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RELIGIÓN

Juan Pablo II abrió ayer, en Roma, el Año Santo extraordinario de la Redención

Juan Arias

Ayer a las 5,41 horas exactas de la tarde, Juan Pablo II golpeó simbólicamente la Puerta Santa, que por primera vez "se abrió como una puerta normal". En la mano izquierda el Papa no llevaba el báculo que usa, siempre, heredado de Pablo VI y obra de m escultor Italiano moderno, sino otro antiquísimo de oro que no se usaba desde hace más de doscientos y que yacía en los museos vaticanos. Era el bastón que antaño usabam los patriarcas y los papas como símbolo de autoridad.

En la mano izquierda el Papa Wojtyla empuñaba el martillo que había usado Pío XI en el Año Santo Extraordinario de 1933. Dos símbolos claros que el Papa ha querido presentar ayer al mundo como expresión evidente de una llamada a la "tradición" de la Iglesia.También su discurso retransmitido en directo por Televisión a casi mil millones de personas de veintitrés países de todo el mundo estuvo impregnado de símbolos de devoción tradicional. No fue, como se esperaban muchos -era una ocasión excepcional-, un discurso de altos vuelos políticos religiosos; ni siquiera de tonos sociales como usa hacer a veces en estas ocasiones extraordinarias Juan Pablo II. "Ha sido un discurso para nosotras", comentó una monjita.

Tocó el Papa el tema de la Anunciación de la Virgen que dio a luz un Hijo, símbolo, dijo, "de la plenitud de los tiempos". Un Signo dijo el Papa con el que "se inicia la redención del mundo y con el que se comienza el Año Santo".

Las imágenes de la ceremonia estaban preñadas de sugestión. Sólo el tiempo, con una llovizna antipática y un aire frío de invierno, deslució la primera parte de la ceremonia al aire libre fuera de la basílica de San Pedro. Cardenales y obispos, cuyos colores -rojos y violeta destacaban alrededor del blanco celeste de los paramentos del Papa diseñados por un pintor alemán, se enjugaban con las manos la lluvia que les salpicaba en la cara.

El director de cine Franco Zeffirelli, que había prometido ayer en una entrevista que iba a dar al mundo las imágenes de una ceremonia "llena de alegría y de vida, con rostros que explotaran de felicidad", tuvo que jugar con filtros grises, violaecos y azules y con primeros planos tiritantes de frío.

Un primer plano sorprendió al cacareado arzobispo Paul Marcinkus, el discutido hombre de las finanzas vaticanas implicado en los escándalos del ex Banco Ambrosiano, que por cierto reía contento y satisfecho bajo la lluvia. Un comentarista malicioso afirmó: "no parece que tiene muchas ganas de convertirse".

En su homilía el Papa tuvo al final un recuerdo para el hombre de hoy. Pidió en una oración que este Año Santo de la Redención se convierta también en "una llamada al mundo contemporáneo que dé la justicia y la paz", afirmó el Papa, "en el horizonte de sus deseos y sin embargo, concediendo cada dia mayor espacio al pecado, vive día tras día, en medio de crecientes tensiones y amenazas y parece dirigirse hacia una dirección peligrosa para todos". Y añadió: "no permitas que se lleve a cabo la obra de destrucción que amenaza hoy a la humanidad".

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