La corbata
Es posible que el hábito no haga al monje, pero, evidentemente, lo conforma y lo define. En las últimas semanas me ha fascinado el suspenso que se ha levantado a propósito de si García Márquez iba a llevar frac en la ceremonia del Premio Nobel. ¿Se atrevería a desafiar las fórmulas protocolarias? ¿O pasaría por el aro? Como casi siempre, se llegó a una fórmula intermedia. Recibió el premio de liqui-liqui... pero vistió el frac para la cena...El problema del vestuario siguió a la llegada del novelista a España, cuando fue a ver al presidente del Gobierno. ¿Cómo iría García Márquez? ¿Cómo le recibiría Felipe González? Ante los periodistas congregados, el novelista explicó que se decidió por la corbata, aunque "era la primera vez que ambos se iban a ver usando esta prenda". ¿Se reconocerían?, pensaba el lector, impresionadísimo; pues sí, como se demostró en el abrazo fraternal que se dieron, y esta vez era Felipe González quien había buscado el compromiso o, como ahora se llama, el consenso. Llevaba corbata, pero con jersei.
Generalmente, son dos elementos que no van juntos, porque su elección marca la alternativa de la gente de hoy. Izquierda y juventud apuestan por el jersei, casi siempre con cuello alto; la burguesía, la gente máyor, se mantienen unidos, uncidos a la corbata. Ambas son actitudes respetables, pero no se sabe por qué razón quien lleva corbata está apegado a las convenciones, mientras que el usuario de jersei muestra con ello su libertady su individualismo; eso me deja estupefacto, porque lo más parecido a un muchacho con barba y jersei de cuello vuelto es otro muchacho de barba y jersei de cuello vuelto. Dicho de otra forma, que sustituyen un convencionalismo por otro.
Como el gracioso grupo infantil sin bata, de Rumeu, la eliminación de la corbata supuso durante mucho tiempo una declaración política de la izquierda.
El sarampión ha pasado, afortunadamente. El presidente del Gobierno ya va vestido como sus homálogos de otros países, e incluso ha admitido la posibilidad de hacerse un chaqué. Y, probablemente, se hará un esmoquin, ese que no llevaba, ¡vade retro! en las cenas de gala del palacio real hace años, y quizá un frac. Y eso no le impedirá promulgar las leyes socialístas que considere oportunas y de acuerdo con su programa, pero ofrecerá al público presente y televisivo la imagen que éste espera de un dignatario.
Porque, desengañémonos, a la gente le gusta el protocolo, el fasto y la ceremonia. En todas las sociedades, a lo largo de la historia y a lo ancho de la geografía, los hombres se han pintarrajeado o vestido de forma especial para ocasiones especiales. No hay más que recordar la boda de Diana y Carlos, con la que se sintieron identificados seres de todas nacionalidades y clases sociales. A mí me hizo mucha gracia cuando Mitterrand, para demostrar la diferencia de estilo con Giscard, tomó posesión de la presidencia de la República francesa con un traje gris en vez del chaqué habitual. ¡Oh, qué revolución!, ¡oh, qué audacia.?, ¡oh, qué aproximación al pueblo! Pero resultó que, con ese terno gris claro (que además le engordaba), ese hombre caminó enfáticamente solo por el Panteón para depositar una rosa roja en la tumba de los mártires del partido socialista. ¿De verdad creía Mitterrand que en ese momento era un militante más? Y cuando, al salir, recibió el saludo de sable au-clair de los coraceros de la escolta, con sus petos de acero y sus penachos de plumas, ¿realmente creía seguir siendo un compañero de la masa que le veía tras de las barreras de seguridad que habían establecido los guardias?
Los hombres no se liberan jamás del sistema del establishment, como ahora se dice. Cuando evitan uno de sus cepos -la corbata- caen en el del vaquero obligatorio. Es gracioso oír a un muchacho gritar contra las multinacíonales y el consumismo, coca-cola en mano mientras viste unos bluejeans y anuncia sus preferencias deportivas llevando zapatos y bolsas con unas escandalosas seis letras en la parte exterior. El hombre anuncio, emparedado con dos carteles, el hombre-sandwich de los años treinta, ha sido superado por todos nosotros en una descarada publicidad.
¿Corbata, o no? Lo que en cada caso resulte más cómodo o más aparente, pero, por favor, sin adjetivos peyorativos.
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