Un poco más
Nunca somos felices. Qué tragedia. Pero lo que es más trágico: seguimos con la creencia de que se puede ser feliz. Todo es cuestión de un poco más. Sólo un poco más, pensamos, y seríamos felices. Si desapareciera este dolor de cabeza, si nos ascendieran, si la casa tuviera una habitación más, si esa mujer no fuera tan suya y nos pusiera alguna vez arroz a la milanesa, si de una vez cambiáramos de carácter, si la asistenta no cantara habaneras mientras pasa el aspirador por el pasillo, si la quiniela. Imposible. Totalmente inútil.Mírese que estas ambiciones no son grandes. Pues ni eso. La desdicha fluye como una serpiente luminosa que perfila todos los contornos. La felicidad es el más allá. Y sería hora de haber aprendido que por esencia no existe ambición que pueda considerarse menuda y viable. Toda ambición es de por sí inasible. Y todos estamos lanzados a este mundo para ser ambiciosos. Lo último, nos dicen precozmente, es no tener ambición. Así nunca es uno todo lo brillante que debería ser. Ni tampoco lo bastante inteligente, lo bastante capcioso, lo bastante poderoso o lo bastante simpático. Siempre tememos que se nos comprenda y se nos valore mal. Es, digámoslo de una vez, insoportable. Hay que reivindicar pues el derecho a la mediocridad. No a la resignación, que es todavía un valor muy alto y llevado con vacilación produce borborigmos, sino a la mediocridad.
Al pronto, claro está, la mediocridad sugiere mundos y «actitudes execrables. Carece de prestigio. Pero es sin más el efecto de haber sido durante demasiado tiempo el reverso de la ambición. Las heces de la aventura.
Obsérvese, sin embargo, el abono. El abono es mierda, quién lo duda, pero su Concepto está asociado a la fecundidad y al saludable olor del campo. La mierda es corrupción pero el abono es inauguración. El abono se encuentra reivindicado. Y del mismo modo cabría hacer con la mediocridad. Perseguir el placer de lo mediocre, el disfrute intenso y oloroso que su sosiego otorga. Albergarse cordialmente en él.
Sólo los pocos felices de este mundo son mediocres. ¡Qué extraño masoquismo podrá pues detenernos en la conquista de esa promiscua felicidad!
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