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Frederic Mompou

90 años de música callada y de juventud

Hace cinco años, cuando Frederic Mompou cumplía 85, se consideraba como un acto de recuperación cultural el hecho de rendirle homenaje. Muchos años de silencio, de música callada y de separación efectiva convertían al compositor catalán en un novel para las nuevas generaciones. Y, sin embargo, Mompou era ya entonces, y desde siempre, un clásico entrañable, capaz de permanecer durante horas ante unas cámaras de televisión conversando con un gran sentido del humor y un acentuado espíritu crítico sobre cualquiera de las facetas de la vida más rutinaria.

Frederic Mompou nació en un popular barrio barcelonés, el Paralelo. Hijo de una familia culta, francés por parte de madre, que tenía una fábrica de campanas. Fue en la fundición donde en realidad educó su oído musical y, a la temprana edad de siete años los especialistas le pedían consejo en el momento de valorar la afinación de los bronces.En 1.921 se marchó a París y, ciertamente influido y ayudado por su hermano pintor, Mompou empezó a relacionarse con los músicos del momento, Debussy y Ravel entre ellos. Su origen familiar favoreció su entrada en el mundo aristocrático del París de los años veinte, pero la frivolidad de los grandes salones no le sedujo. Mompou era un joven tímido que no sabía, o no quería, aprovechar las propuestas de mecenazgo que se le ofrecían en la gran capital europea.

Su seguridad como intérprete no era tampoco la deseada. En una ocasión Mompou explicaba la admiración que sentía por las manos del carnicero de su barrio, unas manos regordetas que le parecían mucho más adecuadas para tocar el piano que las suyas, de dedos secos y larguísimos. Era difícil para él plantearse una forma de ganarse la vida. No quería en absoluto depender de una cosa tan frágil y tan espiritual como podía ser la música, pero tampoco se sentía capaz de hacer algo distinto. Entrar en el terreno de la vida real y de los adultos se le planteaba como una tarea triste y cruel a un mismo tiempo. Con sus amigos proyectaba negocios que, de ningún modo, podían salir adelante. Desde organizar heladerías ambulantes hasta cualquier labor artesanal que no comportara una gran atención intelectual, permitiéndole, de esta manera, seguir "pensando en música".

Mompou, dice y dicen, no ha creado escuela. Y en realidad ha sido así si partimos de la idea clásica de escuela. Porque quizás haya que buscar sus influencias en generaciones mucho más jóvenes que las lógicamente correspondientes. De todos modos, Mompou siempre se ha mostrado contrarío a la idea de ser considerado como un maestro porque se considera hijo de la inspiración, de la que difícilmente se puede decir algo con palabras.

Esta actitud, aparentemente fría, aparentemente distanciadora, se convierte en la persona de Frederic Mompou en sinónimo de respeto y de sociabilidad. Cinco años, en estas edades, son muchos. Pero no es dificil olvidar cómo a sus 85 años, Mompou se lamentaba todavía de que en Barcelona ya no existieran tertulias nocturnas, ni los bares de antaño. Cuando podía, y le interesaba el programa anunciado, solía asistir al cine y luego aparecía sonriente en un conocido restaurante con terraza del Passeig de Gràcia. Mompou, por miedo a la madurez y por temor a los adultos, siempre ha sido joven.

Hoy, cuando celebra sus noventá años, lejos de encerrase en la incomodidades de la vejez, continúa inspirando a quienes le rodean -a partir de su música y también con su presencia-, una idea progresíva que supone, para los músicos, como si se hubiera llegado a una situación límite, a una ruptura con el pasado. Una ruptura que haga posible "recomenzar cada día" -y éstas son sus palabras- sin prejuicios y sin sospechas.

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