeros con fusiles de asalto soviéticos AK-47 Kalashnikov, la vanguardía armada de Abu Musa, impiden el acceso al caserío. Desde la estrecha carretera se divisa, algo apartado, el chalé sin pretensiones desde donde este antiguo oficial del Ejército jordano dirige la primera rebelión abierta contra Yasir Arafat.

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