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Pío Muriedas, un personaje tradicional de las calles de Santander

El destino de Pío Muriedas hubiera sido, de nacer en el siglo XVI, la celda de la Inquisición o la gloria. O posiblemente ambas. Como su advenimiento se produjo cuatrocientos años después, en los albores de 1900, su sino se repartió entre la cárcel franquista y la más absoluta, pero digna, de las pobrezas. Rapsoda, pintor, poeta, actor de cine, cómico de la legua, exiliado, preso político y anticlerical visceral conforma la personalidad y actividad de un hombre que a sus ochenta años sobrevive con una pensión de 5.000 pesetas. Pío Muriedas ha tenido el orgullo de cumplir su ochenta aniversario como pregonero y farolero mayor de la segunda edición de los carnavales democráticos en Santander y de ser, confiesa sin modestia alguna, "el único actor que tiene dedicada una farola en España".

"Mira: se ha dicho que yo voy ciertas noches a mearme en la farola, pero no es cierto. Primero, por los amigos que gestionaron que me la dedicaran el año pasado y, sobre todo, por respeto a los perros, que son nobles rivales en la meada". Pío Muriedas es siempre piedra de escándalo para los numerosos bien pensantes de una ciudad pequeño burguesa como Santander, a los que denosta casi tanto como a curas y militares. Cuando hace algunos años, y a raíz de que se utilizasen por primera vez micrófonos en una representación teatral en la sede de los Festivales Internacionales de Verano, en la plaza Porticada, Pío bautizó a ésta como plaza fornicada. Las cartas al director de los periódicos locales echaron humo durante semanas.Hombre de simpatías profundas y odios viscerales, en el campo de la política agrupa sus devociones en función de la fuerza de carácter de los políticos. En los años sesenta fue Manuel Fraga, y en los ochenta, Alfonso Guerra. Del líder de derechas respeta Pío Muriedas su firmeza para mantenerle una ayuda prometida a pesar de las presiones y de las acusaciones de rojo que hasta el entonces ministro de Turismo hicieron llegar algunas personas. "Estimo a Fraga aunque no pienso como él", afirma como preludio a la expresión de un deseo imposible; "lo que siento es que él no piense como yo". Con Alfonso Guerra le unen otras cosas, además de la militancia socialista. Por ejemplo, su devoción por Antonio Machado, Federíco García Lorca y, en general, por todos los poetas de la generación del 27, innumerables veces recitados, en los lugares más dispares, por este rapsoda con más de 25.000 actuaciones a la espalda. Del vicepresidente del Gobierno guarda, como oro en paño, una carta reciente, respuesta a una misiva suya en la que solicitaba ayuda para la edición, "no para que me compren libros, que lo que yo quiero es publicarlos", y una recopilación de poemas de la práctica totalidad de los poetas españoles de este siglo.

Secretario general de la Unión de Escritores y Artistas Republicanos durante la guerra en Santander, huye a Francia desde Barcelona a la caída de ésta. Mitad convencido por el trato dado por los soldados senegaleses a los republicanos españoles internados en los campos de concentración, mitad por la "cara de bueno y la, labia" de un representante del Gobierno de Franco, Pío Muriedas regresa a España, "porque me aseguraron que no tenía nada que temer". Pero la realidad fue muy distinta: condenado a muerte -"aunque me salvó José María Pemán"-, permaneció tres años en la cárcel y luego en el destierro.

A finales de los años cuarenta la vida no era fácil, y menos para los que habían perdido la guerra. Pío Muriedas, que por todo oficio tenía el de recitar, transita incansable por las ciudadaes norteñas, sin atreverse aún a volver a Santander, declamando en lugares insospechados, entre ellos, las tabernas. Al final del recital, y para obtener un dinero que nadie ofrece por la lectura de poemas, sortea, entre los asistentes, una botella de añis peleón. Unos meses después abandona los sorteos alcohólicos, sustituyendo la botella por un cuadro que él mismo pinta o, transcurrido el tiempo y en otros recitales de más tronío, por las obras que le regalen amigos de siempre, como Quirós, Barceló, Ibarrola y el mismo Miró. Una actividad que no le reportó grandes beneficios, aunque sí dejó en manos de algunos santanderinos pudientes obras importantes a un precio muy por debajo de su valor real.

En la recta final, que él espera sea larga, Pío Muriedas pasea su inconfundible figura, a medio camino entre un lord inglés venido a menos y un Don Quijote norteño, de calle en calle y de cine en cine, en los que no suele permanecer más allá de los diez primeros minutos. No se resistió a probar fortuna en el séptimo arte interviniendo en dos películas. En la última, como protagonista principal y encarnando a un mítico director de cine. En la primera, con un pequeño papel para hacer "de mí mismo", rodeado del mundo gay.

Ahora, director-asesor de un joven grupo de actores que representan por la región a Calderón de la Barca y que, posteriormente, lo harán con lonesco y Camus, se siente orgulloso hasta la obsesión con su farola. En ella, el final de un poerna que en 1977 le dedicara el. premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre: "oh voz de las voces sobre el haz de España".

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