Macario Hernández,
un modesto trabajador vallisoletano, casado y con tres hijos, se encontró cuando menos lo esperaba con una agradable sorpresa: dos funcionarios del Patronato de Apuestas Mutuas llevaban varios días intentando localizarle para decirle que tenía una quiniela premiada con más de cinco millones de pesetas. El boleto pertenecía a la segunda jornada, y el bueno de Macario lo había metido en un puchero y se había olvidado de él. Como no esperaba demasiado de la suerte escribió unas señas ininteligibles y ni siquiera reflejó su apellido. La quiniela seguía en el puchero y Macario dice que "en los tiempos que corrernos, cinco millones no sacan de pobre a nadie, si acaso sirven para tapar agujeros y darte algún caprichillo", informa Luis Miguel de Dios.
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