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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un mito en Nueva Delhi

LOS PAÍSES que se consideran a sí mismos no alineados son 95: sus jefes de Estado comienzan hoy una reunión en Nueva Delhi, que ha sido preparada, con numerosas dificultades, por sus ministros de Asuntos Exteriores. Prevalecen las diferencias. La no alineación es un mito, una entelequia: los países presentes y afiliados (más dos sin territorio: la OLP y la SWAPO) tienen regírnenes que van desde formas más o menos encubiertas de fascismo hasta formas declaradas de comunismo: para algunos, el enemigo es la Unión Soviética; para otros, Estados Unidos. Algunos están en guerra entre sí. Sus conceptos de vida, política y organización general del mundo difieren notablemente; los hay entre ellos de gran riqueza -lo que no quiere decir desarrollo- y otros de extrema pobreza, que no sólo se consideran víctimas de los desarrollados por antonomasia, sino también de sus compañeros de no alineación (las crisis del petróleo han afectado mortalmente a los países que no lo tienen o cuyas materias primas y monocultivos no han podido ser suficiente mente revaloradas). Muchos de los Gobiernos; acredita dos representan difícilmente a sus súbditos; algunos están en guerra -o guerrilla- con ellos. Las influencias de las grandes potencias que no han aceptado nunca -aunque lo hayan hecho verbalmente o en declaraciones oficiales- el concepto de no alineación para la con solidación o para la desestabilización de los Gobiernos representados no cesan, como no cesa el deseo de aprovechar la declaración conjunta que pueda salir como arma de guerra fría. No son sólo las dos grandes potencias las que intervienen, sino también los antiguos colonizadores que mantienen todavía alguna fuerza -cultural, burocrática, económica-, las que llegan a cada caso. Fuera del ámbito del palacio de Nueva Delhi están los marginados: los saharauis, los exiliados del Sudán, los de Chad, los de Camboya y otros países del Sureste asiático, que tratan de entrar y de hablar.Son los restos del naufragio de Bandung, de la famosa carta de abril de 1955 y, peor aún, de la inmensa ola de esperanzas que abrió la serie de independencias del final de la década de los cincuenta y el principio de la de los sesenta, de la muerte del complejo de inferioridad (Sédar Senghor) de los pueblos oprimidos. En estos veintiocho años transcurridos, y a pesar de todas las modificaciones políticas, científicas, culturales y económicas del mundo, los grandes datos no sólo no han cambiado, sino que han empeorado: si entonces dos tercios de la humanidad pasaban hambre y toda clase de miserias, hoy se evalúa en las tres cuartas partes (efecto de la demografía); las diferencias de nivel de vida han aumentado (efecto de la acumulación científico técnica en el mundo desarrollado y del nulo crecimiento del subdesarrollado), y las esperanzas de futuro son peores ahora que antes. La crisis económica de los dos grandes bloques desarrollados -Este y Oeste- ha aumentado la presión neocolonial o el colonialismo invisible: es decir, la necesidad de contar con las materias primas, la mano de obra barata y las posiciones estratégicas, y hasta la de convertir en guerreros delegados de las grandes potencias a estos habitantes del mundo, son hoy más patentes.

La persistencia de esas circunstancias globales no es suficiente para unificar el mundo de los no alineados: se enfrentan entre sí. Si esa unidad comienza a tomar otras formas, son revolucionarias y no gubernamentales. Los movimientos de América Central colaboran y se extienden por el continente, los integristas y combatientes islámicos encuentran motivos comunes que les enfrentan lo mismo a la URSS que a los Estados Unidos. Los Gobiernos establecidos, cuyos máximos representantes se encuentran hoy en Nueva Delhi, se enfrentan casi simultáneamente en obtener más de las grandes potencias -en todos los sentidos- y en contener los revolucionarismos de sus pueblos: y en casos de proximidad, cada uno alienta los del vecino.

La idea de nuevo orden económico mundial y la de cooperación horizontal (la primera sería global; la segunda, de estos mismos países entre sí) circulan inutilmente desde hace años. Las devoran, principalmente, las guerras. La mayor parte del dinero prestado o cedido por los países árabes petroleros se ha ido en armas para el Irak, en guerra con Irán; los donativos de Libia, en el campo que le es propio, en revolucionarismos. Si el rearme es una gran desgracia para el Este y el Olste, para el mundo de los no alineados es una sangría, feroz. En el comunicado final se medirán las frases, se podrá ver si hay un principio de inclinación mayor o menor hacia Estados Unidos o la URSS, si hay esbozos de toma de posición para algunos de los conflictos internos. Puede haber casos particulares de gran interés, como la posibilidad -hasta este momento negada por Rabat- de que se plantee el tema de Ceuta y Melilla (ante una delegación española invitada, sin voz ni voto); pero la situación general no habrá variado. Los jefes de Estado de Nueva Delhi no tienen en sus manos el poder para cambiar los estados de opresión o de revolución en un nuevo orden o en un sistema de cooperación.

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