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Tribuna:GENTE DE LA CALLE
Tribuna
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La soberbia

Hace años destaqué en un libro el papel de la envidia en la sociedad española, lo que todavía recuerdan amablemente algunos articulistas cuando se refieren a nuestros defectos. Mi ojeada diaria a la calle me hace pensar, sin embargo, que "no hay que echar en saco roto" (nunca he sabido la razón de esa extraña costumbre) al pecado que le precede en la conocida lista, es decir, la soberbia.Soberbia es negarse claramente a aceptar las disposiciones legales sobre el tráfico. El español, en general, y el madrileño, en particular, no admiten que la autoridad decida por él cuándo puede pasar un cruce. Si oye (en general no oye porque no se lo dicen) a un guardia: "Ha pasa-do usted con el semáforo en rojo", contestará: "¡Pero tenía tiempo!". Es decir, quien decide la conveniencia o no del avance es él mismo, no un ente lejano y sobre todo ajeno llamado Departamento Municipal del Tráfico.

Peatones y

automovilistas

Soberbia es adelantar unos metros el coche cuando no hay más remedio que detenerse porque está pasando la gente. Fíjense en los pasos de peatones. Siempre hay vehículos con sus ruedas superando la raya blanca. Y por el mismo concepto, visto por el otro lado -el español no deja de ser soberbio al transformarse en peatón-, no faltan nunca-dos o tres personas que esperan su luz verde fuera de la acera con los pies en la calzada. Es la muestra de su, personalidad. No van a hacer como la masa, ¡ese rebaño de ovejas!

Es soberbia básica ignorar al otro cuando se transita. El español de la calle que se desvía de su camino jamás se le ocurre pensar en quien en ese momento seguía el suyo rectamente, y así encuentra de pronto el obstáculo de su cuerpo. "Pero ¿no veía usted que iba hacia ese lado, hombre?".

De la misma forma, el conductor del vehículo que ve un obstáculo en su lado se echará al lado contrario de la calle o carretera, obligando al frenazo del que sí viene por su mano. Y si oye un bocinazo de protesta contestará con otro de contraprotesta: ''¡Será imbécil!¿No ha visto que tenía a alguien delante de mí?".

La soberbia dicta que la ocupación de uno sea mucho más importante que la de los demás. Por ello, uno puede dejar su coche en segunda fila y no comprende la irritación que eso causa el encerrado cuando no puede salir. Siempre se supone que la misión del otro es insignificante y que esperar no le va a causar ninguna extorsión.

La española

"firma ilegible"

Una vez en una calle estrecha me encontré con una camioneta de mudanzas que me impedía el paso. Tras tocar repetidamente el claxon, salieron unos robustos mozos del portal. "¡No tendrá usted tanta prisa.'", me dijo uno mientras abría calmadamente la puerta de su -coche. "¡Pues sí, la tengo!", grité. "Por eso..." siguió impertérrito, mientras agarraba el volante. Me di cuenta que al exponer su suposi ción ya sabía que mi respuesta iba a ser "no, efectivamente, no tengo ninguna prisa", y eso es lo que oyó cuando yo había dicho exactamen te lo contrario.

La soberbia es también responsable de algo desconocido en otras latitudes y que se llama "firma ilegible" al pie de documentos públicos y privados. Firma ilegible significa que al que manda la carta no le importa nada vuestro derecho a saber quién es -en general se trata de cartas oficiales y desagradables-, y la firma ilegible elude la mínima posibilidad de preguntar o de ampliar detalles de la comunicación que se acaba de recibir. Algo parecido a lo que sería hablaros altisonantemente con la cara tapada y marcharse.

Y la soberbia, en fin, ha inventado esa costumbre, cada vez más extendida en la sociedad española, en la que cualquier piernas con oficina os hace llamar por la secretaria con un "Un momento, que le quiere hablar don Fulano...", momento que puede ser momentos y aun momentos largos, esperando al que el tal Fulano decida coger el aparato, ¡a veces, para pediros un favor!

Sí, me temo que la soberbia puede equipararse con la envidia en el hit-parade de los pecados españoles.

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