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La tercera crisis del petroleo / 1

El autor de este texto, el primero de una serie de tres, adelanta los datos y las causas dé la crisis energética que ha estado a punto de dar al traste con ese poderoso organismo que es la OPEP y pone de manifiesto el fallo histórico de la ilusión de que, sea cual fuere el precio del barril, la sociedad industrial seguiría demandando cantidades crecientes de petróleo

Hace tan sólo unas semanas, al concluir sin éxito la enésima conferencia de la OPEP, celebrada en Ginebra, el ministro del Petróleo de, Arabia Saudí, el celebérrimo jeque Yamani, advertía a los periodistas en los siguientes términos: "Yo creo en la OPEP, aunque hoy atravesemos un período de dificultades; pero cuídense ustedes de afirmar que el cártel está definitivamente roto". Aunque el rumbo que hoy presenta la OPEP sea de navegación a la deriva y de antagonismos inconciliables entre muchos de sus miembros, convendría no echar en saco roto las declaraciones de un protagonista tan experimentado y conocedor de los mercados petroleros.

Los datos de una crisis

La crisis de la OPEP se ha precipitado en los últimos meses y podemos resumirla en pocas cifras. Su producción conjunta, que había alcanzado los 31 millones de barriles al día en 1979, ha descendido paulatinamente hasta los 13,4 millones a mediados del pasado mes de febrero; la cuota de producción de la organización sobre el total mundial -excluidos los países del Este- ha pasado del 68% en 1976 a menos del 50% a mediados de 1982, y ahora es del 38%, aproximadamente. La balanza de pagos por cuenta corriente de los 13 países del cártel, que a finales de 1980 y 1981 arrojaba un superávit de 115.000 millones y, 60.000 millones de dólares, respectivamente, ha cerrado 1982 con un saldo negativo de 18.000 millones, y, en la mejor de las hipótesis, el déficit agregado de la OPEP en 1983 alcanzará los 50.000 millones, a menos que otros factores especiales no agraven las tendencias actuales del mercado petrolero.

En este sentido, la reducción del precio oficial de referencia del petróleo, fijado por la OPEP, puede crear crisis de liquidez en los países miembros y obligarles a reexpatriar gran parte de los fondos depositados e invertidos en Occidente. Recientemente, el Banco de Japón acaba de señalar que algunos países de la OPEP han retirado petrodólares del país a causa de sus dificultades financieras y, abundando en la importancia de este fenómeno, un flamante estudio del Chemical Bank norteamericano estimaba en 340.000 millones de dólares la cuantía de las inversiones totales de los países árabes en Occidente a finales de 1982.

En cuanto al capítulo de los precios, en el período comprendido entre el otoño de 1981 y enero de 1983, el precio del petróleo en el mercado libre ha descendido desde los 41.hasta los 28-29 dólares por barril, y los precios oficiales, decretados por la organización han evolucionado desde los 40,5 dólares en enero de 1981 para el petróleo africano hasta los 30,5, fijado por Nigeria hace unos días, mientras que el arábigo estaba establecido en los 34 dólares, aunque dicho precio oficial de venta ya no tenía ningún significado económico.

Éste es, en apretada síntesis, el balance de situación de la OPEP tal y como se presenta en estos momentos. Ahora bien: ¿ha perdido la OPEP definitivamente el control del mercado petrolero y toda posibilidad de reacción? ¿Con el descenso de los precios oficiales termina la crisis del petróleo o se trata de un evento coyuntural? ¿La crisis originada por el petróleo se está transformando en la crisis del petróleo? ¿Al desequilibrio en los pagos internacionales motivado por el petróleo demasiado caro pueden sucederle desajustes causados por el petróleo más barato? ¿Existe el peligro de un choque a la baja? ¿Cuáles pueden ser los beneficios y los costes, las ventajas y los peligros de una reducción continuada en el precio del petróleo? La respuesta a estas y otras preguntas similares enmarca el declinar o el posible renacer del mito de la OPEP.

El porqué de una crisis

El porqué de este comportamiento del mercaáo petrolero es fácilmente explicable si nos remontamos a la experiencia adquirida durante los años siguientes al primer choque de 1973-1974. En aquel período, los países industrializados tuvieron que plegarse a las exigencias de la OPEP en materia de precios; se había puesto de manifiesto un dato económico de primera magnitud: la naturaleza relativamente inelástica de la demanda de petróleo con respecto al precio. A falta de evidencia estadística en contrario, se suponía que el aumento de la producción siempre iría acompañado de un aumento proporciona¡ del consumo de energía, del cual la demanda de petróleo seguiría representando su principal componente.

Ni que decir tiene que esté criterio no ha resistido la realidad de los hechos. Desde 1978 se ha comprobado que, siel precio del petróleo superaba un determinado nivel -que los expertos denominaban umbral de paridad estratégica-, su uso puede disminuir significativamente como consecuencia de la puesta en marcha de nuevas inversiones en fuentes energéticas alternativas, reducción de conisumos superfluos y una mayor eficiencia energética de la industria.

De este modo, durante los últimos años se ha confirmado la disociación entre crecimiento del PIB y consumo de petróleo, de tal manera que esta materia prima ya no condiciona tan decisivamente el crecimiento de los países industrializados. Sin duda, este comportamiento es la respuesta en diferido de los sisteinás productivos ante la elevación espectacular del precio de los.crudos, que, con ocasión de las dos crisis petroleras anteriores, se había multiplicado por 14, en términos nominales, y por 6,5, en términos reales.

¿Crisis coyuntural o definitiva?

La drástica reducción del precio del petróleo ha sido acogida con entusiasmo y euforia en los ambientes económicos y financieros. Sin duda, este hecho marca el fin de un largo decenio de crisis petrolera, lo que no quiere decir que por sí mismo represente -tal y como sepiensa en algunos círculos- la salida espontánea del túnel de la crisis que padece el mundo industrializado y desplace por su inutilidad a cualquier estrategia coordinada de relanzamíento económico.

En realidad, la caída del consumo petrolero y el hundimiento de los precios responden, a su doble motivo: un factor contingente, la profunda recesión económica en las mayores economías industrializadas, y un factor estructural, el aumento de la participación de las energías no petroleras y la disminucion en la cantidad de petróleo necesario por cada unidad de producto.

Para la escuela de los optimistas, el precio del petróleo había alcanzado un nivel tan alto que sólo se justificaba por las condiciones de monopolio de oferta. Por ello, la distancia entre el precio de venta del petróleo y su coste de extracción determinaba elevados beneficios extraordinarios, y, aunque existen divergencias de un productor a otro que dificultan una valoración media, se estima que en muchos casos el precio de venta es de dos a tres veces superior al coste de extracción. Desde estas coordenadas, todavía hay un amplio margen para la caída del precio en el mercado libre.

Del mismo modo que hace unos años se consideraba probable que el precio del petróleo superase a corto plazo los 50 dólares el barril, hoy afirman los optimistas también podemos asegurar, aunque con las mismas probabilidades de equivocarnos, que el precio puede descender hasta los 20 dólares el barril, y de cara a esta eventualidad, ¿qué impactos sufriría la economía internacional?

Para la escuela de los pesimistas, existen razones de peso para creer que la transición a la era del petróleo mínimo está todavía en sus inicios y que la OPEP aún dispone de resortes suficientes como para recuperar, al menos en parte, el control del mercado que ha perdido en los tres últimos años.

Tampoco sostienen el punto de vista de que este nuevo choque petrolero sólo afectará a los países exportadores, condenados ahora a pagar sus errores del pasado viendo caer el precio del petróleo sin posibilidades de reacción. Temen que el descenso del precio del petróleo,al estimular la demanda y al desincentivar al mismo tiempo las inversiones en fuentes energéticas alternativas y en exploración de nuevos yacimientos, pueda provocar, a no mucho tardar, una nueva crisis de mercado.

En este contexto, recuerdan que el descenso del precio del petróleo en un período tempor al suficientemente largo conllevará inevitablemente la paralización total o parcial de las inversiones encaminadas a diversificar la oferta energética, y advierten que esta situación equivaldría a un peligroso desarme energético de los países industrializados. En apoyo de sus conclusiones, indican -y así lo anuncia la Agencia Internacional de la Energia- que, en la segunda mitad de esta década, la recuperación de las economías industrializadas y, también en cierta medida, la de los países del Tercer Mundo provocará una sensible dilatación de la demanda mundial de petróleo, acompañada de nuevas tensiones en los precios, que, según la AIE, podrían ser brutales y masivas.

Aunque la OPEP navega hoy a la deriva -concluyen-, nadie puede excluir la posibilidad de su renacimiento en un futuro próximo.

es economista de la Empresa Nacional Adaro de Investigaciones Mineras.

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