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Reportaje:

Las lanzadoras tienen que elegir entre familia y deporte

La mujer ha estado discriminada en el deporte desde que éste surgió como movimiento competitivo, a mediados del siglo pasado. No ocurrió así en la antigua Grecia, donde tuvo sus Juegos Helénicos con carreras pedestres de 60 metros. La marginación surgió en la época moderna y la mujer llegó al atletismo con medio siglo de retraso. Austria fue el primer país que organizó uno campeonatos femeninos, en 1918, y hasta diez años después no tuvo entrada la mujer en el programa olímpico, a través sólo de cinco pruebas: 100, 800, altura, disco y 4 X 100. En España e atletismo femenino aún no tiene veinte años de antigüedad.

Estos antecedentes permiten comprender que todavía haya familias que se opongan a que una hija quiera hacer deporte. Las situaciones, además, se agravan en algunos casos, cuando se enteran de que "se dedican a lanzar piedras". Parecen temer que sus cuerpos se masculinicen hasta extremos auténticamente dudosos. Pero para que esto se produzca es necesario que exista un desequilibrio hormonal de nacimiento o que se cree a base de anabolizantes. La práctica de los lanzamientos no produce en el cuerpo más efectos que el desarrollo muscular, hasta unos límites normales, que pasan inadvertidos en la vida cotidiana.

El encontrar mujeres que se quieran dedicar a los lanzamientos es un problema. De por sí, el atletismo tiene escaso poder de convocatoria entre ellas, y dentro de este deporte, nadie se brinda voluntariamente a practicar el peso, el disco o la jabalina. La labor de captación tiene que ser individual y conformarse con lo poco que se encuentra. De ahí que a nivel internacional sean los lanzamientos femeninos los que menos destaquen dentro del atletismo español.

Tres ejemplos

Enriqueta Díaz, diecinueve años, 1,76 de estatura y 65 kilos, es la campeona nacional de lanzamiento de peso. Por su físico, totalmente alejado de como se imagina a una lanzadora, la han llegado a prohibir los jueces en competiciones internacionales el paso a la zona de lanzamientos al confundirla con una atleta especialista en otra prueba. Sus primeros contactos con el deporte fueron a través del balonmano y el voleibol. Al especializarse en atletismo se tuvo que marchar de casa: "Cuando en casa mostré la medalla de campeona nacional mis padres me la tiraron a la cara. A la hora de emprender un viaje me escondían toda la ropa de deporte. La situación se hizo insoportable porque estaban, sistemáticamente, en contra de que yo hiciera deporte". Ahora vive en la residencia Blume, de Madrid.El caso de una lanzadora que sigue en el atletismo por auténtica afición es Pilar Martínez, veintiséis años, 1,56 de estatura y 56 kilos. Sus marcas son discretas y en el atletismo no busca más que una satisfacción personal en la mejora de sus registros, ahora por encima de once metros, cota que, teóricamente, no puede estar al alcance de una atleta de sus condiciones. Hizo gimnasia y natación hasta los trece años y cuando se decidió por el atletismo vinieron los problemas familiares: "En aquella época estudiaba y trabajaba, y cuando comencé a lanzar a mi padre se le ocurrió que tenía que ayudar en casa en vez de entrenarme. Destacaba a nivel provincial y tenía que esconder los periódicos en mi casa porque llegaron a prohibirme que hiciera atletismo. A los dieciocho años quise irme de casa, lo que no puede hacer hasta tres años después, porque me dijeron que me reclamarían judicialmente. Mis padres llegaron a decirme que si dejaba lo del atletismo me buscarían un médico para arreglarme, porque para ellos yo estaba deforme, y el caso es que jamás en mi vida he tenido problemas con mi físico".

El testimonio de una lanzadora que empieza es el de Reyes Mediavilla, veinte años, 1,60 de estatura y 53 kilos. Hace un año comenzó a lanzar peso, animada por una compañera de estudios. Su entrenador, Miguel Angel Monjas, la buscó trabajo en la empresa que da nombre al equipo de atletismo en el que figura, MAM Producción. Sus padres la han querido echar de casa en varias ocasiones. En una de ellas la amenazaron con no volver a entrar en casa si no abandonaba la pista en ese instante. Hace atletismo porque le gusta. No le supone sacrificio alguno el entrenamiento diario y si sus padres supieran que realiza sesiones de pesas quedarían convencidos de que en su hija hay más componentes masculinos que femeninos. Ellos estarían contentos si el tiempo que pasa su hija en la pista estuviera en la discoteca. Cuando tenga una independencia económica se sumará a la nómina de lanzadoras que viven separadas de sus familias, porque con éstas se hace incompatible la práctica del deporte.

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