Una pelicula con doble fondo
Los progamadores cinematográficos de televisión han decidido cambiar la película anunciada para hoy, Dos hombres contra el Oeste, de Blake Edwards, por otro filme norteamericano, La noche se mueve, de Arthur Penn, estrenado en España en 1976, poco después de su realización.Tal sustitución se justifica porque la copia recibida en Prado del Rey de la película prevista no responde al metraje original; es frecuente que las distribuidoras norteamericanas adapten la duración de algunas películas a tiempos más teóricamente adecuados a las necesidades de la televisión. Esas mismas copias suelen ser comercializadas después en formatos familiares o en vídeo; los adictos a estos sistemas habrán tenido ocasión ya de comprobarlo. Han hecho bien, pues, los progamadores negándose a emitir un filme mutilado.
La noche se mueve es, por su parte, una excelente película que, aunque fuera discutida por la crítica, ha logrado transformarse en una de las obras más aprecidas de su director. Lo que algunos críticos entendieron, con rapidez como filme menor contiene realmente un trasfondo de mayor complejidad. Eso, al menos, publicaron quienes defendieron la película con pasión.
Arthur Penn había sufrido, durante cinco largos años, un paro incomprensible. Su película anterior, Pequeño gran hombre, había constituido un gran éxito de taquilla, y ello no podía justificar el olvido al que le sometían las casas productoras. Mucho menos aún si se contemplaba la trayectoria del director, que, al menos en algunos títulos había obtenido también importantes triunfos. El milagro de Ana Sullivan (1942), La jauría humana (1965) o Boni y Clyde (1967)... Este tardio regreso de Penn ayudó a hacer creer que La noche se mueve no era más que una película de consumo nacida de las urgentes necesidades económicas del director.
Una revista católica española dijo, por ejemplo, que La noche se mueve "no honra demasiado a Arthur Penn. Ha caído en el mismo vicio que critica: olvidar la acción como reveladora de conductas y caracteres para devorarse en minucias psicológicas". En el mismo tono se pronunciaba el vehemente crítico francés Marx Tessier: "Aunque, en las secuencias finales, Penn parece recobrar su aliento perdido, el resultado está, objetivamente, por debajo de lo que se espera de él".
Necesidad de sobrevivir
En 1965 eran frecuentes las películas de detectives privados. Algunos trabajos de Robert Altman, Polanski o Frietkin resucitaron el viejo género que Humprey Bogart había hecho ya pasar a la historia del cine. Pero no se trataba de una simple imitación. Para Penn, por ejemplo, el fracaso de su detective conlleva un apunte de reflexión sobre el fracaso de toda una generaciónPara ésta (para la suya), la necesidad de sobrevivir es ya más importante que encontrar sentido al trabajo que se realiza. El detective que, atendiendo una investigación menor, rutinaria y sin interés, acaba confundido entre la gente a la que persigue (y de ahí el interés de los planos finales, que le muestran dando vueltas ilógicas en un círculo cerrado), no es más que, quizá, el reflejo de lo que Arthur Penn pensaba con amargura: "Es inútil creer en la heroicidad del trabajo bien hecho, es negativo alejarse de lo que hacen los demás, pero aunque uno se adapte, imposible también alcanzar el triunfo final".
Por encima de las peripecias vividas por el mediocre detective a quien sólo encargan chapuzas, que constituyen el nudo argumental de la película, Arthur Penn realizó el retrato íntimo de un hombre duro, ingenuo, de gustos elementales (que se aburre, como muchos, con las películas de Eric Rohmer: "Son como ver crecer una planta"), en el que pudo reconocerse la desolación de quienes, al cabo de su vida, entienden que ésta carece de sentido.
Años más tarde insistiría Penn en filmar el fracaso de otra generación: Georgia, estrenada este año en España, es, probablemente, una de sus películas más desesperanzadas.
La noche se mueve se emite hoy, a las 23.25, por la primera cadena.
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