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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las graves contradicciones políticas de Portugal

EL PERIODO que se abre en Portugal con la decisión del presidente de la República, general Ramalho Eanes, de convocar elecciones generales es extremadamente dificil y peligroso. El anuncio que hizo ayer no determina la longitud del tiempo: no puede hacerlo. La indicación de "lo más pronto posible" indica que una serie de formalidades han de cumplirse con arreglo a la Consitución (y aun así, los centros de opinión de la coalición actual le están ya veladamente acusando de disimulado o discreto golpe de Estado) y, por tanto, con una situación parlamentaria que se abre al no aceptar el presidente de la República la designación de Vitor Pereira Crespo como nuevo presidente del Gobierno. Durante ese tiempo, Portugal tiene que estar gobernado, y Ramalho Eanes ha explicado bien que la responsabilidad de esa gobernación ha de recaer sobre el actual Gobierno en funciones del dimisionario Pinto Balsemâo; el cual, a su vez, había anunciado previamente que una disolución de la Asamblea significaría su retirada inmediata. No parece que vaya a hacerlo así. Es consciente de que se haría responsable de una cierta catástrofe, y él mismo ha empleado la metáforta de "no abandonar el barco". Pero a su vez exige algo más de lo previsto para una situación especial: unos poderes especiales que le permitan gobernar de verdad, y no sólo despachar asuntos de trámite. El mismo ha explicado que hay urgencias que no se pueden aplazar, y entre ellas, la aprobación del presupuesto y la solicitud de empréstitos para evitar la quiebra. Es evidente que ha de estar en su ánimo dramatizar la situación; pero esa situación es lo suficiente dramática como para no necesitar pretextos.El juego político aparece, en principio, de esta forma: el presidente de la República y el actual presidente del Gobierno se acusan más o menos, el uno al otro, de una culpabilidad en la situación actual. Los dilemas más graves son los de dos razones válidas pero contradictorias: Pinto Balsemâo tiene una razón válida para exigir una fuerza real para el Gobierno, pero también es válida la razón de que un Gobierno que ha sufrido un relativo asalto de la opinión pública en unas elecciones municipales, cuyo presidente ha presentado la dimisión presionado por los otros partidos de la coalición, pero sobre todo por un ala del suyo propio, y que no ha sido capaz de rehacerse con la designación de una figura suficientemente fuerte para gobernar -Vitor Crespo no lo es-, no puede tener plenos poderes en estos momentos y dirigir el país con medidas drásticas -que son necesariasque comprometan al que podría ser su sucesor. Pinto Balsemâo tiene razones para no querer colaborar con Ramalho Eanes en la disolución del Parlamento; pero si ésta no se produce, la crisis sería de la presidencia de la República. Y es sabido que, a pesar de los recortes de los poderes presidenciales hechos por la reforma constitucional, el presidente conserva tantos -y personalmente representa una cierta figura de equilibrio- que su dimisión abriría también un período grave.

En el fondo de esta crisis está la caída general de la idea del centrismo, que durante tantos años ha prevalecido en Europa, caída que en España se ha producido en forma de hecatombe. El centrismo portugués se ha desmoronado desde dentro -también-, a pesar de la calidad que Pinto Balsemâo -personalmente, por su propia personalidad- ha sabido dar a su gobernación. En el caso de Portugal, la alternativa no está tan ilusionada, no tiene la carga de esperanzas que ha podido tener en Francia, en Grecia o en España: está representada sobre todo por Mario Soares. Y Mario Soares, sean cuales sean sus valores y su representación, ha gobernado ya el país sin haber conseguido tampoco revitalizarlo; hasta llegó a una situación de tirantez grave con Ramalho Eanes -que provocó su caída-, ahora disminuida por la necesidad de una alianza. Es muy posible que las elecciones generales portuguesas, si llegan a celebrarse, favorezcan al partido socialista; no está tan claro que le den una mayoría absoluta, y puede verse obligado, si consigue una minoría mayor, a otras coaliciones. A pesar de la moderación de Soares en sus Gobiernos anteriores, hay grandes sectores conservadores, con fuerza en el país, decididos a poner en juego todo lo que puedan para evitar que vuelva a constituir Gobierno. Pero, al mismo tiempo, se ve muy difícil que pueda reconstruirse el centrismo. La posibilidad de que Ramalho Eanes utilice esta crisis profunda y estas contradicciones para izarse de nuevo, con los poderes que le quedan constitucionalmente y con la angustia del vacío, dirigiendo el régimen desde un presidencialismo, está, sin duda, en sus propias consideraciones. Podría tratar de dar a Mario Soares, con su colaboración y con su propia energía, la fuerza que pudiera faltarle. Pero todo esto es adelantarse demasiado a los acontecimientos.

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