La última obsesión
Desde que el presidente de la Conferencia Episcopal, Díaz Merchán, declaró que "en TVE hay una obsesión por lo sexual", las cosas se ven de otra manera en la pequeña pantalla. De manera más sexual, quiero decir.El domingo, sin ir más lejos, la locutora de la segunda cadena, que justificó por sus grandes valores artísticos la exhibición de la película de Bogdanovich (La última sesión), alertó/alarmó a la parroquia con su inconfundible jerga de cine club. En otros tiempos, esas palabras hubieran bastado para provocar un estrepitoso clic de apagar el televisor por el tufillo de arte y ensayo que desprendía. Después de la denuncia insólita del presidente de la Episcopal, tales advertencias sonaron en la calenturienta imaginación telespectadora a esos letreros que colocan delante de las películas "S", como sí nuestra sensibilidad estuviera en trance de ser herida por el rayo obsceno de Prado del Rey.
Hubo morbosos que inmediatamente enchufaron el vídeo, a la caza de algún sensacionalismo inédito; hubo inocentes que se perdieron los goles de Estudio estadio por si las moscas eróticas; pero hubo un numeroso batallón de escandalizables profesionales, de contumaces redactoras de airadas cartas de protesta a la prensa, heroicos centinelas de la moralidad anterior a la ética, que aguantaron estoicamente al pie del cañón televisivo, más solos que la una, por si se repetía el bochorno de Maravillas, con el patriótíco ánimo de poner el gritd en el cielo electrónico de Calviño en defensa de la prole durmiente o desterrada en la cocina. No entenderán estos integristas dema-siado de la nueva sociedad española, pero acabarán entendiendo mucho de cine.
Lo cierto es que don Gabino, en estrecha colaboración con la presentadora de la segunda, logró con La última sesión algo que hubiera encantado a Peter Bogdanovich: Una "lectura erótica de la historia", como todavía pronuncian los que no se han enterado que estructuralismo se escribe con equis. Que pocas veces en la basta biografia de los coitos y los desnudos cinematográficos hubo secuencias más desangeladas, congelantes que las de una película cuyos méritos discutibles no los llamó el diablo por los caminos del erotismo.
Decían los frailes de mi colegio de pago que el pecado, sobre todo, estaba en la mirada del pecador. Buena la armó don Gabino con sus declaraciones, porque desde que las pronunció se nos ha puesto mirada sexual.a costa de TVE, a pesar de que no hay ningún motivo aparente para ello. Pero como desde Freud sabemos todos, incluida Paloma G. Borrero, que lo sexual anida y se pudre en el inconsciente, en lo innombrable, en lo que no se muestra ni se habla, pues hasta el cuaderno de bitácora de Cousteau me parece a mí últimamente porno duro, y muy especialmente cuando refiere con tanto detalle el grosero apareamiento de las ballenas grises.
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