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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Agonía y muerte de UCD

LA DISOLUCION de UCD, anunciada inmediatamente después de que se hiciera pública la dimisión de Landelino Lavilla, pone fin a la dolorosa agonía del centrismo, acelerada tras la catástrofe electoral del 28 de octubre. El comentario sobre el acontecimiento, no por previsible menos dramático, debe ser suavizado por la consideración retrospectiva de los indiscutibles logros de UCD durante la etapa de transición, de los que todos los demócratas españoles son parcialmente deudores.Sin duda, le corresponden a Adolfo Suárez -formalmente ausente del partido centrista desde el pasado mes de julio, pero moralmente marginado de sus filas desde febrero de 1981- gran parte de los méritos de esa empresa. Pero a las positivas realizaciones de UCD en pro de las libertades también contribuyeron, en la medida de sus fuerzas y de acuerdo con sus capacidades, otros muchos hombres y mujeres que permanecieron hasta las últimas elecciones fieles a las hoy liquidadas siglas y que se encuentran ahora abocados a elegir entre la retirada a la vida privada o la cabizbaja entrada en la coalición dirigida por Fraga, tan denostada por ellos hasta hace bien poco y con más que sólidas razones. Para poner un solo ejemplo, Landelino Lavilla, ministro de Justicia desde julio de 1976 a marzo de 1979, desempeñó un papel decisivo en el diseño y puesta en práctica de la reforma política y cumplió después con dignidad, eficacia y respetabilidad las funciones de presidente del Congreso durante la pasada legislatura.

No se sabe hasta qué punto los estrategas que organizaron, a partir de la primavera de 1980, el safari contra Suárez fueron conscientes de que UCD, pirámide invertida cuya estructura descansaba en el liderazgo del presidente del Gobierno, estaba irremisiblemente condenada a la desintegración una vez que el vértice de la construcción fuera destruido por la piqueta. Cabe suponer que los conservadores afiliados luego a Alianza Popular y los democristianos integrados después en el PDP trabajaron casi desde el primer momento en favor de la gran derecha y el modelo bipartidista preconizados por Fraga. Los resultados de las urnas, en las que los socialistas casi doblaron en votos populares a Alianza Popular, mostraron el error de ese cálculo insensato. Sin embargo, otros críticos de Suárez, entre ellos Lavilla, probablemente aspiraron de manera sincera a una regeneración del centrismo que democratizase su funcionamiento interno, colegiara la adopción de las decisiones y relegase a un segundo plano a los llamados azules. Paradójicamente, la defenestración de Suárez, además de acelerar de forma vertiginosa la crisis centrista, acentuó los rasgos autoritarios en el seno del partido del Gobierno y fortaleció las posiciones de hombres de pasado azul. La hecatombe del 28 de octubre mostró la falta de arraigo popular de la UCD renovada y proporcionó a esos mismos azules la hegemonía dentro del escuálido Grupo Parlamentario Centrista.

Una reunión extraordinaria celebrada en el pasado diciembre concluyó con la ocupación de los órganos dirigentes de UCD por significados representantes de la corriente democristiana. El impresionante monto de las deudas centristas y la fama maniobrera de los sectores azules dio pábulo a la hipótesis de que los democristianos habían sido víctimas inocentes de un astuto pase negro. La intención de esa estrategia habría sido que los dirigentes del partido cargaran con la responsabilidad de atender a los acreedores mientras el grupo parlamentario, que goza de plena independencia política, se dedicaba, sin la sombra de las deudas, a realizar sus propias jugadas. Los democristianos pronto repararon en la inviabilidad de reflotar esa empresa quebrada e iniciaron movimientos de aproximación al PDP, federado con Alianza Popular. El rumor, nunca desmentido de forma rotunda, de la elección de Landelino Lavilla como miembro del Tribunal Constitucional y candidato a su presidencia (inaugurando así la fea costumbre de convertir a las instituciones del Estado en un nuevo INI para hombres de partido cansados de las refriegas cotidianas) pudo ser explicado no tanto por la megalomanía anticipatoria de los promotores de la idea o por los deseos socialistas de no dar su brazo a torcer en la renovación del alto tribunal como por el deseo de quitar el tapón del baño centrista y facilitar su desagüe hacia la coalición de Fraga.

La liquidación del partido centrista abre a un sector de sus dirigentes y cuadros la posibilidad de integrarse en dicha coalición. Las deudas millonarias de UCD, incrementadas durante la última campaña electoral y sin la menor posibilidad de ser canceladas mediante los aportes de una militancia inexistente, han desempeñado un papel tan sórdido como decisivo en el desenlace de este drama. El PDP ha podido imponer leoninas condiciones a los democristianos de UCD para aceptarlos en su seno y la mayoría de los escasos parlamentarios centristas han estado en desacuerdo con el apresurado desguace del partido y la entrega de sus restos a Fraga.

No era fácil una salida para los problemas de UCD que respetase su autonomía política, tuviese futuro electoral y fuera algo más que un numantino acto de solidaridad con los propios errores del pasado. Aunque existe un claro espacio electoral entre los socialistas y Alianza Popular, la penosa historia reciente del centrismo le incapacitaba para aspirar a llenar ese hueco, hacia el que gravitan ahora el CDS de Suárez y el proyecto de Miquel Roca. No es descartable que el ingreso de los democristianos centristas en el PDP pueda fortalecer las tendencias centrífugas de esa formación política respecto a Alianza Popular y sentar las bases de una opción electoral autónoma. Si los barones de UCD no pudieron soportar el liderazgo de Suárez, resulta casi inimaginable que hombres como Alzaga, Rupérez o Schwartz se conviertan en súbditos obedientes del autoritarismo fraguista, renuncien a las posiciones ideológicas de derecha moderada y coloquen su capital político al servicio de un programa de conservadurismo autoritario del que sufrieron personalmente la represión y la persecución hace dos décadas. Queda por despejar la incógnita del destino del Grupo Parlamentario Centrista, o, mejor dicho, de los contados miembros que lo integran. No parece que la autodisolución de UCD conceda a sus diputados -o a quienes les sustituyan en el Congreso- otra vía que la entrada en el grupo fraguista o el exilio al Grupo Mixto. Triste final para una campaña electoral que costó muchos cientos de millones de pesetas y que dejará a un millón y medio largo de votantes sin voz propia en las Cortes Generales. Y preocupante solución para las opciones de derecha democrática de este país, sometidas ahora indiscriminadamente a la imagen de un líder y a los votos de sectores sociales difícilmente compaginables con las ideas de libertad y modernidad que esa misma derecha moderada preconiza.

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