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El criminal de guerra nazi Klaus Barbie está encerrado en la cárcel de Lyón donde torturó a miles de resistentes

Con la llegada a Lyón, cuarenta años después, del jefe de la Gestapo, nazi en esta región, Klaus Barbie, acusado por la justicia francesa de "crímenes contra la humanidad", esta ciudad se ha convertido en la capital de Francia para que "la justicia sirva a la historia".

Desde anteanoche, la Prensa occidental, antiguos deportados o resistentes y sus familiares, y franceses, mayores y chicos, de toda la región lyonesa, acuden a los alrededores del fuerte Montluc, la cárcel en la que Barbie torturó a millares de resistentes y en la que ya ha pasado dos noches.Será juzgado, dentro de un año aproximadamente, y defendido por abogados alemanes y franceses. Representantes del Estado, de la política, de la jerarquía eclesiástica, así como la viuda del héroe de la resistencia gala, Jean Moulin, desearían que, en este caso específico, existiera la pena de muerte. Un senador, en este sentido, ha intervenido oficialmente.

En el distrito número tres de Lyon, sobre la orilla izquiera del Ródano, está ubicado el fuerte Montluc, la cárcel en la que torturaba la Gestapo, bajo el mando de Barbie, durante la última guerra mundial, y hoy dividida en tres sectores: uno para mujeres, otro para hombres que sufren penas menores y un tercero destinado a los militares.

Sobre la fachada frontal de Montluc, en letras de oro, o que lo aparentan, se lee: Prisión Militar. A la derecha de la entrada principal, una placa recuerda la historia: "Aquí sufrieron, bajo la ocupación, 10.000 internados, víctimas de los nazis y de sus cómplices. 7.000 sucumbieron. La insurrección popular liberó a 950 supervivientes el día 2 de agosto de 1944"

Aquí, desde anteanoche, con su historia al hombro, en una celda impenetrable, se encuentra Barbie, el hombre que centra la atención de quienes vivieron o que se han enterado más tarde de lo que fue el nazismo y, más precisamente, de lo que representó el llamado carninero de Lyon.

Centro de peregrinación

Ayer, durante toda la jornada, el fuerte Montluc fue un centro de peregrinación, donde las cámaras y los bolígrafos de la Prensa occidental filmaban y escribían una historia del día con transfondo de lágrimas, de rabia, de odio a veces, de curiosidad también. Familias enteras, en coche, o a pie, llegaban hasta la fachada frontal de la cárcel, ante la que había dos coches de policías.Un grupo de antiguos resistentes llegó hasta la entrada misma y, al lado de la placa retrospectiva, ya citada, permaneció durante cinco minutos en silencio. Un anciano, llorando, soltó un puñetazo al aire y, este gesto fue la señal de partida del grupo.

El desfile de familias fue incesante. "Lo peor es si nos ha engalado y no es Barbie, porque este individuo es muy capaz de haber pagado a alguien para que ocupe su puesto", le decía un padre a sus dos hijos.

Otro comentario: "Menos mal que hubo cambio de gobierno en Bolivia, porque, de no ser así, jamás nos hubiesen devuelto a este criminal". Otro más: "Había que encerrarlo en una celda con discos, a todo volumen, en los que se hubiesen grabado los gritos y la desesperanza de todas las personas a las que torturó". Una señora que dice haber perdido a cinco familiares durante la resistencia dice: "Pobre del abogado que se atreva a defenderlo".

En un corrillo, donde cada uno, hombres y mujeres, mayores y jóvenes, suelta su banderilla anti-Barbie: "¡Qué habrá pensado durante esta primera noche en su celda que, quizá, él reconoce por haber torturado en ella a no se sabe cuántas personas!".

A lo largo de toda la jornada, ayer, fue imposible encontrar a un lyonés que no hablara del fuerte Montluc, de Barbie, y de la buena obra que han realizado los bolivianos devolviendo a esta tierra a quien se ensañó con la sangre de sus hijos. Pero el clamor es nacional.

El ministro de Interior, Gaston Deferre, como el obispo de Balleux, o la viuda del jefe de la resistencia, Jean Moulin, coinciden con lo que deben pensar la mayoría de los franceses: "Siento que la pena de muerte ya no exista, únicamente para condenar a Barbie a esa pena capital", dijo Deferre.

Renée Moulin, la que fue esposa del héroe nacional, enterrado en el panteón parisiense, que tiene ahora 75 años, en cuanto supo que Barbie estaba ya en Francia, asegura que fue invadida por una especie de sosiego: "Y lo que yo desearía es que fuera fusilado, o ahorcado, pero como esto ya no es posible en Francia, deseo que lo condenen a cadena perpetua. Quizá existirá alguien que lo asesine, no lo sé, pero eso puede ocurrir".

Los responsables políticos de todas las tendencias, como las conciencias morales del país que, en esta ocasión que precede lo que ya se considera de antemano como un "proceso histórico", dejan bien sentado que no claman en favor de la venganza, sino que se trata de la "historia y de la memoria de Francia" como señaló Lionel Jospin, líder de los socialistas.

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