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Nombres de viejos y queridos enemigos

Estos días he vuelto a leer en la Prensa los nombres olvidados de Pablo Castellano y Enrique Múgica. El primero advertía sobre los riesgos de la moderación institucionalizada y el segundo ha sido designado para no sé qué cargo en la Ejecutiva del PSOE, a la que supongo que no había dejado de pertenecer. Tales nombres, de referencia más insólita cada día que pasa, no dejan de traer un viejo regusto de tiempos pasados. Digo pasados y lo subrayo porque, efectivamente, ya no volverán. Es lo que pasa con todo tiempo pasado, ciertamente, pero yo lo constato en otro sentido. Me parece que aun en el caso de que exagerando la moderación, que siempre es demasiada, el PSOE nos devolviera a las manos de la derecha y se produjera la involución temida, no sería el mismo dictador quien organizara los métodos represivos, que tampoco serían iguales. Ni siquiera las víctimas serían las que fuimos -en medida muy diversa, ciertamente- porque también para esas situaciones pasa el tiempo. No quiero decir que la represión jubile a nadie, pero distingue a unos más que a otros, y con razón, porque de unos tiene que temer más que de otros. Y reprimiría más a los moderados. Esperemos verles y vernos libres de ese castigo.Tengo la esperanza de que ni siquiera unida, como parece que va a estarlo, la derecha logre vencer el edulcorado socialismo en funciones. Tan edulcorado que nadie le reconocería como socialismo si no fuera porque al lado de la derecha disponible cualquier cosa suena a izquierda, y la prueba es que toda la izquierda, desde la más tenue y moderada hasta la más extrema -incluyendo parte de la extraparlamentaria, que votó útil-, se unió para conjurar a Fraga y sus seis millones de electores. Con diez enfrente -diez y pico-, que no son pocos.

Y es que en la derecha no ocurre lo que en la izquierda. Ni los Vestrynge, ni los Oscar Alzaga, ni los Herrero de Miñón -que ya no son unos bebés, precisamente dada su edad, pero que tampoco lo serían aunque fueran más jóvenes, porque en la derecha todo el mundo nace políticamente viejo- logran desplazar a los Fraga, los Iribarne y los don Manuel. En la derecha siempre hay un jefe unido al poder hasta que la muerte los separe.

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Nombres de viejos y queridos enemigos

Viene de la página 7 En la izquierda no ocurre lo mismo, salvo el caso del partido comunista, cuya liquidación por derribo se debe, especialmente al envejecimiento del entramado burocrático que lo sostiene. Carrillo no se resigna a dejar de ser ministro, por lo menos ministro después de tantos años de brega política antes de la guerra, en la guerra y después de la guerra. El es un político puro, sin mácula de cualquier otra profesión, y llegar a una cartera ministerial colmaría su dilatada biografía militante.

Pero la izquierda no es la derecha, obviedad que escribo porque a veces parece que sí. Hay que evitar las confusiones. Existen rasgos distintivos que van desde la jubilación prematura de los históricos -que empiezan a ser históricos cuando parecía que iban a hacer ellos la historia- hasta la apertura de las ventanillas en los ministerios a partir de las 8.30 de la mañana y un par de horas suplementarias por la tarde. Se trata de rasgos si no revolucionarios -porque la palabra revolución es ya una palabra inconveniente que ningún izquierdista osará emplear siquiera sea por una cuestión de buen gusto- sí de una acelerada reforma o, por decirlo con una palabra traída del archivo del pasado para que ocupe el hueco de la clausurada palabra revolución, una acelerada regeneración. Ramón Tamames, otro nombre de otro distinguido amigo que va disolviéndose, la usa mucho tal vez como salvavidas para no hundir se en el pasado. Sea, pues, escrita en su honor. Y, con los buenos deseos de que le sirva para algo

Decíamos que la izquierda jubila pronto a sus hombres históricos quizá por dar ejemplo. Si hay que crear los puestos de trabajo que hay que crear -prefiero no recordar la cantidad, podría ser de mal agüero- hay que empezar por la propia casa. La jubilación anticipada es un método, como cualquier otro, aunque emplearlo con los Gómez Llorente o los Ciriaco de Vicente puede constituir una exagerada anticipación. Pero más vale pasarse que quedarse cortos, sobre todo si por añadidura se homogeneizar el espíritu generacional. Aunque hay otras razones, tan sólidas como ésta, para prescindir de los breves grupos que sostuvieron la clandestinidad durante los años cincuenta y sesenta, es decir, cuando acababan el bachillerato los que hoy tienen a su cargo realizar el cambio. Han cambiado, para empezar, a los que han de llevarlo a cabo, tratando de que ninguna rémora les impida enterrar el pasado. Aunque la cuestión está en saber si muerto ha fallecido o sigue vivo todavía. Si se dejará o no se dejará enterrar. En la medida en que los señores Fraga Iribarne y don Manuel son pasado, será difícil enterrarlos. Ya nos daríamos todos con un canto en los dientes con que, en el caso de que continúen políticamente vivos, no nos lleven a esa democracia fuerte en el quien lo haga la pague y donde las garantías para salvaguardar la libertad no sirven en realidad más que para secuestrarla.

Entre muchos de los políticos jubilados anticipadamente por el PSOE, bastantes de los que la derecha mantiene en activo suscitan recuerdos que no invitan a la galantería parlamentaria exactamente. Ni siquiera los que la derecha autoritaria -¿hay otra?- incluye en sus listas como cobertura democrática -menos cada vez, esa es la verdad, porque en la derecha si no hay una jubilación anticipada sí la hay selectiva- bastan para adormecer recuerdos que en algunos casos todavía duelen. Y la verdad es que esos recuerdos, tan vivos, no son buenos para llegar a consensos tácitos o explícitos. Porque se da el caso de que mientras la izquierda, aunque gane las elecciones, ha de ejercitar la moderación y el olvido y huir en lo posible del sectarismo, etcétera, la derecha no hace lo propio sino que reivindica el derecho a no avergonzarse de su pasado, puesto que ni siquiera está constitucionalmente juzgado. Sólo por comparación entre los métodos políticos actuales y los de entonces se puede deducir que existe una contradicción flagrante, pero tal contradicción, ¿es acaso un juicio? Alguien ha dicho -el señor Martín Villa creo- que corno Barrionuevo, mi remoto amigo y fervoroso ministro del Interior, ejerció también de impositor de unas leyes, las que existían entonces, de las cuales hay que obviar el juicio, que sin el reformismo franquista no habría hoy democracia -la que hay, claro-, lo cual se puede convertir, mediante un hábil interrogatorio al discurso -como se dice ahora- en otra afirmación más transicionalista todavía a saber: gracias al reformismo del franquismo existe la democracia. O sea: que la democracia se la debemos al franquismo en la medida en que sin Franco no podía haber franquismo. Así de precaria va la situación.

Dados estos evidentes condicionamientos históricos -que producen abcesos peligrosos, como el 23-F, por ejemplo-, lo mejor es que sean las generaciones más jóvenes, la de Suresnes, pongo por caso, las que ejerzan la moderación, ya que pueden. Porque esa es una virtud que, como todas, es más fácil de practicar si se basa en la necesidad. Para perdonar las ofensas no hay nada mejor que no haber sido ofendido. ¡Qué bien se perdona cuando no hay de qué! Y, en cambio, ¡cómo cuesta hacerlo, sobre todo, si sabes que poniendo la otra mejilla corres el riesgo, casi seguro, de que te vuelvan a soltar una bofetada!

Ni remotamente quisiera que nadie sospeche en mí el pecado de la nostalgia. De los tiempos pasados no añoro más que las mejores condiciones físicas. Y me fío más de los que hoy tienen la edad que yo tenía entonces que de los que tienen ahora la mía. Por otra parte, a mí nadie me apartó: me fui yo solo. Seguramente estoy haciendo de la necesidad virtud. Así es la virtud o esa es la virtud. Pero lo cierto es que quizá me he dejado ganar un poco por el clima sentimental de estos empalagosos días de turrones y ocio y por eso me ha enternecido volver a leer los nombres de mis viejos y queridos enemigos Pablo Castellano, Enrique Múgica, etcétera, con quienes tantos desacuerdos he tenido -y tengo- y a quienes tanto quiero. Vigilad si queréis para que no se pasen los chicos, pero perdéis el tiempo. Primero, porque como que no se pasarán. La derecha abusará tanto que les será imposible. Y segundo, porque no son ningunos chicos. Quiero decir que en el PSOE ya no se hace caso de los abuelos. Ni siquiera se hace caso del moderadísimo abuelo, a cuya tumba el otro día Felipe y los suyos, Isidoro, Barón, Maravall, Narcís, etcétera, viejos amigos jóvenes, llevaron flores.

Pasad vosotros, viejos y queridos enemigos con quien tan cordialmente he discrepado siempre y sigo discrepando.

Pasad de esperanzas ministeriales y dedicaos a vivir con una punta de frivolidad y otra de cinismo -no mucho, sólo un poco, pero algo- para que la austeridad de los chicos no llegue a resultar insoportable. Porque están demasiado trabajadores, fuman algunos y no bebe ninguno, hacen gimnasia y bondad, no les queda tiempo para nada y tienen que correr mucho para ganarle la batalla al tiempo. En ese sentido, en el de la ejemplaridad, son peligrosos. Pueden llegar a caer en el aburrimiento. Esperemos que no. Así sea.

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