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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Eurocomunismo: réquiem y elogio

Antonio Elorza

Han pasado ya varios días desde que Gerardo Iglesias sustituyera a Santiago Carrillo en la Secretaría General del PCE. Días en que el sucesor y su medio han proporcionado ya algunos datos para contrastar la impresión inicial de que el cambio encerraba ante todo un propósito de continuidad. Reconozcamos que el pasado político de Iglesias abonaba sobradamente tal hipótesis. En los órganos de dirección comunistas había sido en todo momento una punta de lanza en las intervenciones que llamaríamos de refuerzo, destinadas a afilar los puntos salientes de la argumentación del secretario y a subrayar la validez global de sus planteamientos, sin atreverse nunca a dejar la falsilla más allá del matiz confirmativo. Así ocurrió en 1980-1981, a lo largo del debate que precede al X Congreso y en la aún cercana crisis de junio tras las elecciones andaluzas: por la información de Mundo Obrero puede, verse cómo son Ballesteros y el propio Carrillo quienes dan las grandes razones contra el intento de rectificación de Camacho y Sartorius, mientras Iglesias encabeza el coro de leales. Es el primero en, la lista de los miembros del Comité Central que "fueron replicando a las posiciones expuestas por Nicolás Sartorius y Marcelino Camacho".Luego, tras la sucesión, en discursos, declaraciones y coloquios radiofónicos, nada nuevo. Carrillo matiza sutilmente la distinción en'tre líder y secretario al hablar de quién irá a las consultas de la Zarzuela. Su sucesor anuncia sorpresas. Pero, por el momento el discurso no pudo ser más tradicional. El partido lo ha hecho bien, él en Asturias practicaba un excelente eurocomunismo y su único problema al asumir el nuevo cargo es de tipo ecológico, por la nostalgia del verde, las vacas y el ambiente del Principado. Paralelamente, el discurso oficial se encierra en lo que Tierno Galván ha llamado el perfectismo, recurso conservador consistente en dar la espalda a las cuest iones reales en nombre de una problemática subalterna en torno al mejor hacer para este caso, en el funcionamiento del partido, de sus órganos de dirección, etcétera. "Yo llego a la Secretaría General sustituyendo a Carrillo", explicará su sucesor, "pero no por que la política que vino defendido y a la que contribuyó decisivamente se ponga en tela de juicio...". Al parecer, el joven secretario podrá "poner sobre la mesa" aquellas reformas que estime pertinentes; eso sí, con la calma y la discreción ineludibles. Por eso va hacia una conferencia nacional, donde estatutariamente sólo caben retoques de forma, en vez de a un congreso extraordinario que "podía dividir al partido".

Mirando hacia atrás

Antes del desastre andaluz, prevalece en la dirección del PCE la idea de que por cada intelectual renovador perdido se ganaban dos obreros; aun en junio, contraponía Carrillo la solidez del grupo sectario o prosoviético a la nimiedad de "los trescientos del ARI". Ahora, con un espacio cada vez más reducido, la línea de defensa oficial se mantiene. Toca confiar en que las aguas vuelvan naturalmente a su cauce. Incluso la restricción del voto tiene su lado bueno: esos 800.000 electores son pocos, pero "firmes, de personas que podrían estar afiliadas al partido". Y como respaldo de semejante cuento de la lechera, toque de rebato para redoblar esfuerzos y probar que el comunista de pura raza es aquel que no se desalienta. Así como en los tiempos de la Komintern. siete obreros de la barriada X o tres de la fábrica Y servían para encarnar la verdadera clase obrera, al expresar al diario oficial su acuerdo con el frente único, la denuncia del socialfascismo o el procesamiento de renegados y trotskistas, también ahora vuelven los de verdad a prodigar en Mundo Obrero llamamientos a no desfallecer en la fe comunista o a desoír a las sirenas desfallecientes o burguesas. Nniguna ilustración mejor de este revival que el espectáculo montado en estas mismas páginas en torno , artículo de Víctor Manuel y Ana Belén. Claro que si el pasado s obstina en volver por este lado, el partido que lo asuma tiene bien poco que hacer en nuestra sociedad. Cifras cantan.

De poco servirá que, tras el fracaso, se recupere la etiqueta euro comunista cuidadosamente archivada en los días de la campaña electoral. Para preservar su poder el aparato sancionó primero la represión tras el X Congreso y ha clamado ahora por una salida conservadora, con una motivación claramente defensiva. La lectura de los resúmenes del debate en e Central muestra que, antes que razones para la designación de Iglesias (alguno confiesa su total sorpresa inicial por la propuesta),se trata de cerrar a toda costa el paso a Nicolás Sartorius. No hay casi argumentos para respaldar al candidato oficial, pero sobran los de pesos pesados, -como Ariza, Piñedo y Ballesteros- para descalificar al outsider, al que se opondrían en todo caso, dicen, nada menos que como corresponsable activo de la crisis del partido. Discrepar es ser políticamente culpable. Suena, ¿verdad? Queda así definitivamente aplastado quien remotamente encarnaba aún un proyecto de reconciliación entre el comunismo democrático y la reforma del partido. Con la sucesión recién lograda, el aparato refuerza su poder sobre unas bases que se deshacen día a día, mientras el eurocomunismo pasa a ocupar un puesto más en la larga lista de ideologías de renovación frustradas a lo largo de nuestro siglo. A pesar de su buena dosis, digámoslo retrospectivamente, de validez política.

La observación puede parecer ociosa a la vista del grado de desolación alcanzado en la crisis de la versión hispana del, eurocomunismo. ¿Para qué preguntarse por la validez de unos planteamientos políticos cuando se ha desintegradola fuerza política en que surgieran y sus principales responsables parecen empeñados en ser los primeros en mostrar sus trampas y sus contradicciones? No debe extrañar que algunos renovadores, a la luz de la crisis, proclamen no sólo el fracaso bien visible del eurocomunismo a la española, sino del marxismo como agente de transformación social. Borrón y cuenta nueva, aunque la nueva renovación desemboque en silogismos aristotélicos. El comunismo democrático no sería entonces so lamente una vía política clausura da en nuestro caso, sino una propuesta invalidada en sus propias raíces. En cierto modo, carente de esa legitimidad histórica que también le niegan quienes ven en el intento un recurso táctico para apropiarse del espacio político propio de la socialdemocracia.

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Semejantes valoraciones olvidan que la tensión entre comunismo y:democracia, saldada recurrentómente en ruptura, tiene un origen que se remonta mucho más allá de los rituales eurocomunistas de la pasada década. Sus antecedenteb se encuentran en los frentes populares, en la fase auroral de las democracias populares y en la primavera de Praga de 1968, sin olvidar la trayectoria de revisión en profundidad del estalinismo y del modelo soviético que alientan fundamentalmente los hombres del PCI. Cobra forma así el objetivo de recuperar la democracia desde una perspectiva de transformación socialista, más allá de la constitucíón de un poder compensatorio de la hegemonía del capital rasgo diferencial del comunismo. democrático de consistencia superior a la supuesta tentación de privar de su mercado político a los partidos socialdemócratas. Y no son sólo palabras que pronunciemos en el vacío. Ahí está el diferente comportamiento de nuestros dos partidos de izquierda en la fase de construcción de la democracia hasta 1979: Pactos de la Moncloa, comprensión del momento constituyente, política ante las nacionalidades. No variaban sólo los grados de radicalismo formal, muchas veces más acusados en el PSOE, ni las ocurrencias o el saber político de Carrillo, sino la traducción en hechos de dos concepciones estratégicas diferentes. Algo que también puede predicarse en relación a socialistas y comunistas en el caso italiano.

Estoy más cerca, pues, de quienes declaran "que nos vamos del PCE porque estamos en el mismo sitio" que de los que bajo una u otra fórmula extienden el certificado de fracaso del comunismo democrático y del marxismo. Por su puesto, aquí y ahora ambas posturas se traducen en un necesario apoyo al PSOE en la cooperación sin reservas con su labor de modernización de España. Pero con viene subrayar la distancia que las separa a medio plazo, especial mente si tenemos en cuenta la homogeneidad interna y la falta de perspectivas pluralistas en nuestro mundo orgánico socialista. Aquí no hay ningún CERES y la izquierda del PSOE, con todos los respetos debidos a las personas,- presenta un panorama de precariedad endémica. Como. contrapartida, hemos de confiar en que esta extraña transición no haya suprimido para siempre entre los españoles la expectativa de lograr una sociedad democrática en que no impere la lógica del capital. Claro que, insistimos en ello, el PCE ha quedado inservible y el contexto político actual no da pie a nuevos ensayos, aun cuando exista una, demanda clara en ese millón largo de votantes/travestidos y en muchos que han quedado como mal menor dentro del partido. Consolémonos pensando que las travesías del desierto no sólo pueden ser, a veces, políticamente inevitables, sino incluso resultar fructíferas. El viejo Marx fue a este respecto un pionero a quien no cabe olvidar.

Antonio Elorza es catedrático de Historia en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense. Ex militante comunista.

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