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Los laboristas británicos se enfrentan al riesgo de un fracaso electoral histórico el próximo día 9

Soledad Gallego-Díaz

El Partido Laborista puede obtener el próximo día 9 su peor resultado electoral desde la segunda guerra mundial si se cumplen las previsiones de los sondeos. Prácticamente ninguna de las encuestas le augura más del 35% de los votos y algunas, incluso, le sitúan por debajo del 30%. Más que luchar por ganar las elecciones, los líderes laboristas parecen estar luchando para evitar una derrota aplastante y para colocarse personalmente en una buena posición de cara a la inmediata batalla interna que seguirá a las elecciones.

La campaña electoral ha entrado en su recta final sin que los laboristas hayan conseguido recuperar la confianza de su propio electorado. Día a día parecen más hundidos y desconcertados. Lo increíble es que la situación económica, del país (más de tres millones de parados) favorece, sobre el papel, una victoria de la oposición, y hasta el momento la oposibién en el Reino Unido ha estado encarnada por los socialistas.Aun admitiendo la gran habilidad. de la primera ministra, Margaret Thatcher, para instrumentalizar en su beneficio la guerra de las Malvinas y para convencer al electorado de que la econoinía mundial es responsable de la crisis británica, la caída laborista sólo puede ser explicada en razón de sus propios errores.

El estallido de la crisis laborista se remonta a 1979. Cuando el primer ministro socialista James Callagham perdió las elecciones frente a Thatcher, se abrió una feroz batalla interna entre el sector izquierdista (Tonny Benn) y el moderado (Denis Healey), que pareció cerrarse en 1980 con la elección de Michael Foot como líder del partido.

Foot procede del sector izquierdista, pero fue elegido, frente a Healey, como el hombre puente capaz de restañar las heridas y restaurar la imagen de unidad. En realidad, no sólo no lo ha conseguido, sino que ha sido incapaz de evitar la huida de personalidades como David Owen o Shirley Williams, que fundaron en 1980 su propio Partido Socialdemócrata.

Falta de coherencia

Cara a las elecciones del próximo día 9, los laboristas no han logrado presentarse ante la opinión pública como urr partido coherente. Temerosos del efecto que pueden tener sobre el electorado sus líderes radicales, el Partido, Laborista ha caído en la contradicción de encomendar la defensa de un programa radical a portavoces moderados que, lógicamente, se mueven incómodos entre promesas que personalmente no creen factibles.Por eso han continuado hasta el último momento los enfrentamientos e interpretaciones distintas del programa, especialmente en lo que se refiere a defensa.

La política de desarme nuclear unilateral, aprobada en un congreso, constituye tal vez el peor obstáculo: la mayoría del. electorado británico no apoya la instalación de nuevos misiles norteamericanos, pero tampoco quiere desprenderse de su actual arsenal y desconfía profundamente de la habilidad de Foot para hacer frente a una crisis militar.

La falta de credibilidad del Partido Laborista en temas de defensa parece haberse contagiado a los económicos. En un país que padece una crisis de empleo sin precedentes desae antes de la segunda guerra mundial, los socialistas no han conseguido que la mayoría del electorado crea sus promesas de promover tina inversión pública masiva sin por ello volver a los niveles de inflación de los años setenta.

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