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Reportaje:

Serafín

Martillo de marquesas

Cincuenta dibujantes humoristas exponen y venden sus obras hoy, mañana y el domingo, en el palacio Velázquez, del Retiro madrileño, en homenaje y beneficio de Serafín, el dibujante de La Codorniz que popularizó un peculiar y estrafalario tipo de marquesas y de toros de lidia.

En aquellos años, década de los sesenta, había mucho fútbol y poca ópera, pero Serafín Rojo -sí, ése, el Serafin martillo de marquesas- suplía con ventaja este desequilibrio. Bastaba que La Codorniz diera una copa o celebrara una comida.Fue una época democrática de su director, Alvaro de la Iglesia. A Álvaro, en vanguardia para tantas cosas, le había surgido un cierto talante democrático y decidió organizar la comida mensual, sólo para redactores -en realidad eran dos dibujantes, Julio Cebrián y Pablo, y el redactor jefe, Víctor Vadorrey- y para colaboradores, que éramos muchos. Se trataba de que durante el almuerzo intercambiáramos opiniones e hiciéramos la crítica constructiva de La Codorniz.

El escritor y el dibujante buenos, más si humoristas, suelen ser tímidos, y las críticas no fluían precisamente. ¿Habíamos ido a comer?. Pues comíamos. Y chistes no se decían, para no ofender la dignidad del compañero. Alguna vez algún colaborador se aventuraba a exponer con débil voz su crítica constructiva, y a Álvaro de la Iglesia le sentaba fatal, las cosas como son.

Silencio no podía haber, por Serafin. Serafin, un hombre jovial, tremendamente afectuoso, aprovechaba las primeras copitas del aperitivo y el consomé, para romper a cantar. ópera, por supuesto. En ocasiones hasta se ponía de pie para entonar el aria, mientras los demás hincábamos el diente al cuarto de pollo con guarnición, un oído abrumado por las notas primitivas que emitía la poderosa garganta de Serarin, otro presto a captar la rara crítica constructiva que revoloteara sobre manteles, antes de que cayese abatida por el palmetazo del director.

¿Comía Serafín? Sospecho que no, pues entre calderón y aullido, tiraba de rotulador y en las servilletas no tanto como en los platos dibujaba atrevidas escenas de amor, para su propio solaz y el de los camareros cuando retiraban el servicio. Algunos conservarán como valiosas piezas estas inspiradas obras, inconfundibles en el trazo genial del flagelador de la nobleza, martillo de marquesas, que no dejaba una viva.

La Codorniz fue su coto y en las páginas de la revista todas las semanas aparecían unas marquesas viejorras, renegridas, ajamonadas, tetudas, de alto moho y bajo escote, hechas un lío con sus enormes collares de perlas. Decía Serafín que no tenía nada contra las marquesas, sino que le hacían gracia, y por eso las dibujaba, atrevidas, frescachonas, empinando el codo. O mejor, con el tintorro cayéndoles sobre la narizota, de donde el chorrito rebotaba en parábola hacia adelante y ellas adelantaban el belfo para alcanzar el néctar y no perderse ni gota. Y luego la fiesta nacional, más dramática que su misma esencia en la versión de Serafín, con unos toracos corniveletos de quebradas astas, algunas rotas y amarradas con guita. Siempre en estas escenas había unos tiíllos, que eran el pueblo, lógicos, socarrones, ácratas. El humor del dibujo se extendía a la firma, que frecuentemente era El marqués de Serafin, con el autorretrato del autor, en el que no faltaba un grano.

Su pintura se conoce menos, aunque de ella afirman quienes la han estudiado que posee una enorme profundidad de sentimiento. Hay otro Serafin, que es el del boceto, fecundo de trazos e imaginación que fluyen en turbulencia. Le hemos visto en madrugada de conversación inacabable, donde todas las frascas eran pocas, crear centenares de bocetos sobre un mismo tema, todos distintos, una maravilla de interpretación y movimiento. Quien, porque en aquella velada logró permanecer algo enjuto, se los quedó, posee un tesoro.

Desde hace poco no tiene pie Serafín Rojo, el Marqués, que se lo operaron, y le harán el chiste fácil. Por ejemplo: "Ahora haces las historietas sin pie,ja,ja,ja!". Menuda murga. Pero si Serarin es el que era, como esperamos -y que sea por muchos años- se pondrá a cantar La Traviata, y ¡ay de aquel a quien le pille el oído cerca!.

A lo mejor lo hace estos días, en plena exposición, donde también se ofrecen algunas de sus obras. Los humoristas que acudirán al palacio Velázquez quieren que haya tertulias y happening, con lo cual pretenden significar que el ambiente será simpático a tope.

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