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LA LIDIA / FERIA DE SEVILLA

Capote de negro y plata

Luis Mazzantini Eguía, Mazzantini, hijo de un apuesto emigrante italiano y de una socarrona neska guipuzcoana -de profesión ferroviario, antes de trenzarse la coleta- nació en Elgóibar el 10 de octubre -libra- de 1856, y recibió la alternativa de Frascuelo, en la Real Plaza de la Maestranza de Caballería de Sevilla, el 13 de abril de 1884. Toque jierros, toque piedras lunares, meteoritos, reolinas de papel manila, puntillas de encaje, toque náufragas tablas y cuerdas de un gimnasio, lidiador de grandes recursos y en posesión de los arcanos secretos del estoque sobre la cruz de los códigos de señales, de las tremoladas banderas, de los guardaagujas, sobre el acero negro de las locomotoras -don Tancredo del hambre- Inexplicablemente, a los 50 años sería elegido concejal de Madrid y, cinco más tarde, gobernador civil de Guadalajara.Mazzantini murió de un ataque cardiaco en la primavera del veintiséis. No caben, por tanto, peregrinaciones a su tumba; no cupieron en su día ni siquiera las lágrimas: firmó bandos, decretos, prisiones preventivas, asistió de chistera, chaquet, botines y leotina de oro a desfiles castrenses y conmemoraciones onomásticas; pero sus restos no reposan, sin embargo, en un barroco mausoleo suspendido en el aire de una mañana límpida y alzado entre cipreses por una abigarrada comitiva de deudos, violeteras, garrochistas, pícaros y gitanos, como el panteón de Joselito.

Su tumba de hombre de bien no está a la altura ni de las peregrinaciones ni de los laureles. Las muertes gloriosas no han de llegar necesariamente por el camino de las astas, pero tampoco alcanza a los lidiadores septuagenarios que han presidido corporaciones municipales y desarticulado intentos de huelgas campesinas; las verdaderas muertes gloriosas, sin embargo, están sólo en los ruedos, como las de El Espartero, Gallito, Ignacio Sánchez Mejías, Pascual Márquez, Granero... Pascual Márquez y Díaz nació en Villamanrique de la Condesa -una fragata inmóvil de lontananza desde los esteros del Caño de Guardamarel día de Todos los Santos de 1915, y fue mortalmente corneado por Farolero cárdeno, de la ganadería de Concha y Sierra, divisa celeste y rosa, a los 26 años, muriendo con la pena, aseguran los que le trataron, de no haber podido reunir los 30.000 duros que necesitaba para convertirse en un señor.

No obstante, en su tumba, tan cercana al coto de Doñana, crecen aún las rosas; rodeando el campo santo eucaliptos, borregas, toros y caballos de la cercana dehesa El Chaparral, prado comunal que recorta sus límites en la marina próxima y ajena, tierra de la condesa de Villamanrique, contumaz pretendiente -aún- a emperatriz de Francia.

Manuel Granero y Vall, alumno del conservatorio que viera sus primeros lances de capa a los 12 años -nació en Valencia el 4 de abril de 1902- y murió trágicamente en Madrid un 7 de mayo, inmóvil en la arena de la antigua plaza de Madrid, la cabeza bajo el estribo y la barrera, corneado en la órbita del ojo derecho por Pocapena, de la ganadería del duque de Veragua, cárdeno bragao, afilado de cuernos, que saliera al ruedo con el lomo blanco de cal, disfrazado de prima ballerina con la intención de terminar con la vida no de un torero, sino de un violinista, ya que Granero había cambiado el arco por la espada, como otros cambiaron por la muleta y la desesperación o el palustre.

Su tumba, en el cementerio de Valencia, está circunvalada de flores, como era su deseo, y asistida de pájaros cantores y el recuerdo de las lágrimas de todas las modistillas que lloraran su muerte, convirtiéndolo en un torero de romance: Granero, fue a torear/a la plaza de Madrid/ le dijo una madrileña / Granero vas a morir / si me muero que me entierren en un panteón de flores / los ojos de mi morena / si tienen pena que lloren.

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