Meteorología
Más allá de todos los ministerios, de los centros de investigación y de todas las mancias, no existe institución que se equivoque con tan regular tenacidad como el Instituto Nacional de Meteorología. Un halo de triste inocencia ha nimbado siempre a nuestros hombres y mujeres del tiempo. Parecen esos personajes educados en una alicaída mansedumbre, muy propensos al llanto y, en consecuencia, fácilmente disolubles ante una virtual contestación del público. Se explica así que, pese a sus repetidos errores, la comunidad use con ellos una benevolencia franciscana, guarde con resignación sus abultadas mentiras y vuelva a escucharles con la misma piedad de beneficencia. Son, en último extremo, buena gente. La malignidad proviene seguramente del mismo Instituto Nacional de Meteorología y ellos son sus primeras víctimas, oscuramente extorsionados para ejercer de portavoces.Nunca tuvo el ciudadano común tan próxima la voz de la ciencia, y nunca han caído sus diagnósticos en tan escabroso deterioro. Desde hace años, y en la medida en que se ha ornado la institución metereológica con nuevos implementos, el telespectador ha ido descubriendo que la naturaleza se peina y se despeina con unos designios fatales, del todo ocultos al ojo del satélite. Día a día, con una asiduidad de médico de cabecera, sale el hombre del tiempo para dar cuenta de las temperaturas, del empeoramiento o del mejoramiento. Todo inútil: sólo alcanza a decir bien lo que ya pasó o sabemos. El porvenir, por muy inmediato que se concite, pocas veces acude a la cita. Apartados de la fe, la gente contrasta ese pronóstico científico con su rumor de huesos y sigue antes la voz del reuma que la del mapa. El azar, la indeterminación e incluso la reversibilidad de las leyes se han incorporado a la ciencia en una suerte de implosión que vuelve a hacer atractivo el reino de la fatalidad. El Instituto debería reconocerlo.
Los meteorólogos llaman todavía perversos a los procesos que escapan a su predicción. Bastaría que abrieran los ojos a la naturaleza moderna para aceptar que acaso lo verdaderamente perverso esté en la meteorología.Y, en consecuencia, nos liberaran y liberaran a la vez a sus hoy contritos y mansos salmodiadores.
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