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Apocalípticos e integrados

Nada hay más aburrido, informativamente hablando, decía el otro día un colega, que un Gobierno socialdemócrata. Algo hay, efectivamente, de eso. Sobre todo si se entiende por información esa pequeña historia de insulsas peripecias que nutrían hasta hace poco páginas y páginas de periódicos que contaban enfrentamientos, tonalidades y escisiones de una determinada clase política en el poder. Desde ese ángulo hay que reconocer que la desaparición de UCI) ha supuesto la mayor tragedia periodística de los últimos tiempos. Nos hemos quedado como sin pluma. En compensación, y sin duda por aquello de que a falta de pan buenas son tortas, no es ninguna casualidad que, por primera vez desde la transición, la vida privada de los hombres públicos empiece a cobrar importancia en los medios de comunicación -digamos- no especializados en los llamados asuntos del corazón. Lo que, dicho sea de paso, tampoco está tan mal, si se tiene en cuenta que los políticos suelen gustar de exhibir su vida privada cuando ésta se ajusta a los cánones establecidos (una foto en familia vende mucho electoralmente) y se ponen como panteras cuando algún fotógrafo o redactor les sorprende con compañías no bendecidas por la moral al uso. No estaría mal que el cambio también llegase por esos pagos y no se siguiera jugando a esa doble moral, que -dicho sea de paso- se denuncia -con toda la razón- en casos como el del aborto, pero que se guarda como oro en paño en pautas de comportamiento social que ya va siendo hora se tiren por la borda. No para provocar al establishment, Dios nos libre; pero, al menos, por cohetencía ideológica.Pero a lo que íbamos. Fuera de una actualidad menos trepidante (no todos los días va a haber un Rumasa que llevar a las linotipias), en este país están pasando cosas importantes y resulta apasionante contemplar, por un lado, la carpetovetónica resistencia a un cambio que apenas es modernidad o adecuación a los cánones normales de una sociedad desarrollada y, por otro, observar la inmensa capacidad que tiene el sistema para integrar a elementos y sectores hasta hace poco críticos y que ahora se pasean por ahí o se sientan en cargos oficiales como si viviésemos casi el mejor de los mundos o, al menos, dentro de un Estado que en poco más de cien días ha realizado el milagro de convertir lo injusto en justo. Uno lee las páginas de algunos periódicos de la derecha u oye a los voceros de la oposición, y el Apocalipsis parece comparativamente apenas un relato para niños asustadizos. En el otro extremo, gentes otrora inconformistas, sumergidas en el más ramplón de los posibilismos, acusan defacha o de esteticista a quien osa opinar que, a lo mejor, quizá, posiblemente, de alguna manera, algunas de las reformas abordadas por los socialistas hubieran podido ser algo más profundas y menos sujetas al "qué dirán" los de siempre. El espectáculo tiene -no hay que dudarlo- un interés objetivo, aunque de las dos vertientes, una aparece como especialmente preocupante: la de los integrados. Un socialismo sin un horizonte utópico que llevar a la dura realidad cotidiana es algo así, y perdón por el tópico, como una primavera sin flores. Lo cual no deja de tener su gracia en un partido que exhibe la rosa como símbolo. Nadie duda de que la política es el arte de lo posible, y mucho más en los tiempos que corren. No se trata de pedir peras al olmo. Se trata simplemente de echar un poco más de alegría al

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Apocalípticos e integrados

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cambio, no funcionarizarlo y dejar abierta la ventana a la esperanza de una sociedad no sólo más moderna y racionalizada (entendiendo por racional lo contrario de codificada), sino también más libre y con sitio, para la imaginación. Digamos de paso que en el famoso recuento de lo hecho en los dichosos cien días, las notas imaginativas brillaban por su ausencia. El libro editado por el PSOE al , respecto se asemejaba más bien a un acta notarial (que ya es casualidad) que a esos espléndidos carteles dibujados por Juan Ramón en la primera campaña electoral socialista. ¿Estaremos condenados a que el poder burocratice todo lo que toca? Sería una lástima.

Pero es que, además, si los apocalípticos cumplen un papel por hacer lo que ellos consideran su obligación como oposición, fundamental en el sistema democrático y al margen de que estén equivocando la táctica (una derecha radical frente a una izquierda moderada no va a ser en mucho tiempo alternativa electoral), los integrados lo único que están logrando es que los indudables errores socialistas (¿qué Gobierno no los tiene?) se conviertan en pírricas victorias o en peligrosos hábitos que están entronizando situaciones que, desde una óptica mínimamente progresista, deberían ser rectificadas de inmediato.Por poner un ejemplo reciente: la intervención de Calviño en la comisión del Congreso justificando -es un decir la no retransmisión en directo del debate Rumasa. Vaya por delante que el tema de la retransmisión en sí parece discutible y desde luego de no tanta importancia como para un debate parlamentario. Pero eso es una cosa y otra muy distinta que el PSOE pase por alto que el dirigente de un organismo autónomo, nombrado por el Gobierno socialista, diga algunas de las cosas que Calviño se permitió decir. Como aquello de los 180 millones que hubiera perdido en publicidad TVE (hermoso criterio de rentabilidad de un servicio público que esperamos no prospere en el campo de la cultura, la educación o la sanidad), lo de los debates obstrusos (o sea, la vuelta a aquello de que el pueblo no está preparado) o lo de la democracia informada y no televisada en un país cuya inmensa mayoría de ciudadanos sólo ve televisión. Son sólo unas perlas de una concepción reaccionaria de los me dios de comunicación de masas que causa estupor que tengan que ser defendidas en el debate por los socialistas (Calviño a la vista está, no lo es), a quienes la integración les ha hecho perder no ya su sentido crítico, sino incluso la promesa electoral de reducir la publicidad en televisión. Y no es, desdichadamente, el único ejemplo. Hay más. Y en otras áreas (referéndum OTAN, asunto UMD, discusión sobre proyecto de ley de asistencia al detenido, estatuto del refugiado político y asistencia al exilio latinoamericano, etcétera), donde lo grave no es su congelación o su retraso, sino la justificación que se hace de los mismos por quienes hasta hace poco se erigían en vestales de causas que, casi de la noche a la mañana, han pasado, por mor de la integración, a cuestiones secundarias.

Apocalípticos del cambio e integrados en el cambio, y que perdone Umberto Eco la referencia, componen una fauna escasamente: apasionante. Unos y otros son culpables de ese tinte color sepia (¿no es significativo que el mayor éxito del cine español de los últimos meses sea una muy regular adaptación cinematográfica de La colmena?) que ha apagado los colores del cambio de.un lado, y del otro lo ha convertido en una mala caricatura. Como las forrn: as enlo jurídico, como tanto se repitió en el obstruso debate Rumasa, en la política, la estética tiene una importancia que desborda lo decorativo. En la oposición, la estética del PSOE era brillante. En el Gobierno es gris funcionarial. La situación, evidentemente, no da para: muchas alegrías.

Pero ello nada tiene que ver con el empobrecimiento imaginativo de que hace gala la clase política que nos gobierna y la que se opone a los que gobiernan. Estos han resucitado el decimonónico Trabuco y aquéllos parecen querer convertir a la Gaceta de Madrid-BOE en el único libro de lectura obligatoria de los famosos y felizmente superados, cien días. Es seguro que la democracia necesita una oposición menos apocalíptica.

El cambio, por su lado, debería huir como del diablo de esa integración que rechaza la crítica y encuentra en la autocomplacencia y en el halago fácil un motivo para creer que todo va como las propias rosas. Cuando todos sabemos, desde una óptica progresista, que no es exactamente así. Probablemente, las cosas no podían hacerse de otra manera. Pero no era necesario que se nos hiciera creer que algunas ruedas de molino son pan bendito.

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