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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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De Narcís Serra a Pasqual Maragall

FRANCESC MARTI I JUSMET

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La renovación que vivimos estos días en la compleja estructura del Gobierno del Estado y el alud de noticias que ello genera no constituyen precisamente el marco más idóneo para que administradores y administrados reflexionemos sobre el cambio que, más allá de la política en sentido muy estricto, supone este fenómeno en lo sociológico, en lo generacional, en el propio ensamblaje de la sociedad española.Pero este fenómeno renovador no es absolutamente nuevo. Desde un punto de vista numérico y de concreción localidad a localidad, fue todavía más amplio el producido por la elecciones municipales del 3 de abril de 1979, que, sólo en Catalunya, permitieron la promoción de ocho mil ciudadanos a la administración local. La democracia llegó a los ayuntamientos y, con la democracia, un sustrato de personas habituadas a pensar en términos de gobierno-oposición, de responsabilidad y transpariencia; algo absolutamente decisivo para la consolidación del sistema de libertades públicas.

Así fue corno llegaron a resonsabilidades municipales personas que jamás se habían planteado esta posibilidad. Y no por razones estrictamente políticas, sino porque el compromiso político era, antes que nada, la expresión de un compromiso ético y el resultado de un enfrentamiento, cada vez más radical, entre unas convicciones basadas en la defensa del pluralismo y las libertades y un sistema no democrático, continuador de la inercia institucional secular del Estado.

Con estas convicciones y desde este compromiso, accedió a la alcaldía un joven profesor de economía, uno de los cuadros socialistas más convencidos de la necesidad de convertir la función pública en un instrumento al servicio de los ciudadanos. Ya entonces tenía Narcís Serra una visión notablemente amplia de los temas de gobierno. Su etapa, tan corta como brillante, como conseller de la Generalitat provisional había puesto de relieve, y acentuado, esa capacidad de Narcís Serra para contemplar de manera global la realidad de Catalunya y sus problemas. Y fue esa visión global de las tareas de gobierno la que permitió a Serra, convertido muy pronto en un auténtico enamorado de la administración local, dominar los perfiles de la vida municipal y transmitir a su equipo y al conjunto de la población barcelonesa un sentimiento que tantas ciudades y tantos pueblos habían perdido: el orgullo y la ambición de ciudad, entendida en el sentido ya asumido por los clásicos, es decir, como marco de libertad, como instancia renovadora en el orden cultural y, sobre todo, como punto de encuentro entre administradores y administrados, como centro en el que la democracia viene definida por las cotas de participación popular.

Pero mucho antes de 1979 había en las filas socialistas una persona profundamente ligada a la dinámica municipal, que había vivido como un revulsivo la contradicción entre sus convicciones más profundas y esquemas estéticos, de un lado, y un ayuntamiento, el de Barcelona, que había perdido el grado de dignidad necesario para poder decir con propiedad que representaba algo más que unos mecanismos impositivos y de dominación sobre los ciudadanos.

Hoy recuerdo el papel y la actitud de Pasqual Maragall en la comisión de partidos políticos del Ayuntamiento, creada antes de las elecciones, de la que ambos formamos parte. A la preocupación común por los problemas de gobierno, unía Maragall el conocimiento directo de las consecuencias que la gestión comportaba. Jamás se le había ocurrido pensar en la posibilidad de ser alcalde. Se resistió incluso a encabezar la candidatura socialista en Barcelona y acentuó, ya entonces, los perfiles técnicos de su papel. Pero, cuantos vivímos aquellos momentos, recordamos su actitud de compromiso absoluto para hacer del Ayuntamiento un organismo en el que todos los barceloneses se sintieran representados.

Esa voluntad y ese compromiso han caracterizado hasta que su gestión. Con esa voluntad y con este compromiso, Pasqual Maragall contribuirá decisivamente, en la línea de Narcís Serra, a dotar a Barcelona del orgullo y el sentimiento de ciudad.

Francesc Martí i Jusmet es presidente de la Diputación de Barcelona.

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