Una pastoral y una votación
LA POLÍTICA del presidente Reagan en materia de armamento nuclear acaba de recibir dos rechazos muy serios. Uno, de carácter directamente político, parlamentario: la resolución aprobada por el Congreso, por 278 votos contra 149, exigiendo la congelación de las armas nucleares. Otro, de enorme trascendencia moral, si bien con implicaciones políticas evidentes: la pastoral de la Conferencia Episcopal de EE UU condenando el empleo y la acumulación de armas nucleares y pidiendo el cese de su producción.Ambas decisiones son el resultado de un largo proceso, en el curso del cual ha intervenido -conviene subrayarlo- una opinión pública que ha sabido convertir su sensibilización, su toma de conciencia ante la amenaza nuclear en acción y movilización políticas. En el caso del Congreso, la reciente votación es consecuencia directa de las elecciones de noviembre pasado, durante las cuales numerosos candidatos, principalmente del Partido Demócrata, fueron elegidos sobre la base de una plata-. forma que incluía como punto esencial la congelación nuclear. Se organizaron, incluso en 19 Estados, referendos sobre ese mismo tema, en los que triunfó, con una excepción, la actitud antinuclear. Nunca en la historia un problema de política mundial había desempeñado un papel semejante en las elecciones norteamericanas. Es, pues, una ola de fondo de la ciudadanía la que se ha expresado a través del Congreso.
En cuanto a la pastoral del episcopado de EE UU, es probablemente el documento de mayor trascendencia en el plano ético de los que hasta ahora han abordado este fenómeno, completamente nuevo en la historia, que representa la existencia de armas capaces de acabar con la humanidad. El texto ha sido preparado en un proceso de casi dos años, con varias reuniones plenarias para considerar redacciones sucesivas, con el estudio de más de 500 enmiendas. Parte de esta preparación fue una reunión internacional, convocada por el Vaticano en Roma, con la participación de obispos de los principales países miembros de la OTAN (aunque no españoles). Es sintomático que una serie de sugerencias hechas en Roma para dulcificar el texto no han sido tenidas en cuenta en la redacción final. Los obispos norteamericanos han considerado que a ellos les correspondía la máxima responsabilidad, ya que su pastoral tiende a influir en unos gobernantes que disponen directamente del arma nuclear, y en un pueblo que elige a esos goberantes. Lo que crea un problema muy serio a la Administración de Washington es que los dos documentos mencionados chocan de plano con la estrategia de Reagan: éste ha defendido, desde su llegada a la Casa Blanca, que a causa de la inferioridad de EE UU en armamento nuclear era imprescindible realizar un plan gigantesco de rearme en ese campo para poder hablar con eficacia con los soviéticos. A la vez, ha reforzado la tesis estratégica de la OTAN de que a una eventual agresión soviética con armas clásicas es imprescindible contestar con armas nucleares. Por eso se ha negado a declarar que EE UU nunca empleará el primero el arma nuclear. El proyecto de instalación de los Pershing II y de los misiles de crucero Tomahawk en Europa occidental, si fracasan las negociaciones de Ginebra, responde a esa concepción estratégica.
Ahora el Congreso plantea, en vez de rearme, congelación -mutua y controlada- de lo que ya existe, y negociar, a partir de los niveles existentes, su disminución. Los argumentos que legitiman tal actitud no parten solamente de que la inferioridad norteamericana no es un dato seguro. Hay una razón más profunda y más elemental: con las armas ya acumuladas, la URSS y EE UU pueden aniquilarse, respectivamente, no una, sino varias veces. Por tanto, a esos niveles, el más o el menos pierde significación. Lo que importa es garantizar que un futuro proceso de disminución sea debidamente controlado y, por tanto, se traduzca en una creciente seguridad.
En cuanto a la pastoral de los obispos, su doctrina ampliamente desarrollada desemboca en una reprobación moral sin paliativos del empleo del arma nuclear, incluso de su producción y acumulación. De un modo tajante condena la posibilidad de un primer empleo de dichas armas, que es, como se acaba de ver, la estrategia oficial de la OTAN. Se pronuncia en favor del cese de la producción, y, por, tanto, de la congelación del armamento nuclear. Diversos miembros del Gobierno de EE UU han hecho infructuosos esfuerzos por lograr que la pastoral modificase al menos aquellos de sus términos que chocan más directamente con la política estadounidense. El argumento máximo ha sido empleado en ese sentido: el de que la pastoral podría ser una ayuda para los soviéticos. Esas presiones no han surtido efecto. De las diversas redacciones sometidas a la última discusión, han triunfado las más netas, las menos ambiguas. Y el documento ha sido aprobado por una mayoría aplastante de 238 votos a favor y solamente nueve en contra. Ha predominado en la actitud de los obispos norteamericanos la convicción de que debían defender valores espirituales no negociables. Y desde esa gran altura moral se han dirigido a los católicos para que contribuyan a alejar la amenaza nuclear del futuro de la humanidad.
Tanto la posición del Congreso como la pastoral, desde planos distintos, anuncian una controversia muy fuerte en las elecciones presidenciales de 1984 sobre el tema nuclear, y la posibilidad de un cambio de la política de EE UU en esta materia después de dichas elecciones. Pero además son ejemplos morales y políticos que deben infundir ánimos y fortaleza a todos los que están por la paz y el desarme y son tildados, injusta y procazmente, de agentes al servicio de intereses o potencias extrañas. El derecho a la vida está siendo vulnerado por las políticas de rearme de las dos grandes potencias. Occidente, y, dentro de Occidente, Europa -y, dentro de Europa, España-, tiene que hacer una reconsideración de su política en este sentido.
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